miércoles, 6 de abril de 2011

Grandes creencias para grandes temores

Las creencias son ideas creadas automáticamente por nuestra psiquis para compensar algún desequilibrio, aliviar algún malestar, calmar la angustia en general, contrarrestar temores reales o imaginarios.

Las creencias son proporcionales al temor que intentan compensar.

Una creencia es una verdad inventada que le brinda a su poseedor la sensación de que las cosas son como la creencia describe.

Una creencia puede ser evaluada por la escasez de datos objetivos y demostrables que la componen.

Por ejemplo, temo enfermarme, sufrir dolores, incapacidad, dependencia y muerte. Convivo con este miedo y mi creencia consiste en que la medicina es muy eficiente, con escaso margen de error diagnóstico o terapéutico.

Como no estoy obsesionado con este miedo sino que sé que está en mí y pocas veces viene a mi mente o me provoca pesadillas, entonces mi creencia en los poderes curativos de la medicina también son moderados.

A su vez, creo constatar objetivamente que la medicina realiza curaciones sorprendentes, pero que a veces deja secuelas o no puede curar un simple resfriado.

Si algún día comienzo a enfermarme cada vez más seguido y mi hipocondría se dispara, aumentará también mi creencia en la omnipotencia de la misma medicina que hoy evalúo con un relativismo displicente.

El miedo a no ser amados, incluidos, considerados, protegidos, acompañados para satisfacer nuestro instinto gregario, lo compensamos bastante bien conservando el narcisismo que debimos abandonar junto con la niñez.

Efectivamente creemos ser agradables, hermosos, inteligentes aunque la constatación objetiva de esta suposición sea difícil o imposible.

Imaginemos cuán ineficiente es un adulto que necesita aferrarse a creencias infantiles.

Obsérvese además la paradoja: el miedo al abandono nos induce la creencia de que somos deseables.

Algo similar ocurre con la creencia en Dios, cuyas grandiosas aunque indesmotrables posibilidades sugieren la existencia de un miedo a vivir igualmente grandioso.

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«Desear es poder»

La pobreza provoca en algunas personas el intenso deseo de terminar con ella. Este deseo es una fuerza que convierte en poderoso al más débil. Cuando la pobreza es satisfactoria, la reacción deseante no se produce.

La «Ley del más fuerte» no está legislada por nadie en particular sino por todos.

Cuando las circunstancias nos obligan a competir con una o más personas, evaluamos cuánta fuerza poseen para prever nuestras posibilidades.

Aunque suena ilógico, la fuerza física no lo es todo. Alguien de gran tamaño y musculatura, puede estar desanimado y ser más débil que otro más pequeño pero muy motivado, más agresivo y combativo.

Un refrán dice brevemente: «Querer es poder».

Una de las interpretaciones posibles es nefasta, capaz de hacer estragos en la economía de cualquiera.

Me refiero a quienes suponen que alcanza con soñar un objetivo con la suficiente nitidez, convicción, intensidad y fe, para que mágicamente surjan de la nada apoyos que nos den la anhelada satisfacción.

Rezar, pedir, hacer promesas, cumplir con todos los ritos religiosos, tener una actitud sumisa, respetuosa, temerosa y hasta adulona con algún personaje supuestamente dotado de poderes sobrenaturales (Dios, santos, vírgenes), serían los recursos con los que cuenta quien interpreta que todos esos actos pasivos son mágicamente capaces de algún logro concreto.

En esta interpretación, «Querer ... » significa soñar, aspirar en abstracto, tener esperanza, confiar, delegar en una fuerza imaginaria.

Sin embargo, si por «Querer ...» entendemos desear, la situación puede cambiar.

Para estos efectos, defino desear como una

— insoportable percepción de carencia,
— dolorosa sensación de vacío,
— irritante percepción de pobreza injustificable, indignante, cuya solución no admite la menor demora.

Entonces redacto el refrán de esta manera:

— «Desear desesperadamente, es poder»;
— «No poder postergar la satisfacción del deseo, es poder»;
— «La pobreza repudiable, es poder».

