lunes, 7 de noviembre de 2011

Producir y reproducirnos

El coeficiente intelectual mide nuestra inteligencia aunque en última instancia esta depende de cuánto podamos privarnos de las ilusiones.

La lógica psicoanalítica es más discutible que la lógica matemática porque es más flexible, cuenta con premisas no confirmadas y sobre todo, porque nuestros cerebros padecen una tendencia muy fuerte a rechazar lo desagradable y a creer lo conveniente, lindo, fácil.

Aunque nuestro cerebro considera más conveniente, lindo y fácil suponer que nuestra especie es maravillosa, insuperable y mimada por un ser infinitamente poderoso, bueno y justo como es Dios, tendríamos que poder admitir que somos una especie más y que nuestras únicas funciones, misiones y destino son reproducirnos para que la especie sea inmortal (1) y producir para alimentarnos el tiempo necesario para que podamos gestar y criar a los nuevos ejemplares.

Los humanos vivieron bien mientras creyeron

— que el planeta Tierra era el centro del universo,
— que somos una estatua viviente esculpida por Dios, y
— que tenemos libre albedrío.

Los humanos sufrieron las pérdidas de estas tres creencias (ilusiones) cuando

— Copérnico demostró que nuestro planeta gira en torno al sol;
— Darwin nos convenció de que descendemos del mono;
— Freud propuso la existencia del inconsciente cuya función psíquica determina nuestras decisiones.

La desilusión provocada por estas novedades generó grandes protestas, descalificaciones, intentos de «matar al mensajero» (Copérnico, Darwin, Freud).

Muchas personas consideran inadmisible que sólo seamos portadores del ADN que le da inmortalidad a la especie y que una vez entregado nuestro legado a la próxima generación (reproduciéndonos), como si fuéramos participantes de una carrera de relevos (1), ya no tenemos motivos para seguir corriendo (viviendo).

Por este tipo de resistencia a las malas noticias, seguimos diciendo que «el sol sale por el este» en vez de reconocer que, en nuestra rotación, comenzamos a verlo por el este.

(1) El espíritu en realidad es la sexualidad

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«Ganarás el pan con el sudor de tus genitales»

Inconscientemente pensamos que tener sexo para gestar hijos que traigan «un pan debajo del brazo», es una manera de sudar que cumple el castigo bíblico.

Llegó hasta nuestros días el mito bíblico según el cual Dios, enojado con Adán y Eva porque desobedecieron la prohibición de comer una manzana, los condenó a que Adán (y todos los varones) tuviera que ganarse el pan con el sudor de su frente.

Efectivamente sudamos cuando trabajamos, pero también cuando hacemos el amor, cuando jugamos, cuando hacemos ejercicios por el placer de movernos.

Aunque parece un pensamiento mucho más moderno que el castigo bíblico, los humanos decimos que «todo niño viene con un pan debajo del brazo».

El significado religioso de esta afirmación es que la Divina Providencia incluye como una manifestación más de su generosidad, el darle a los padres los recursos necesarios para alimentar a los hijos que tengan el coraje de gestar.

El significado laico de esta afirmación constituye un aliento para que los ciudadanos tengan hijos.

Asociando estas ideas podemos ver cómo los humanos hemos pensado que el castigo divino (sudar para ganarnos el pan), también podía cumplirse sudando en un acto sexual donde gestáramos hijos que vendrían con el pan debajo del brazo.

Anteriormente he comentado que existe una especie de salario que nos paga la naturaleza por gestar (1). Me refería en esa ocasión al placer máximo que nos provee la sexualidad.

En este caso un dicho popular nos permite pensar que la actividad que nos asegura la conservación de la especie (fornicar) también nos asegura la conservación del individuo porque los hijos nos traen riqueza material.

En suma: con la lógica psicoanalítica según la cual nuestro inconsciente nos hace decir más cosas de las que creemos expresar, los humanos asociamos gestar hijos (reproducir) con producir riqueza material.

(1) El orgasmo salarial

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Imposición o diálogo de magias o religiones

La magias (blanca o negra) y las religiones, son recursos que tenemos los humanos, de cualquier nivel cultural, para resolver dificultades resistentes a los procedimientos racionales.

Personas cultas e inteligentes hacemos cosas que parecen raras.

Cuando las dificultades normales de existir parecen superar nuestra tolerancia a la frustración, acudimos a ciertas prácticas para torcer el curso de los acontecimientos adversos.

La magia consiste en contratar la colaboración de forzudos cuyos poderes lograrán imponer nuestra voluntad para que la realidad deje de molestarnos.

La idea es que estos profesionales actúan como guardianes, es decir, protectores que mediante el uso de la fuerza mental, mejoran una cosecha, curan una enfermedad o vuelven a enamorar a un cónyuge fugado para que retorne con su familia y se deje de hacer tonterías por ahí.

La magia es blanca cuando los objetivos son beneficiosos para la persona que habrán de influir o es negra cuando los objetivos son perjudiciales.

