La creencia en dioses es un delirio colectivo que nos alivia.
Todos los pueblos, desde el origen de la especie, creen en la existencia de uno o más dioses.
Esta idea forma parte del funcionamiento mental básico.
Si aceptamos suponer que todo es materia y que nuestros pensamientos son segregados por el cerebro (o algún otro órgano), entonces, junto con las otras funcionalidades propias de nuestra anatomía, también imaginamos la existencia de algo o alguien omnipotente que nos ayuda, nos salva, nos proteje (como lo hace el sistema inmunológico)
Me animo a decir que los ateos tenemos esa funcionalidad atrofiada.
Esa creencia que nos surge espontáneamente, es un intento de disminuir nuestra angustia existencial de varias formas.
Es decir, la creencia en un ser superior, alguien que construyó todo lo que vemos, que es capaz de saber, observar y lograr lo que desee, no es más que nuestro propio deseo de tener ese poder.
Los poderes deseados e imaginados, son tan grandes, poderosos y absolutos como la debilidad que nos angustia. Si nos sentimos muy débiles (enfermos, accidentados, ancianos) soñaremos con la existencia de algo suficientemente capaz de salvarnos.
Este anhelo es un pensamiento tranquilizador, es una función mental capaz de distraernos de lo que nos agobia, nos preocupa, nos aterroriza.
Como toda obra creativa, ese dios está hecho a nuestra imagen y semejanza. Inconscientemente, somos nosotros mismos pero inmortales, todopoderosos, y —sobre todo— que nos ama tanto como nos amamos (narcisismo).
Un delirio psicótico es una forma de percibir la realidad que difiere de cómo la ven otros, pero que el delirante igualmente utiliza para organizar su vida en función de ella.
La creencia en dioses tiene una estructura delirante pero no es psicótica porque es compartida por una mayoría de personas.
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