Tenemos muchas necesidades pero cualquier pequeña
ayuda nos alcanza. No necesitamos a un ser superior, mágico y omnipotente
(Dios).
Me declaro humanamente feliz, es
decir, sin grandes pretensiones: a veces estoy contento y otras veces estoy
triste, como todo el mundo. Me parece que no podemos pretender más que eso.
Para sentirme satisfecho no
necesito ser romántico, ni creer en Dios, ni pensar bien de los integrantes de
la especie. Por el contrario estoy convencido de que el amor es un sentimiento
sublime porque nos gratifica orgánicamente, pero que es la sensación subjetiva
de contar con alguien a quien necesitamos, es decir, que amar es imaginar que
el ser amado nos dará lo que necesitemos, ... como hizo nuestra madre.
Estoy convencido de que Dios no
existe sino que se trata de una fantasía necesaria para disminuir nuestra
ansiedad, miedo, angustia, apelando a la esperanza y a la ilusión, es decir,
apelando a formas de distorsionar la realidad, de mentirnos, de engañarnos como
a niños.
Para acceder a mi modesta
felicidad que me tiene conforme, tampoco quiero creer que los humanos somos una
especie maravillosa, superior a las demás. Por el contrario creo que valemos lo
mismo que cualquier otra y que, como nos necesitamos mutuamente de tan débiles
y vulnerables que somos, nos amamos. Podemos amarnos a pesar de no ser tan
excepcionales.
En otras palabras, no tenemos
necesidad de imaginarnos maravillosos para poder amarnos. Se puede ser
humanamente feliz sin engañarnos con sobrevaloraciones. El amor brinda
felicidad, pero para sentirlo no es imprescindible imaginar que el o los seres
amados, son seres superiores, maravillosos.
Nuestros seres amados pueden ser
vulgares, comunes y corrientes, porque somos tan vulnerables que las ayudas que
necesitamos no tienen por qué provenir de seres mágicos omnipotentes, (Dios),
ni de seres humanos extraordinarios.
(Este es el Artículo Nº 1.842)
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