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«¡Hola, hola! ¿Se cortó?»

El castigo consistente en «dejar de hablarle» a alguien, describe claramente cuán importante y temible cree ser el castigador para el castigado.

«Se ofendió tanto, que dejó de hablarle».

Casi todos hemos sido actores o víctimas de una situación así.

A veces se trata de algo terriblemente mortificante y otras veces no es más que la ilusión de alguien que supone que su silencio es mortífero.

Cuenta la historia que al principio Dios bajaba de vez en cuando para dialogar con los humanos.

Los diálogos que llegaron hasta nuestros días (contenidos en La Biblia), son muy naturales aunque Dios nunca se muestra humilde ni democrático ni condescendiente.

Él se sabe poderoso y ni lo oculta, ni lo disimula.

Pero al menos Él se daba alguna vuelta por nuestro territorio, se hacía ver, pero más que nada se hacía oír.

Podemos pensar que la vida para aquellos humanos era tan bella y compleja como la actual. Para nada entendieron que dialogar con Dios era algo importante. Era simplemente lo habitual.

En algún momento Él dejó de hablarnos.

Aquellas mentes acusaron el impacto y recién ahí se dieron cuenta que dialogar con Dios no era algo tan trivial.

Tuvo que aparecer la ausencia para que pudiéramos reconocer lo valiosas que eran aquellas charlas.

Este corte repentino del diálogo, nos llama tanto la atención porque nuestra psiquis se alarma, se angustia, se excita, queda perturbada. Surge algo dentro nuestro negativamente sorprendente.

Recordemos que nuestra mente ama (fundamentalmente) por temor. Nuestro primer objeto de amor es nuestra madre ... sin la cual moriríamos.

Desde que nacemos sabemos de nuestra vulnerabilidad y rápidamente procuramos convertirnos en algo deseado para nuestro protector (mamá, papá, jefe, sindicato, Dios).

En suma: quien deja de hablarnos como castigo, cree (o sabe) que tememos su abandono.

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El placer incurable

Algunos síntomas son molestos para disimular el íntimo placer que nos aportan. Si ignoramos la utilidad, nunca encontraremos las causas y disfrutaremos de un placer incurable.


Algo que tengo pendiente de solución es mi pánico escénico.

Efectivamente, alguna vez fui capaz de hablar ante un auditorio y ahora ya no puedo.

Busco las causas sabiendo que el día que las encuentre no sabré cuáles eran. Simplemente podré hablar ante una multitud de cien mil personas como si estuviera haciéndolo en una cena con amigos.

Así funciona el psicoanálisis: resuelve inhibiciones de variada importancia pero no da cuenta de cómo se logró el éxito.

La teoría nos orienta sobre las posibles causas, con lo cual se gana bastante tiempo descartando las hipótesis inútiles.

Por ejemplo, ni se me ocurre pensar que el miedo proviene de

— una falta de costumbre,

— descarto de plano que poniendo buena voluntad lo arreglaré de un día para otro,

— nunca se me ocurriría pedirle a Dios que me ayude,

— los sedantes que pudiera recetarme un médico sería un acto de fe tan ingenuo como rezar,

— hacer un curso de oratoria sería útil para no enfrentarme a las verdaderas causas.

Las causas creíbles pero imposibles son varias y nuestro mercado con fines de lucro no para de apoyar tanta credulidad porque la cantidad de incautos que pagan fortunas persiguiendo una ilusión, tonifican el Producto Bruto Interno de todos los países capitalistas.

Yo no logro encontrar las causas tan fácilmente por una única razón global: me conviene tener miedo de hablar en público. Seguramente mi pánico escénico me provee satisfacciones que desconozco y que me conviene desconocer para no perder al placer que siento.

En suma: nuestras inhibiciones y fracasos más persistentes, son gozosos y si no lo parecen es para que demoremos en descubrirlos e interrumpirlos.

