Cuando Mariana tenía doce años
era popular entre sus compañeros de colegio porque nadie le había ganado en
carreras de cien metros.
Ella estaba muy orgullosa de
ser especialmente amada por todos y, por qué no reconocerlo, también sentía un
plus de goce imaginando que algunas compañeras, con cabelleras más hermosa, con
senos muy vistosos y muy solicitadas por los chicos para bailar, envidiaban la
velocidad de las piernas de Mariana.
Cierta vez, en una competencia
realizada entre varios colegios del barrio, Mariana, por primera vez, fue
vencida por otra niña, de la misma edad pero un poquito más alta, muy delgada y
afrodescendiente.
Los compañeros de Mariana
intentaron alentarla disimulando la bronca que sentían por haber perdido el
trofeo. El sacerdote que los lideraba también la consoló hipócritamente.
Ella nunca hubiera imaginado
que eso era fracasar. Jamás había sentido tanto dolor imposible de explicar e
imposible de calmar hablándolo con la almohada o escribiéndolo en el diario
íntimo.
No podía dormir, lloraba,
sentía dolor en el estómago, encendía la luz y se miraba las piernas pensando
que en ellas estaría la explicación de algo tan insólito.
En las primeras horas de la
madrugada imaginó una escena maravillosa.
Los familiares de la ganadora
estaban reunidos a la hora de cenar. Padres, hermanos, abuelos, tíos. Una mesa
larga. Cuando todos ya tenían servido su plato de comida, el padre los invitó a
rezar como era tradición. Comenzó por agradecer a Dios el plato de comida que
tenían delante y para terminar mencionó la carrera que había ganado su hija
allí presente. El hombre le agradeció a Dios que existiera una persona como
Mariana, que a pesar de ser la mejor de todas, que a pesar de tener las piernas
más veloces, también tenía la bondad de cederle el primer lugar a su hija, que
nunca había ganado una carrera y que a partir de ahora sentiría más confianza
en sí misma para convertirse en una mujer feliz... gracias a la generosidad de
Mariana. «¡Que Dios Bendiga a Mariana!», dijeron a coro los comensales
compartiendo las lágrimas del padre.
Esta imagen provocó una incontenible felicidad en la joven que no podía
dormir, sumiéndola en un sueño profundo y reparador.
Como corresponde a una chica inteligente, que aprovecha las
oportunidades que le ofrece la vida, nunca más quiso ganar una carrera y dedicó
toda su vida a fracasar para cederle a otras personas y a sus familias el
placer de tener un hijo exitoso, segura de que en todas las cenas familiares
alabarían el nombre de Mariana ..., con lo cual recibiría una gratificación
superior a cualquier otra.
(Este es el Artículo Nº 1.881)
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