Los idiomas no pueden ser traducidos y
cuando leemos una traducción creemos ingenuamente que estamos entendiendo lo
que dijo el autor.
Por algún motivo
tengo la sensación de que la leyenda que refiere a la Torre de Babel es más
cierta de lo que parece.
Como
los humanos somos curiosos y queremos saber, no escarmentamos con el castigo
divino de «ganarnos el pan con el sudor de la frente» y de «parir con dolor», y
fue así como se nos ocurrió ver qué había en el cielo, para lo cual iniciamos
la construcción de la Torre de Babel.
Dios,
que ya nos había condenado porque Adán y Eva comieron del árbol del
conocimiento del bien y del mal, nos castigó cambiándole el lenguaje a cada
obrero por lo cual tuvieron que interrumpir la construcción, dispersarse por el
planeta y comenzar así el aun vigente fenómeno del multilingüismo.
Según
esta leyenda, aparecieron el inglés, el alemán, el árabe, el castellano y todos
los idiomas que conocemos.
Pero
como los humanos somos transgresores por naturaleza, ¿qué hicimos los muy
pícaros?: inventamos la tarea de traducir, es decir, estudiar las equivalencias
entre el sonido que representa a «mamá» en árabe
y la palabra que
representa a «mamá» en español.
Y ahora intercalo mi interpretación de los acontecimientos:
Como Dios es más astuto que los seres humanos, deja que nosotros hagamos
estas traducciones sin advertirnos que, siguiendo con el ejemplo, la madre
árabe es muy diferente a la madre de los hispanos.
De esta situación surge que cuando los hispanos leemos un texto
traducido del árabe creemos ingenuamente que estamos entendiendo qué significa
«mamá» para ellos, pero no es así porque la mamá árabe es muy diferente a la
mamá hispana.
En suma:
traducir correctamente es imposible y el castigo divino sigue siendo eficaz.
(Este es el Artículo Nº 1.786)
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