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Freud y Drácula

Drácula representa al lactante que se alimenta chupando la leche del seno materno. También representa al lactante cuando huye del crucifijo porque éste simboliza al padre que reclama recuperar a su esposa deseada.

Según creo, Freud inventó el psicoanálisis sin darse cuenta.

Alguna vez les comenté (1) que él fue un escritor genial, con capacidad suficiente como para escribir una historia original, muy extensa, con una redacción impecable y que cuando los amigos fueron utilizados para que dieran las primeras opiniones, quedaron maravillados.

La fuerte identificación de los primeros lectores con algunos personajes de la novela freudiana, le cambió el rumbo para transformar todo eso en un relato científico que explica de una manera novedosa, cómo y por qué pensamos, sentimos, envidiamos, odiamos, amamos y demás resortes psicológicos.

En otro lado les conté (2) que el funcionamiento ideal de una familia consistiría en que el padre

— haga el amor con la embarazada hasta que ella dé a luz; luego

— se aparte por un tiempo para que el pequeñito se termine de formar; y

— aproximadamente seis meses después, rescate a su esposa, dejando al pequeñito con las atenciones mínimas imprescindibles.

Dicho de otro modo, durante los primeros seis meses de vida fuera del útero, el pequeño devora el seno de la madre con su hambre caníbal —aunque natural y saludable—, hasta que el padre lo aparta para recuperar el deseado cuerpo de su esposa.

En las leyendas de vampiros, estos viven de chupar la sangre de sus víctimas como aquel pequeñito vivía de chupar la leche de su madre. En las leyendas, los vampiros retroceden ante el crucifijo (símbolo de Dios, nuestro padre celestial), igual que aquel niño tuvo que retroceder (apartarse de la madre) porque su padre lo obligó.

Cuando un niño no se aparta de su madre, triunfa Drácula.

(1) Todo tiempo pasado tenía futuro

(2) La familia psicoanalítica

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Dos formas de encarar un siniestro

Las personas con temperamento científico, ven la catástrofe de Japón como un fenómeno renovador que potenciará su desarrollo (humano, industrial, comercial). Las personas con temperamento idealista, ven la catástrofe de Japón como una desgracia deprimente y llorarán como si les hubiese ocurrido a ellas.

En estos días (marzo de 2011), Japón está padeciendo las consecuencias de un sismo cuya fuerza destructiva supera varias veces a las bombas atómicas que Estados Unidos dejó caer sobre ellos en Hiroshima y Nagasaki (agosto de 1945).

Otros países han sufrido estas pérdidas causadas por fenómenos naturales o bélicos.

También las personas podemos sufrir pérdidas que, a nuestra escala individual, sean tan difíciles de enfrentar como estos desastres lo son para una nación.

En otro artículo (1) les decía: «Todo lo que nos provoque necesidad o deseo, es tan valioso e imprescindible como todo lo que nos permita su satisfacción, pero tiene que estar en ese orden: primeros precisamos necesitar y desear y luego tenemos que encontrar cómo satisfacerlos.»

La diferencia que hay entre una persona con temperamento científico y otra con temperamento idealista, es que la primera disfruta reprimiendo sus preferencias personales y la segunda disfruta satisfaciéndolas.

Es por eso que un científico cristiano, si el método deductivo lo conduce a que no existe Dios, lo aceptará aunque le cueste sangre, sudor y lágrimas, mientras que el idealista, antes que llegar a una conclusión que lo moleste, se detendrá para tomar otro camino más placentero.

Por lo tanto, quienes de ustedes posean un temperamento científico, aceptarán que, tanto este infortunio de Japón como cualquier otra desgracia —colectiva o individual—, genera, provoca, estimula, favorece el fenómeno vida.

Quienes de ustedes posean un temperamento idealista, lamentarán la desgracia, intentarán colaborar en recuperar los daños, hablarán mucho del asunto porque poner en palabras disminuye la angustia.

(1) El paradójico negocio de ayudar

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¿La pobreza existe gracias a Dios?

