El antiguo testamento ya daba consejos sobre rentabilidad, aunque utilizando una alegoría apta para los lectores de aquella época.
Cuando oímos la palabra «fruta» recordamos el alimento que nos proveen ciertas plantas y árboles.
Otro significado, similar pero más abarcativo, nos sugiere la ganancia, el logro, el resultado: «El fruto de nuestro esfuerzo».
Sabemos que el prefijo dis- significa negación, carencia, ausencia (disnea [dificultad para respirar], dislexia [dificultad para hablar], discordia [desentendimiento]).
Dejemos estos tres párrafos momentáneamente a un costado y vayamos a la leyenda de Adán y Eva.
Esta historia bíblica (y otros textos muy antiguos), intenta enseñar normas de conducta a pueblos muy primitivos, creyentes en seres míticos (Dios), capaces de terribles castigos a los desobedientes.
En este contexto Dios acordó con Adán y Eva que podían aprovechar todo lo que había en el frondoso y abundante paraíso, siempre y cuando no comieran la fruta prohibida (manzana).
Nuestros abuelos (Adán y Eva), actuaron como lo harían algunos que conocemos: Si la orden es «coman lo que quieran, menos esto», la curiosidad nos llevará a olvidarnos que tenemos todo un paraíso para disfrutar e intentaremos hacer exactamente lo que menos nos conviene, eso es, comer de la fruta prohibida.
La consecuencia ya todos la conocemos: Dios se puso furioso y nos echó del paraíso, agregando el parto con dolor y tener que transpirar para conseguir comida, como si la expulsión de la abundancia no hubiera sido poco.
En suma: Si juntamos ambas ideas planteadas, podemos concluir que para dis-frutar es precisos privarse (dis-) de lo prohibido (fruta).
Por ejemplo, tenemos que dejar que mamá se quede con papá cortando el cordón umbilical, buscar otra mujer, formar una familia y olvidarnos de las relaciones incestuosas.
Para dis-frutar es preciso abandonar, renunciar, gastar, invertir. Asumir la castración, diría un psicoanalista (1).
(1) Control y descontrol: un precario equilibrio
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lunes, 28 de febrero de 2011
Ama al semejante ... de tu misma religión
Aunque se oculte por razones éticas, cuando las religiones estimulan el amor entre sus feligreses inevitablemente provocan el desamor a quienes no sean feligreses.
Una importante rama de la psicología se denomina Gestalt y está especializada en analizar las consecuencias psíquicas que se verifican a partir de cómo percibimos.
En varios artículos (1) he utilizado esta teoría para comentar ciertas particularidades de nuestra mente.
Nuevamente recurro a ella para contarles sobre cómo se organizan muchas personas para mejorar sus condiciones competitivas en la ardua tarea de ganar el dinero suficiente para acceder y conservar una aceptable calidad de vida.
Ya he mencionado (2) la formación de agrupaciones con el objetivo de obtener una mayor fuerza para defender sus intereses.
Observemos que la palabra religión define al conjunto de normas referidas a una divinidad. Por ejemplo, el catolicismo es una religión que legisla ciertas normas referidas a Dios y a Jesús Cristo.
Pero además el vocablo religión está formado por la unión de dos ideas: el verbo «ligar» (unir), antecedido por la partícula «re» que intensifica el significado del verbo.
Por lo tanto, el vocablo religión alude en su origen a la unión reforzada de personas.
De esta forma desembocamos en el concepto de corporación (2), sindicato, gremio, es decir, agrupamientos de personas con intereses compartidos que se fortalecen contra los intereses del resto de la comunidad.
Dado que en las religiones se favorece el amor entre sus integrantes (feligreses) y teniendo en cuenta el fenómeno perceptivo desarrollado por la Gestalt (percibimos por contraste del tipo blanco sobre negro, etc.), llegamos a comprender cómo es inherente a las religiones el desamor hacia quienes no la integran.
Y este desamor es el sentimiento más adecuado para el régimen de libre competencia del capitalismo.
En suma: las prácticas religiosas tonifican la agresividad competitiva.
