domingo, 4 de agosto de 2013

El curso para padres




El «pan debajo del brazo» que traen los niños es el aprendizaje de una escala de valores definitivamente realista.

Alguna vez habrás oído decir que «los hijos vienen con un pan debajo del brazo».

Esta expresión quiere decir que el aumento en los gastos familiares inherentes a la incorporación de un nuevo integrante se solventa porque el propio niño genera condiciones que lo vuelven autosustentable.

Quienes prefieren remarcar la condición espiritual del ser humano, de la planificación familiar y de la vida misma, suelen interpretar lo del «pan debajo del brazo» en un sentido más místico, pensando que Dios se encargará de poner el dinero que falte con tal de que los futuros padres no se sientan cohibidos por las dificultades económicas que se les avecinan cuando la mujer, angustiada ante la conmovedora noticia, piensa: «¡Otra vez embarazada! ¡Cómo vamos a hacer!», y para comunicárselo al futuro padre tiene que elaborar estrategias y cuidados que eviten asustarlo, amargarlo o quizás enojarlo.

La filosofía espiritualista no acompasa los tiempos.

Lo del «pan debajo del brazo» fue un estímulo elemental, básico, simple, para personas escasamente formadas e informadas, a quienes había que alentar de alguna manera para que se reprodujeran y asumieran la sobrecarga de trabajo que generan los niños después de que nacen.

El estímulo a la reproducción tenía un objetivo que muchos rechazarían si fuera cierto que los gobernantes querían más jóvenes para mandarlos a la guerra en beneficio de ambiciones de poder demenciales.

Sin embargo, existe un «pan debajo del brazo» que sí podemos reconocer como existente.

Los jóvenes que no tienen jerarquizada su escala de valores porque poseen un conocimiento excesivamente teórico de lo que es vivir, cuando conciben un niño se enteran que nada es más importante que la conservación propia y de la especie. (1)

(1) Blog dedicado a la conservación de la especie: La única misión  

(Este es el Artículo Nº 1.958)

El cristianismo propone perder el tiempo



 
Por cómo está diseñada la doctrina cristiana confiar en Dios es no hacer casi nada.

Los cristianos tienen una forma de pensar que podría favorecer la pobreza, es decir, que podrían darle mejor salud y permanencia a ese flagelo.

Ellos piensan que la «comunión» es el comenzar a gustar una promesa de Dios y alimentar el deseo de la posesión perpetua. Es una anticipación de la vida eterna aquí en la Tierra.

Por «comunión» puede entenderse la íntima relación que experimentan los cristianos con Dios, con Cristo, con el Espíritu Santo  y con los demás creyentes.
 
Obsérvese qué extraña palabra tiene nuestro idioma: «procastinar». Con ella queremos decir «diferir, postergar, dejar para más adelante, aplazar».

Cuando usted y yo
«procastinamos» nos empobrecemos. Como vivimos en un mundo casi totalmente capitalista, el tiempo es dinero y malgastarlo «procastinando», (¡me gustó la palabrita!), incurrimos en un despilfarro irresponsable.

Claro que nadie puede culpar a un ser humano enviciado con una «procastinación» publicitada desde quienes parecen detentar la bondad, la ética, el bienpensar (si ya existe la palabra «bienestar» debería existir la palabra «bienpensar»).

Obsérvese que, según las definiciones conocidas, el vicio es lo contrario de la virtud y las iglesias cristianas dicen que ellos pregonan las virtudes aunque, sin quererlo supongo, promueven la postergación indefinida porque si creemos en la eternidad de nuestra existencia, ¿para qué vamos a apurarnos?

Nos alientan para tener esperanza, lo cual parece positivo porque eso favorecería la perseverancia, el tesón, el trabajo productivo, pero en realidad esa esperanza es tan grandiosa que también favorece la «procastinación».

Para los cristianos la esperanza es la confianza en que Dios cumplirá sus promesas y estas promesas son muy optimistas, paternalistas, estimulantes de la indolencia.

Por cómo está diseñada esta doctrina confiar en Dios es dejar casi todo en sus manos.

(Este es el Artículo Nº 1.956)

El parto es doloroso por obligación



 
Los partos son dolorosos por razones ajenas a las anatómicas o fisiológicas. Paradójicamente, ellas deben sufrir por obligación.

Si nuestra cultura fuera otra, las mujeres no tendrían que sufrir tanto dolor en el parto.

Dadas las condiciones fisiológicas y teniendo en cuenta cómo funcionan las demás hembras mamíferas, ese dolor no debería existir.

Existe porque somos torpes, débiles, neuróticos, distanciados de la naturaleza por puro orgullo racial, como si fuéramos seres superiores a los demás animales.

Hombres y mujeres estamos convencidos de que el parto debe ser doloroso y, como no aceptamos estar equivocados, el obediente cuerpo femenino sufre, cada contracción parece un desgarro, el nacimiento de un niño se convierte en una tragedia.