La prohibición del incesto, la creencia en Dios, el dualismo cartesiano, podrían ser responsables de la pobreza.

Si desde hace milenios no podemos distribuir las riquezas con mayor justicia, es posible suponer que TODO lo que hemos hecho hasta ahora, es culpable (o cómplice por omisión).

Por lo tanto asumo que es una actitud respetable y responsable rever nuestras ideas, principios, creencias, hasta que demuestren su inocencia.

Una de esas ideas grandes e inamovibles como una montaña, es la prohibición del incesto.

Es probablemente el principio de convivencia más parecido a un fantasma terrorífico.

Nadie sabe a ciencia cierta por qué los parientes consanguíneos no pueden tener relaciones sexuales. El tema en sí mismo es un tabú. No sólo sería transgresor esa fornicación sino que este acto de mencionarlo genera un rechazo irracional, fóbico, de espanto.

En segundo lugar, pero muy alejado, con mayor tolerancia, encontramos a millones de personas de incuestionable capacidad mental y cultura, que organizan sus vidas suponiendo que existe un personaje fabuloso, que nos ayuda o nos perjudica según ciertos criterios (dios).

Este segundo lugar incluye la creencia en la inmortalidad, en una vida posterior a la muerte. No todos los creyentes en dios creen en su inmortalidad, pero quienes creen en la inmortalidad necesitan creer en otros mundos gobernados por uno o más dioses.

En tercer lugar encontramos que más de la mitad de los seres humanos creen en el dualismo cartesiano, esto es, que estamos compuestos por la suma de un cuerpo material y un alma, espíritu o psique inmaterial.

Si bien esta suposición es necesaria para quienes creen en una vida post mortem, también la encontramos entre los ateos.

En suma: Si estas grandes ideas han convivido con un mal reparto de la riqueza, es legítimo sospechar de ellas (causa, responsabilidad, culpa).

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martes, 5 de abril de 2011

Los pensamientos narcóticos

Algunos mecanismos de defensa funcionan como opiáceos, morfina, endorfina: son pensamientos o fantasías que compensan angustias, miedos, nostalgia.

La delicada amapola es una especie de adormidera (imagen), planta europea de la cual se extrae el opio, sustancia capaz de calmar dolores corporales muy intensos.

Además de esta flor, nuestro Sistema Nervioso Central también produce opio aunque lo llamamos endorfina.

De modo similar, esta sustancia generada por nuestro cuerpo, alivia, calma, modera los dolores.

Se puede pensar que nuestro organismo se vale del dolor para impulsarnos a tomar ciertas acciones (el ardor nos «quita» la mano del fuego, el hambre nos induce a comer, los dolores de vientre característicos nos inducen a evacuarlo).

De esta manera es posible afirmar que el dolor está al servicio de conservar el fenómeno vida durante el mayor tiempo posible (1).

Pero como nuestro organismo está perfeccionado por reacciones que automáticamente intentan regular los desequilibrios que pudieran comprometer la continuidad del fenómeno vida, también tenemos reacciones calmantes que interrumpen transitoriamente el dolor.

Observemos cómo las señales de alarma que hemos inventado, luego de activarse, entran en un período de inactividad hasta que se reanudan si el destinatario no hizo algo para cancelarlas.

A partir de la suposición de que somos únicamente materia (2) (por tanto, no existe mente y cuerpo sino sólo cuerpo con algunas manifestaciones que subjetivamente nos parecen inmateriales, espirituales, etéreas), podemos decir que los pensamientos también tienen algún recurso para auto aliviarse, una especie de endorfina para ideas penosas (preocupación, angustia, miedo).

En una observación superficial, vemos que algunas personas dedican todo su esfuerzo a enriquecer ... como forma de aliviar su miedo a la ruina económica, otros se obsesionan cuidando la salud como forma de aliviar su hipocondría, otros creen en Dios como forma de compensar la pérdida de la protección familiar.

(1) Vivir duele

(2) Los dioses y el sistema inmunológico

Mi corazón segrega mucho amor por tí

Qué es el inconsciente

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