(1) Felizmente existen los feos
Mejor no hablemos de dinero
La indiferencia es mortífera
«Obama y yo somos diferentes»
«Soy fanático de la pobreza»
El diseño de los billetes
Amargo con bastante azúcar
El desprecio por amor
(2) Las corporaciones también sirven para abusar
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Una importante rama de la psicología se denomina Gestalt y está especializada en analizar las consecuencias psíquicas que se verifican a partir de cómo percibimos.
En varios artículos (1) he utilizado esta teoría para comentar ciertas particularidades de nuestra mente.
Nuevamente recurro a ella para contarles sobre cómo se organizan muchas personas para mejorar sus condiciones competitivas en la ardua tarea de ganar el dinero suficiente para acceder y conservar una aceptable calidad de vida.
Ya he mencionado (2) la formación de agrupaciones con el objetivo de obtener una mayor fuerza para defender sus intereses.
Observemos que la palabra religión define al conjunto de normas referidas a una divinidad. Por ejemplo, el catolicismo es una religión que legisla ciertas normas referidas a Dios y a Jesús Cristo.
Pero además el vocablo religión está formado por la unión de dos ideas: el verbo «ligar» (unir), antecedido por la partícula «re» que intensifica el significado del verbo.
Por lo tanto, el vocablo religión alude en su origen a la unión reforzada de personas.
De esta forma desembocamos en el concepto de corporación (2), sindicato, gremio, es decir, agrupamientos de personas con intereses compartidos que se fortalecen contra los intereses del resto de la comunidad.
Dado que en las religiones se favorece el amor entre sus integrantes (feligreses) y teniendo en cuenta el fenómeno perceptivo desarrollado por la Gestalt (percibimos por contraste del tipo blanco sobre negro, etc.), llegamos a comprender cómo es inherente a las religiones el desamor hacia quienes no la integran.
Y este desamor es el sentimiento más adecuado para el régimen de libre competencia del capitalismo.
En suma: las prácticas religiosas tonifican la agresividad competitiva.
(1) Felizmente existen los feos
Mejor no hablemos de dinero
La indiferencia es mortífera
«Obama y yo somos diferentes»
«Soy fanático de la pobreza»
El diseño de los billetes
Amargo con bastante azúcar
El desprecio por amor
(2) Las corporaciones también sirven para abusar
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El dolor vital
Nuestro instinto de conservación, la cultura y las religiones se ponen de acuerdo para restringir nuestra libertad y goce.
El instinto de conservación nos dice a todos los seres vivos: «No pongas en peligro tu vida»; «no tomes riesgos excesivos»; «cuídate».
La cultura nos dice: «No des rienda suelta a tus deseos»; «si intentas satisfacer todos tus apetitos, te castigaremos»; «tienes que reprimir tus impulsos egoístas».
Las religiones aumentan la apuesta cultural y agregan más restricciones, incorporando un personaje fantástico (dios) que, en la mayoría de ellas, tiene todos los poderes imaginables y anhelables por los portadores de esas fantasías, más la autorización suprema de aplicar todos los castigos y pruebas de resistencia imaginables y anhelables por los portadores de esas fantasías.
La sensación subjetiva que nos queda es que la vida está sometida a muchas más prohibiciones que habilitaciones, porque el instinto de conservación, la cultura y las religiones suman sus esfuerzos para quitarnos libertad, derechos, posibilidades.
Parto de la base de que esto es imprescindible para que todo funcione.
Parece ser que para que el fenómeno vida no se detenga, tiene que vencer múltiples resistencias.
En otras palabras —y como he mencionado en otros artículos (1)—, el fenómeno vida depende de la oposición que permanentemente tiene que vencer cada ser vivo, comenzando por la mismísima Ley de gravedad que nos aprieta contra el planeta hasta los deseos de muerte que anidan en nuestro inconsciente.
Y esa oposición, resistencia y obstáculos, tienen en común el dolor, físico y psíquico.
El cansancio y la angustia son los estímulos que el fenómeno vida requiere para no detenerse.
