La violación menos penalizada se caracteriza porque
la víctima debe actuar dolorosamente contrariada porque no supo negarse cuando
pudo hacerlo.
Se
denomina violación a un acto sexual no consentido por una de las partes.
A
veces, como es el caso de los muy pequeños de edad, este consentimiento puede
existir pero ser inválido porque aún no tienen madurez emocional o intelectual
como para tomar decisiones sobre la propia sexualidad.
En
el caso de los cónyuges, comprometidos ante la sociedad o ante Dios a convivir,
existe violación cuando uno de los cónyuges se siente obligado a ceder a las
solicitudes del otro.
Solemos
pensar que la violada siempre es la mujer, pero también ocurre que el violado
es el varón cuando ella ejerce presión psicológica sobre él para que «cumpla
como hombre».
Estas
violaciones matrimoniales no parecen ser muy graves a pesar de ser alcanzadas
por el calificativo, pero cuando alguien no sabe decir «no» cuando debería
decirlo si respetara su propio deseo (a nivel familiar, laboral, social),
seguramente se verá auto-violado y tendrá sentimientos similares a los que
padecen quienes son conscientes de ser víctimas de tal vejamen.
Nuestra cultura valora de
diferente forma estas infracciones graves.
El ataque sexual a niños es el
más indignante. Los humanos somos impiadosos con quienes lo realicen, sin
considerar que la mayoría de esos actores padecen una enfermedad mental no
diagnosticada.
El ataque sexual a personas
adultas es menos indignante porque para muchos siempre está en duda la
seducción impuesta por la víctima.
Por ejemplo, está claro que
algunas actitudes femeninas son más peligrosas que otras, pues el despliegue
seductor activa un instinto tan poderoso como es el reproductivo.
La violación menos penalizada,
porque es ignorada hasta por la víctima, ocurre cuando esta actúa dolorosamente
contrariada porque no supo negarse cuando pudo hacerlo.
(Este es el Artículo Nº 1.871)
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