domingo, 7 de abril de 2013

El amor al dinero o a Dios

 
Quienes aman el dinero tienen fe en la sociedad que lo emite y quienes solo aman a su Dios tienen exclusivamente fe en sí mismos.

Los humanos no somos caprichosamente desconformes: necesitamos, deseamos y anhelamos cosas diferentes a lo largo de la vida.

Esta condición puede ser una consecuencia de nuestro instinto gregario o, por qué no, la causa de ese instinto. En otras palabras:

— o tendemos a reunirnos en colectividades y por eso aprovechamos las diferentes destrezas de nuestros compañeros para disfrutar de sensaciones distintas;

— o es nuestra necesidad de disfrutar sensaciones diferentes lo que nos lleva a reunirnos con gente que tenga distintas habilidades.

Sea por el motivo que sea, el hecho es que durante toda la vida practicamos el trueque.

Cinco siglos antes de Cristo aparecieron las monedas: trocitos de metal valioso que podían ser cambiados por cualquier objeto.

Hace apenas dos o tres siglos nos animamos a remplazar esas monedas poseedoras de un valor propio (el metal precioso del que estaban compuestas) por los trozos de papel pintado que hoy usamos como dinero en forma de billetes.

Este cambio fue dramático, revolucionario, insólito. ¿Puede imaginar el estado de ánimo de quien permutó, (compró), una casa entregando una cantidad de monedas de oro y termina canjeándola, (vendiéndola), por una cantidad de papeles?

Esta revolución consistió en pasar del dinero material al dinero fiduciario, es decir, al dinero cuya circulación y aceptación dependen exclusivamente de la confianza que inspire entre los ciudadanos.

Eso es el dinero fiduciario: un papel que inspira confianza, credibilidad, fe.

La pasión, el amor, la predilección por uno mismo se denominan egoísmo, egocentrismo, individualismo.

Podríamos concluir que: Quienes aman el dinero tienen fe en la sociedad que lo emite y quienes solo aman a su Dios tienen exclusivamente fe en sí mismos.

(Este es el Artículo Nº 1.831)


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