Cuando algo impide que las continuas y bienvenidas agresiones funcionen como estímulos vitalizantes, estamos a pocos minutos de la muerte pues nuestro cuerpo ya no puede sostener el fenómeno vida.
(1) Ver la fundamentación en el blog titulado Vivir duele
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El instinto de conservación nos dice a todos los seres vivos: «No pongas en peligro tu vida»; «no tomes riesgos excesivos»; «cuídate».
La cultura nos dice: «No des rienda suelta a tus deseos»; «si intentas satisfacer todos tus apetitos, te castigaremos»; «tienes que reprimir tus impulsos egoístas».
Las religiones aumentan la apuesta cultural y agregan más restricciones, incorporando un personaje fantástico (dios) que, en la mayoría de ellas, tiene todos los poderes imaginables y anhelables por los portadores de esas fantasías, más la autorización suprema de aplicar todos los castigos y pruebas de resistencia imaginables y anhelables por los portadores de esas fantasías.
La sensación subjetiva que nos queda es que la vida está sometida a muchas más prohibiciones que habilitaciones, porque el instinto de conservación, la cultura y las religiones suman sus esfuerzos para quitarnos libertad, derechos, posibilidades.
Parto de la base de que esto es imprescindible para que todo funcione.
Parece ser que para que el fenómeno vida no se detenga, tiene que vencer múltiples resistencias.
En otras palabras —y como he mencionado en otros artículos (1)—, el fenómeno vida depende de la oposición que permanentemente tiene que vencer cada ser vivo, comenzando por la mismísima Ley de gravedad que nos aprieta contra el planeta hasta los deseos de muerte que anidan en nuestro inconsciente.
Y esa oposición, resistencia y obstáculos, tienen en común el dolor, físico y psíquico.
El cansancio y la angustia son los estímulos que el fenómeno vida requiere para no detenerse.
Cuando algo impide que las continuas y bienvenidas agresiones funcionen como estímulos vitalizantes, estamos a pocos minutos de la muerte pues nuestro cuerpo ya no puede sostener el fenómeno vida.
(1) Ver la fundamentación en el blog titulado Vivir duele
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La confianza mata al hombre o a su santo protector
Pagar antes o después de recibir la mercancía o servicio, evidencia la confianza que se tienen los intervinientes.
Para entender nuestra psiquis, es preciso mirar detrás del «biombo».
Corresponde explicar qué es «el biombo».
Hay suficientes pruebas de que nuestras acciones están casi totalmente determinadas por nuestro inconsciente.
No sabemos por qué somos rabiosamente puntuales, aunque si nos preguntan, daremos alguna explicación coherente. Por lo tanto, la puntualidad real está detrás del biombo (por ejemplo, mamá odia a quienes llegan tarde y yo no viviría sin su amor) mientras que la explicación es un relato que hemos construido (o plagiado, copiándoselo a otros) para no mostrarnos tan superficiales, caprichosos, antojadizos.
No sabemos por qué desearíamos hacer una limpieza étnica matando a los homosexuales, aunque si nos preguntan daremos alguna explicación coherente. Por lo tanto, la homofobia real está detrás del biombo (por ejemplo, horror a la propia homosexualidad) mientras que la explicación es un relato que podrá creer nuestro público, quienes nos rodean, inclusive nosotros mismos.
Veamos un caso muy frecuente en ciertas culturas.
Ante los perjuicios sufridos con una enfermedad, algunas personas
a) contratarán los servicios de un experto que primero cobra para luego comenzar a trabajar en la curación. En muchos países esto está organizado de tal forma que los potenciales usuarios del servicio, pagan una pequeña cuota mensual por si algún día necesitaran recibir atención médica;
b) entablarán un diálogo con su dios, santo o virgen, utilizando o no los servicios de un intermediario (sacerdote), prometiéndole (al personaje imaginario) determinado sacrificio, contribución u ofrenda, si logra la curación.
Detrás del biombo, en el primer caso el curador no confía en el usuario (por eso le cobra antes) y en el segundo, el usuario no confía en el santo curador (por eso le paga según los resultados).