Nuestra cultura sigue pensando en términos mágicos, cree en Dios y supone que la Biblia es un libro sagrado. Si ahí dice que la mujer parirá con dolor, seguramente parirá con dolor.

El predominio del sexo masculino se debe a que nosotros (los varones) tenemos más fuerza muscular que ellas, es decir que en el siglo 21 sigue predominando la fuerza (bruta).

Aunque el sexo femenino tiene la tarea más importante en cuanto a la única misión de cada especie (reproducirnos), los varones abusamos por ser más fuertes y les damos un apoyo limitado, que necesita ser reforzado por leyes, amenazas, presión social, pero no porque los caballeros tengamos real vocación de padres solidarios con las madres.

Muy probablemente ellas griten y a veces insultan al varón que las embarazó, tratando de que él se sienta un poco culpable, que se solidarice con el dolor de ella, que no debería sufrirlo si no fuera porque tiene que presionar moralmente a su compañero y también al resto de la sociedad para que, con ese chantaje emocional, seamos un poco más participativos en la única misión de reproducirnos.

(Este es el Artículo Nº 1.967)

El individualismo de los creyentes en Dios

 
La mayoría de quienes creen en Dios optan por mantenerse independientes (individualismo) del resto de quienes probablemente compartan su creencia.

Para ser especialista en cáncer (oncología) no se exige haber padecido esa enfermedad. Con similar criterio quiero compartir con ustedes un comentario que refiere a la religiosidad a pesar de que soy ateo.

En un artículo anterior (1) les comentaba que una mayoría de personas adora la perfección y deplora la imperfección.

Esto es así porque esa mayoría entiende que la vida es molesta porque las cosas no andan del todo bien y suponen que si no fuera por nuestras imperfecciones (somos mortales, mentimos, nos cansamos, sentimos dolores, dejamos de amar a quien amábamos, tenemos vicios, buscamos el placer físico)..., si no fuera por nuestras imperfecciones, decía, viviríamos bien y hasta no cometeríamos el error de morirnos J.

El fuerte apego que la mayoría siente por la perfección se manifiesta creyendo que existe un Dios perfecto, omnipotente, que todo lo sabe y que es inmensamente justo, es decir: tiene todo lo que nos falta.

Según puedo observar esa mayoría podría estar compuesta por tres grupos de personas:

— El grupo mayoritario está compuesto por «creyentes», esto es, personas que tienen una aproximación moderada a Dios, que se autodefinen creyentes, que no adhieren a ninguna congregación en especial y que conciben el fenómeno religioso a su modo, como prefieren, según su criterio;

— El grupo minoritario-mayor, está compuesto por «religiosos», esto es, personas que son «fieles y exactos en el cumplimiento del deber» que les impone una cierta doctrina (católicos, luteranos, pentecostales);

— El grupo minoritario está compuesto por los «clérigos», esto es, «personas que han recibido la orden sagrada», con dedicación total, disciplinados para cumplir las órdenes de su iglesia.

La mayoría no obedece a nadie y una minoría sí obedece.

 
(Este es el Artículo Nº 1.932)



El dinero y el pensamiento religioso

 
Existe un pensamiento que parece religioso entre quienes creen que todo puede arreglarse con dinero y que riqueza significa perfección.

El pensamiento religioso existe entre quienes no aceptan que la vida sea esta poca cosa que compartimos con los demás animales y vegetales.

Quienes tienen un pensamiento religioso consideran que lo verdaderamente real es intangible, mientras que lo tangible es una consecuencia de las fuerzas intangibles, generalmente unificadas en el concepto Dios.

Lo que los religiosos no pueden aceptar es esta mortificante carencia de poder que sentimos, las limitaciones de la vida terrenal les parecen intolerables, las imperfecciones les resultan abominables, vergonzosas, odiosas.

Por el contrario, los religiosos sólo aman aquello que sea todopoderoso, absolutamente carente de debilidades, flaquezas, cobardía.

Las elevadas aspiraciones de los religiosos los llevan a no aceptar otra cosa que no sea «lo sagrado». Por esto rechazan con desdén lo profano.

Son personas especialmente aptas para el lujo, la riqueza, el boato, la magnificencia, aunque quizá vivan en situaciones exactamente opuestas, esto es, en la pobreza, la escasez, la frugalidad, la austeridad.

Si observamos la belleza y esplendor de algunos edificios religiosos podemos suponer que solo en ese ámbito sagrado corresponde representar lo que efectivamente creen encontrar en las figuras sagradas: los dioses son la riqueza, la perfección, el poder, la omnipotencia pero los humanos solo tenemos eso de lo que huyen los religiosos, esto es, el vano poder de lo material.

Así como las personas con pensamiento religioso desprecian lo material, especialmente el dinero, solemos encontrarnos con personas que sobrevaloran el poder del dinero.

Existe un pensamiento que parece religioso al que se lo reconoce porque siempre busca soluciones económicas para las dificultades que lo afectan, suponen que todo se arregla con plata, asignándole a esta los atributos que los religiosos solo encuentran en Dios.

(Este es el Artículo Nº 1.931)