Sin darnos cuenta los humanos nos casamos
pretendiendo ser hijos únicos con alguien que representa a nuestra madre
exclusiva jamás compartida.
En general quienes tienen hermanos
no confiesan cuánto los odian y cuánto desearían su desaparición pues nadie
quiere compartir a la madre.
Este odio al hermano quizá sea
el origen de toda hipocresía pues la sociedad se encarga de reprimirlo
ferozmente, acusando a los niños de una maldad suprema, de ser mezquinos y
fratricidas.
Felizmente pocas de estas
intenciones homicidas llegan a concretarse, aunque tenemos un antecedente
bíblico muy significativo.
El primer ser humano que nació
después de que Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso, fue Caín. Al tiempo,
la misma pareja, y siempre según el libro del Génesis (Biblia), dio a luz a
Abel, quien años más tarde fue asesinado de un golpe en la cabeza por su
hermano mayor.
¿Motivo del asesinato?
¡¡¡Celos!!!
Aunque el libro del Génesis cuenta
que los celos de Caín referían a una cierta predilección que demostró Dios por
Abel, en pleno siglo 21 ya podemos pensar que en realidad Caín no soportó
perder la exclusividad en los cuidados, atenciones y mimos que Eva le profesó
mientras fue hijo único.
Pero estas reflexiones, que
refieren a uno de los mitos más antiguos, están acá para hablar de otro asunto
igualmente grave.
En las parejas siempre ocurren
situaciones de celos absolutamente injustas, irracionales, indignas.
Efectivamente, cada cónyuge
exige que su pareja le sea 100% fiel pero aceptaría tener aventuras
clandestinas con otras personas.
Este pensamiento que puede
alojarse cómodamente en nuestras mentes, tiene sus consecuencias: los cónyuges
suelen caer en actos de infidelidad que, de ser conocidos por el otro, terminan
definitivamente con el vínculo.
Sin darnos cuenta los humanos
nos casamos con alguien que representa a nuestra madre exclusiva, jamás
compartida.
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al actual:
(Este es el Artículo Nº 1.811)
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