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Para entender nuestra psiquis, es preciso mirar detrás del «biombo».
Corresponde explicar qué es «el biombo».
Hay suficientes pruebas de que nuestras acciones están casi totalmente determinadas por nuestro inconsciente.
No sabemos por qué somos rabiosamente puntuales, aunque si nos preguntan, daremos alguna explicación coherente. Por lo tanto, la puntualidad real está detrás del biombo (por ejemplo, mamá odia a quienes llegan tarde y yo no viviría sin su amor) mientras que la explicación es un relato que hemos construido (o plagiado, copiándoselo a otros) para no mostrarnos tan superficiales, caprichosos, antojadizos.
No sabemos por qué desearíamos hacer una limpieza étnica matando a los homosexuales, aunque si nos preguntan daremos alguna explicación coherente. Por lo tanto, la homofobia real está detrás del biombo (por ejemplo, horror a la propia homosexualidad) mientras que la explicación es un relato que podrá creer nuestro público, quienes nos rodean, inclusive nosotros mismos.
Veamos un caso muy frecuente en ciertas culturas.
Ante los perjuicios sufridos con una enfermedad, algunas personas
a) contratarán los servicios de un experto que primero cobra para luego comenzar a trabajar en la curación. En muchos países esto está organizado de tal forma que los potenciales usuarios del servicio, pagan una pequeña cuota mensual por si algún día necesitaran recibir atención médica;
b) entablarán un diálogo con su dios, santo o virgen, utilizando o no los servicios de un intermediario (sacerdote), prometiéndole (al personaje imaginario) determinado sacrificio, contribución u ofrenda, si logra la curación.
Detrás del biombo, en el primer caso el curador no confía en el usuario (por eso le cobra antes) y en el segundo, el usuario no confía en el santo curador (por eso le paga según los resultados).
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Los dioses son tan humanos como hace falta
La riqueza del Vaticano no puede ser repartida porque provocaría la furia de Dios y, en vez de hambre, tendríamos desgracias aún peores.
Sólo es necesario observar qué hacen los fieles con sus dioses, santos y personajes poderosos, para tener un mapa bastante confiable de cuáles son sus sentimientos personales.
Esto es así porque las figuras imaginadas con poderes especiales, son creadas a imagen y semejanza de quienes las diseñan para su posterior adoración y aprovechamiento.
Los dioses siempre son más poderosos que sus fieles. Por eso fueron creados, para utilizar su fuerza extraordinaria en la protección, defensa y privilegios de sus fieles y creadores.
Para que esta invención funcione, también tienen que existir semejanzas entre el todopoderoso y sus beneficiarios, porque si no existieran estos elementos en común, no sería posible entablar el diálogo dios-ser humano que habilite las intensas transacciones que el humano inventor necesita tramitar con él.
Por ejemplo, cuando los diseñadores del personaje omnipotente lo imaginan violento, justiciero y vengativo, podemos pensar —sin temor a equivocarnos—, que los fieles también lo son ... aunque no puedan ejercerlo con todo su esplendor porque carecen del poder, inmortalidad e indestructibilidad que le asignaron al personaje inventado.
Cuando los diseñadores del personaje omnipotente lo suponen sensible a los regalos, generoso con quienes comparten con él la mejor parte de los dones recibidos y sensible a los sobornos, podemos pensar —sin temor a equivocarnos—, que los fieles también tienen esas preferencias.
Y finalmente, a quienes no logran explicarse cómo algunas iglesias —en especial la Católica—, toleran la convivencia de riquezas obscenas con semejantes hambrientos, debo decirles que, a los devotos de esas religiones —y por lo tanto a los dioses por ellos creados— los pone furiosos y vengativos devolver los regalos, ofrendas o sobornos.
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Sólo es necesario observar qué hacen los fieles con sus dioses, santos y personajes poderosos, para tener un mapa bastante confiable de cuáles son sus sentimientos personales.
Esto es así porque las figuras imaginadas con poderes especiales, son creadas a imagen y semejanza de quienes las diseñan para su posterior adoración y aprovechamiento.