En general, tanto profesionales como clientes, consideran que siempre están haciendo el bien, pues la magia negra, en todo caso, castiga a quien hizo un daño (según el usuario). Por lo tanto, cuando la magia negra tiene por objetivo matar, enfermar, volver impotente, hace algo similar a lo que hace nuestro sistema judicial cuando impone que un culpable vaya a la cárcel, perdiendo la libertad, la familia, el trabajo.

Las religiones hacen lo mismo pero de forma mucho más delicada.

El usuario de una religión está afiliado a ella por largo tiempo, es como si fuera el socio de un servicio de salud pre-paga y su accionar no es violento como la magia sino que trata de persuadir con distintos ritos al Dios a quien rinde culto, para que lo ayude.

En suma: los magos exigen, imponen, actúan directamente y los religiosos solicitan, persuaden, prometen, sobornan.

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Víctimas de la injusticia

Una interpretación filosófica equivocada de los sufrimientos inherentes al funcionamiento biológico de la vida, puede provocarnos pobreza patológica.

A falta de explicaciones mejores, la humanidad se explica las dificultades propias de existir diciendo que son castigos por haber pecado, que son una condena porque somos culpables de algo.

Nuestro cerebro sólo puede percibir humanizándolo todo. Esto es inevitable. Y también es inevitable que todos nuestros inventos sean humanoides (con rasgos antropomórficos). Por eso el o los dioses, tienen características humanas.

Vivir tiene varias molestias (1), y como los humanos castigamos haciendo sufrir, entonces todo sufrimiento es un castigo provocado por alguien que tiene características humanas, sólo que en grados superlativos, pues los dioses son súper humanos: o muy buenos o muy malos.

Desde la desobediencia que cometieron Adán y Eva (comer una manzana prohibida), sufrimos porque fuimos castigados a ganamos el pan con el sudor de la frente y a parir con dolor.

Otro castigo recibido de los dioses condenó nuestra inagotable arrogancia. Es por eso que los hombres y las mujeres somos personas separadas y nos buscamos desesperadamente. Para peor, cuando nos encontramos, el vínculo no es del todo satisfactorio.

Por lo tanto, los humanos explicamos las molestias propias de vivir como si fueran castigos por culpas que cometieron personas fallecidas hace miles de años.

Esto nos lleva a la conclusión de que padecemos injustamente.

Cuando un ser humano padece injustamente, suele ponerse de mal humor, agresivo, reivindicativo, peleador, ofuscado, vengativo (eligiendo alguna víctima suficientemente débil para asegurar el éxito) o, por el contrario, puede sentirse abatido, deprimido, resignado, desmoralizado, desvitalizado, apático.

En aquellos seres humanos que se creen víctimas de un castigo injusto y que reaccionan con agresividad o depresión, ven su capacidad productiva severamente afectada y se convierten en candidatos seguros de una pobreza patológica.

(1) Blog especializado en las molestias de vivir

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El reclamo de los quejosos

Quienes se caracterizan por dedicar mucho tiempo a quejarse, se dirigen a Dios porque suponen que Él los tienen un poco olvidados.

Lo real es que para ganarnos la vida tenemos que trabajar: cultivar la tierra, ordeñar las vacas, tejer los hilos de algodón o lana, confeccionar prendas de vestir, fabricar y vender utensilios de cocina, manejar camiones, financiar estas actividades, gobernar.

Para realizarlas es preciso dedicarles tiempo de aprendizaje, tiempos de elaboración, interrumpir otros entretenimientos, diversiones o descanso, arriesgar inversiones, enfrentarnos a nuestros potenciales compradores, convencerlos, competir con otros que hacen lo mismo, pagar los impuestos.

El verbo casi único es «hacer».

Sin embargo para algunas personas no es esto lo que hay que hacer para ganarnos la vida (dinero para comprar alimentos, abrigo, alojamiento, estudios).

Para esas personas en las que estoy pensando lo que hay que hacer es conseguir la aprobación del dueño de todo, caerle simpático, obedecerlo, decirle piropos, demostrarle sumisión, respeto y miedo. Adularlo, hacerle publicidad mencionándolo («Gracias a Dios», «Si Dios quiere», «¡Ay, por Dios!»).

Para esas personas el dinero no llega a nuestras manos por lo que hacemos sino por quienes somos. Si somos hijos de Dios, hijos de un padre rico, amigos de gente influyente, entonces ocurrirá lo que debe ocurrir: el dinero llegará a raudales, muy pocos proveedores querrán cobrarnos por sus mercancías y servicios, los propios organismos recaudadores perdonarán nuestros compromisos fiscales.

Algunos personajes con estas características son visibles, van y vienen sin que nadie sepa qué están haciendo además de mostrarse y cobrar.

La mayoría no son visibles sino audibles.

Efectivamente, todos los quejosos, plañideros y protestones son personas cuya tarea consiste en hacerle saber a su Dios amoroso, proveedor y justiciero, cuánto están sufriendo, cuánto necesitan, cuán pobres mártires son, llorando por sentirse abusados, víctimas, desfavorecidos, postergados.

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