Los dioses siempre son más poderosos que sus fieles. Por eso fueron creados, para utilizar su fuerza extraordinaria en la protección, defensa y privilegios de sus fieles y creadores.
Para que esta invención funcione, también tienen que existir semejanzas entre el todopoderoso y sus beneficiarios, porque si no existieran estos elementos en común, no sería posible entablar el diálogo dios-ser humano que habilite las intensas transacciones que el humano inventor necesita tramitar con él.
Por ejemplo, cuando los diseñadores del personaje omnipotente lo imaginan violento, justiciero y vengativo, podemos pensar —sin temor a equivocarnos—, que los fieles también lo son ... aunque no puedan ejercerlo con todo su esplendor porque carecen del poder, inmortalidad e indestructibilidad que le asignaron al personaje inventado.
Cuando los diseñadores del personaje omnipotente lo suponen sensible a los regalos, generoso con quienes comparten con él la mejor parte de los dones recibidos y sensible a los sobornos, podemos pensar —sin temor a equivocarnos—, que los fieles también tienen esas preferencias.
Y finalmente, a quienes no logran explicarse cómo algunas iglesias —en especial la Católica—, toleran la convivencia de riquezas obscenas con semejantes hambrientos, debo decirles que, a los devotos de esas religiones —y por lo tanto a los dioses por ellos creados— los pone furiosos y vengativos devolver los regalos, ofrendas o sobornos.
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Los dioses y el sistema inmunológico
La creencia en dioses es un delirio colectivo que nos alivia.
Todos los pueblos, desde el origen de la especie, creen en la existencia de uno o más dioses.
Esta idea forma parte del funcionamiento mental básico.
Si aceptamos suponer que todo es materia y que nuestros pensamientos son segregados por el cerebro (o algún otro órgano), entonces, junto con las otras funcionalidades propias de nuestra anatomía, también imaginamos la existencia de algo o alguien omnipotente que nos ayuda, nos salva, nos proteje (como lo hace el sistema inmunológico)
Me animo a decir que los ateos tenemos esa funcionalidad atrofiada.
Esa creencia que nos surge espontáneamente, es un intento de disminuir nuestra angustia existencial de varias formas.
Es decir, la creencia en un ser superior, alguien que construyó todo lo que vemos, que es capaz de saber, observar y lograr lo que desee, no es más que nuestro propio deseo de tener ese poder.
Los poderes deseados e imaginados, son tan grandes, poderosos y absolutos como la debilidad que nos angustia. Si nos sentimos muy débiles (enfermos, accidentados, ancianos) soñaremos con la existencia de algo suficientemente capaz de salvarnos.
Este anhelo es un pensamiento tranquilizador, es una función mental capaz de distraernos de lo que nos agobia, nos preocupa, nos aterroriza.
Como toda obra creativa, ese dios está hecho a nuestra imagen y semejanza. Inconscientemente, somos nosotros mismos pero inmortales, todopoderosos, y —sobre todo— que nos ama tanto como nos amamos (narcisismo).
Un delirio psicótico es una forma de percibir la realidad que difiere de cómo la ven otros, pero que el delirante igualmente utiliza para organizar su vida en función de ella.
La creencia en dioses tiene una estructura delirante pero no es psicótica porque es compartida por una mayoría de personas.
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Todos los pueblos, desde el origen de la especie, creen en la existencia de uno o más dioses.
Esta idea forma parte del funcionamiento mental básico.
Si aceptamos suponer que todo es materia y que nuestros pensamientos son segregados por el cerebro (o algún otro órgano), entonces, junto con las otras funcionalidades propias de nuestra anatomía, también imaginamos la existencia de algo o alguien omnipotente que nos ayuda, nos salva, nos proteje (como lo hace el sistema inmunológico)
Me animo a decir que los ateos tenemos esa funcionalidad atrofiada.
Esa creencia que nos surge espontáneamente, es un intento de disminuir nuestra angustia existencial de varias formas.
Es decir, la creencia en un ser superior, alguien que construyó todo lo que vemos, que es capaz de saber, observar y lograr lo que desee, no es más que nuestro propio deseo de tener ese poder.
Los poderes deseados e imaginados, son tan grandes, poderosos y absolutos como la debilidad que nos angustia. Si nos sentimos muy débiles (enfermos, accidentados, ancianos) soñaremos con la existencia de algo suficientemente capaz de salvarnos.
Este anhelo es un pensamiento tranquilizador, es una función mental capaz de distraernos de lo que nos agobia, nos preocupa, nos aterroriza.
Como toda obra creativa, ese dios está hecho a nuestra imagen y semejanza. Inconscientemente, somos nosotros mismos pero inmortales, todopoderosos, y —sobre todo— que nos ama tanto como nos amamos (narcisismo).
Un delirio psicótico es una forma de percibir la realidad que difiere de cómo la ven otros, pero que el delirante igualmente utiliza para organizar su vida en función de ella.
La creencia en dioses tiene una estructura delirante pero no es psicótica porque es compartida por una mayoría de personas.
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We love Fidel Castro
El líder cubano es estratégicamente, pro yanqui.
No me siento innoble cuando señalo algunas características negativas de las religiones, porque estoy seguro de que mi esfuerzo no hace más que tonificarlas.
Hace décadas que valoro los obstáculos, las resistencias o la oposición en tanto son factores de fortalecimiento a pesar de que el obtuso sentido común vocifere lo contrario.
Por ejemplo, sin la fuerza de gravedad, los árboles no crecerían, las aves no volarían ni podríamos vivir sobre la tierra.
Esa constante atracción hacia el centro del planeta nos consume enormes cantidades de energía … que necesitamos gastar para vivir.
Los líderes políticos lo saben: cuando quieren unir a los ciudadanos para apoyar sus emprendimientos más arriesgados, inventan enemigos, ataques, peligros, al mismo tiempo que se erigen como defensores infalibles, siempre y cuando ese colectivo —imaginariamente en peligro—, colabore con ellos en todo lo que sea necesario. Inmolándose, si fuera preciso.
Por lo tanto, mi duda sobre la existencia de Dios reafirma a los creyentes.
Si existe algo para lamentar en mi propuesta atea y antirreligiosa, es que no sea más contundente, para colaborar mejor.
En este caso, el tema religioso no es más que un prolegómeno a un asunto del que nunca he oído hablar.
Me refiero al larguísimo conflicto entre Estados Unidos y Cuba.
No podría asegurar que Fidel Castro haya firmado acuerdos con todos y cada uno de los gobernantes que pasaron por la Casa Blanca desde que la Revolución Cubana llegó al poder, pero es posible suponer que la enemistad es tan solo aparente porque ambos se benefician de que sus respectivos pueblos lo crean real.
El pueblo norteamericano paga muchos impuestos para mantener un ejército que lo salve del comunismo y los cubanos pasan mil penurias para que la gloriosa Revolución no fracase.
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No me siento innoble cuando señalo algunas características negativas de las religiones, porque estoy seguro de que mi esfuerzo no hace más que tonificarlas.
Hace décadas que valoro los obstáculos, las resistencias o la oposición en tanto son factores de fortalecimiento a pesar de que el obtuso sentido común vocifere lo contrario.
Por ejemplo, sin la fuerza de gravedad, los árboles no crecerían, las aves no volarían ni podríamos vivir sobre la tierra.
Esa constante atracción hacia el centro del planeta nos consume enormes cantidades de energía … que necesitamos gastar para vivir.
Los líderes políticos lo saben: cuando quieren unir a los ciudadanos para apoyar sus emprendimientos más arriesgados, inventan enemigos, ataques, peligros, al mismo tiempo que se erigen como defensores infalibles, siempre y cuando ese colectivo —imaginariamente en peligro—, colabore con ellos en todo lo que sea necesario. Inmolándose, si fuera preciso.
Por lo tanto, mi duda sobre la existencia de Dios reafirma a los creyentes.
Si existe algo para lamentar en mi propuesta atea y antirreligiosa, es que no sea más contundente, para colaborar mejor.
En este caso, el tema religioso no es más que un prolegómeno a un asunto del que nunca he oído hablar.
Me refiero al larguísimo conflicto entre Estados Unidos y Cuba.
No podría asegurar que Fidel Castro haya firmado acuerdos con todos y cada uno de los gobernantes que pasaron por la Casa Blanca desde que la Revolución Cubana llegó al poder, pero es posible suponer que la enemistad es tan solo aparente porque ambos se benefician de que sus respectivos pueblos lo crean real.
El pueblo norteamericano paga muchos impuestos para mantener un ejército que lo salve del comunismo y los cubanos pasan mil penurias para que la gloriosa Revolución no fracase.
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La fe en la magia
Las religiones se toman en serio la divertida ilusión que nos proponen los magos.
Lo que llamamos «magos» son en realidad «ilusionistas».
Un mago sería (si existiera) un personaje dotado de poderes sobrenaturales, que realiza actos sorprendentes, milagrosos, reñidos con la lógica, mientras que un ilusionista es quien genera ante nosotros ciertos movimientos que nos hacen creer que un hecho mágico acaba de ocurrir.
Por lo tanto, lo que todos conocemos son personas que nos inducen ciertas creencias, visiones, interpretaciones de la realidad. Por ejemplo, nos hacen creer que con un movimiento aparatoso de sus manos, atravesaron un vidrio sin romperlo.
Dicho de otra forma, el acto mágico ocurre en nuestras mentes, somos los espectadores quienes le asignamos esa cualidad al sorprendente fenómeno que nos hicieron ver.
No solamente intervienen en esa conclusión nuestra incapacidad para percibir todos los detalles del truco, sino que es principal ejecutor de esta ilusión, nuestro anhelo de que ese tipo de cosas ocurran.
¿Por qué disfrutamos tanto con esos fenómenos milagrosos? Uno de los factores determinantes —aunque no el único—, es la megalomanía, la omnipotencia, la alocada suposición de que somos muy poderosos, de que «querer es poder» o que los límites a nuestros emprendimientos no son más que manifestaciones de nuestra falta de fe, debilidad espiritual o simple haraganería.
Recuerdo un grafiti que decía: «Lo imposible sólo toma un poco más de tiempo».
Mi cuestionamiento a las religiones se debe a que los clérigos alientan a sus fieles para que cuenten con esos poderes mágicos, para que cuenten con que «la fe mueve montañas», y como garantía de esas promesas, todo lo que no se logre en esta existencia, se logrará después de la muerte.
La vida mágica sólo es rentable para Disney Word (imagen).
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Lo que llamamos «magos» son en realidad «ilusionistas».
Un mago sería (si existiera) un personaje dotado de poderes sobrenaturales, que realiza actos sorprendentes, milagrosos, reñidos con la lógica, mientras que un ilusionista es quien genera ante nosotros ciertos movimientos que nos hacen creer que un hecho mágico acaba de ocurrir.
Por lo tanto, lo que todos conocemos son personas que nos inducen ciertas creencias, visiones, interpretaciones de la realidad. Por ejemplo, nos hacen creer que con un movimiento aparatoso de sus manos, atravesaron un vidrio sin romperlo.
Dicho de otra forma, el acto mágico ocurre en nuestras mentes, somos los espectadores quienes le asignamos esa cualidad al sorprendente fenómeno que nos hicieron ver.
No solamente intervienen en esa conclusión nuestra incapacidad para percibir todos los detalles del truco, sino que es principal ejecutor de esta ilusión, nuestro anhelo de que ese tipo de cosas ocurran.
¿Por qué disfrutamos tanto con esos fenómenos milagrosos? Uno de los factores determinantes —aunque no el único—, es la megalomanía, la omnipotencia, la alocada suposición de que somos muy poderosos, de que «querer es poder» o que los límites a nuestros emprendimientos no son más que manifestaciones de nuestra falta de fe, debilidad espiritual o simple haraganería.
Recuerdo un grafiti que decía: «Lo imposible sólo toma un poco más de tiempo».
Mi cuestionamiento a las religiones se debe a que los clérigos alientan a sus fieles para que cuenten con esos poderes mágicos, para que cuenten con que «la fe mueve montañas», y como garantía de esas promesas, todo lo que no se logre en esta existencia, se logrará después de la muerte.
La vida mágica sólo es rentable para Disney Word (imagen).
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Gracias a Dios, los ateos no creemos en ...
Los religiosos y los ateos somos neuróticos muy similares, inclusive en la creencia de que somos muy distintos.
Los neuróticos somos mayoría.
Por ser mayoría, es posible decir que nosotros somos los normales, en tanto es norma padecer estas distorsiones de la realidad (negarla, proyectar las responsabilidades o culpas en los demás, creernos algo omnipotentes, estar en conflicto con nuestros deseos homosexuales, padecer leves y llevaderas obsesiones, fobias, histeria, paranoia, hipocondría y demás adornos psicológicos).
¿Qué diferencia hay entre un neurótico religioso y un neurótico ateo (como yo)?
La diferencia no deja de ser formal.
Los religiosos están pendientes de no pecar transgrediendo los preceptos de su dios, libro sagrado y tradición, mientras que los ateos estamos pendientes de no pecar transgrediendo nuestras propias aspiraciones, proyectos de vida e ideales.
Tanto los mandatos religiosos como las aspiraciones programáticas de los ateos, son en gran medida apartados de los designios de la naturaleza.
Ambas posturas ante la vida, implican forzar en parte nuestros instintos, responden más bien a los reglamentos propios de la cultura que integramos.
En otras palabras, religiosos y ateos somos fieles a un «deber ser», según las palabras de Dios o según los principios, filosofía, doctrina, ideología, respectivamente.
La expresión «somos fieles a» atiende a quienes, a su vez, creen en el libre albedrío y debería decir «estamos determinados por» para atender a los creyentes en el determinismo.
Religiosos y ateos cometemos el mismo error: suponemos que algo está bien mientras que su contrario, está mal.
Dicho de otro modo: los religiosos creen en el error de los ateos y viceversa.
Correlativamente a esta diferencia básica, los religiosos confían más en los religiosos y desconfían de los ateos porque somos materialistas.
Los ateos dudamos del realismo de los religiosos, pues cuentan con un ser (Dios) de existencia imaginaria.
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Los neuróticos somos mayoría.
Por ser mayoría, es posible decir que nosotros somos los normales, en tanto es norma padecer estas distorsiones de la realidad (negarla, proyectar las responsabilidades o culpas en los demás, creernos algo omnipotentes, estar en conflicto con nuestros deseos homosexuales, padecer leves y llevaderas obsesiones, fobias, histeria, paranoia, hipocondría y demás adornos psicológicos).
¿Qué diferencia hay entre un neurótico religioso y un neurótico ateo (como yo)?
La diferencia no deja de ser formal.
Los religiosos están pendientes de no pecar transgrediendo los preceptos de su dios, libro sagrado y tradición, mientras que los ateos estamos pendientes de no pecar transgrediendo nuestras propias aspiraciones, proyectos de vida e ideales.
Tanto los mandatos religiosos como las aspiraciones programáticas de los ateos, son en gran medida apartados de los designios de la naturaleza.
Ambas posturas ante la vida, implican forzar en parte nuestros instintos, responden más bien a los reglamentos propios de la cultura que integramos.
En otras palabras, religiosos y ateos somos fieles a un «deber ser», según las palabras de Dios o según los principios, filosofía, doctrina, ideología, respectivamente.
La expresión «somos fieles a» atiende a quienes, a su vez, creen en el libre albedrío y debería decir «estamos determinados por» para atender a los creyentes en el determinismo.
Religiosos y ateos cometemos el mismo error: suponemos que algo está bien mientras que su contrario, está mal.
Dicho de otro modo: los religiosos creen en el error de los ateos y viceversa.
Correlativamente a esta diferencia básica, los religiosos confían más en los religiosos y desconfían de los ateos porque somos materialistas.
Los ateos dudamos del realismo de los religiosos, pues cuentan con un ser (Dios) de existencia imaginaria.
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