jueves, 4 de octubre de 2012

Las ventajas del aburrimiento



   
Muchas personas prefieren la monotonía, la monogamia, el monoteísmo y hasta los monopolios, porque por naturaleza procuran realizar el menor esfuerzo.

Psicológicamente los juegos de azar son un reto a la sUERTE, que es como decir un reto a la mUERTE.

En otro artículo (1) compartía con ustedes un comentario referido a las palabras que empiezan con el elemento compositivo mono. Decía:

«Si bien «mono» es el nombre genérico de los simios, también es un elemento compositivo de varias palabras a las que se les asigna un significado de único, exclusivo, por ejemplo: monoteísmo (un solo dios) o monogamia».

Otro vocablo por el estilo es monotonía, cuyo significado es «Uniformidad, igualdad de tono en quien habla, en la voz, en la música. Falta de variedad en cualquier cosa» (2).

Quizá uno de los malestares más asociados a la monotonía es el aburrimiento, cuya definición es «Cansancio, fastidio, tedio, originados generalmente por disgustos o molestias, o por no contar con algo que distraiga y divierta» (3).

En suma: quienes practican juegos de azar buscan una excitación fuerte que los alivie del aburrimiento.

Muchas personas tienen un cerebro que no depende tanto de excitaciones fuertes y parecen especialmente resistentes al aburrimiento. A veces solo se quejan de ese malestar pero lo toleran durante largos períodos e inclusive toda la vida.

No me extrañaría que obtengan una ganancia especial puesto que el aburrimiento hace que el tiempo no pase nunca, gracias a lo cual las horas parecen días y la sensación subjetiva de existencia es de gran longevidad.

Quizá hasta disminuya su angustia ante la muerte porque, cuando quieren acordar, tienen que asumir que están deseándola pues están aburridos de vivir.

Es probable que muchas personas prefieran la monotonía, la monogamia, el monoteísmo y hasta los monopolios, porque procuran realizar el menor esfuerzo (4).

           
(Este es el Artículo Nº 1.707)

La monogamia y la inflexibilidad adaptativa



   
La monogamia es una forma matrimonial que perjudica nuestra flexibilidad adaptativa convirtiéndonos en ciudadanos más fácilmente gobernables.

Si bien «mono» es el nombre genérico de los simios, también es un elemento compositivo (1) de varias palabras a las que se les asigna un significado de único, exclusivo, por ejemplo: monoteísmo (un solo dios) o monogamia.

Es sobre esta última palabra que compartiré una reflexión más, que se agrega a varias anteriores (2).

En una de estas reflexiones anteriores, digo: «En su mayoría, los procesos mentales rígidos, inamovibles, estereotipados, son una característica presente en los funcionamientos mentales problemáticos.»

Los procesos mentales rígidos se parecen al funcionamiento de los animales pues ellos están gobernados por series de procedimientos instintivos muy rígidos, que apenas pueden modificarse por medio de penosos adiestramientos.

Avanzo otro poco en este comentario diciendo que la partícula «mono», mencionada en el primer párrafo, quizá no esté tan desvinculada del nombre del simio, en tanto el monoteísmo y la monogamia, aluden a conductas tan rígidas como los funcionamientos mentales propios de los animales gobernados por instintos inflexibles.

Intentaré decirlo de otro modo para explicarme mejor.

Si bien el ser humano sano tiene una gran capacidad de adaptación a los cambios que normalmente ocurren en su entorno, algunos se adaptan mejor que otros.

La rigidez en la adaptación es un defecto psicológico, una carencia, la consecuencia negativa de un subdesarrollo o de una patología.

La monogamia es, probablemente, una patología impuesta por la cultura atendiendo a intereses superiores de la organización colectiva.

Aunque quedar fijados a un solo vínculo matrimonial no es precisamente lo más conveniente para mantener activa nuestra flexibilidad adaptativa, parece que nos hemos puesto de acuerdo en que es mejor perder creatividad, libertad y otros rasgos propios del ser humano, en beneficio de ser más gobernables.

   
Otras menciones del concepto «monogamia»:

         
(Este es el Artículo Nº 1.704)

Los dinosaurios y nosotros



      
Los cambios de cualquier tipo, (climáticos, políticos, económicos, tecnológicos), nos asustan por temor a no poder sobrevivir adaptándonos.

Si llega a nuestros oídos la teoría de que los dinosaurios desaparecieron porque no pudieron adaptarse a los cambios climáticos, no podemos decir que sabemos qué ocurrió con esas especies, pero si podemos opinar que actualmente creemos que la inadaptabilidad al medio es una causa de ineficiencia y, eventualmente, de muerte.

En otras palabras, no podemos considerar que una teoría sea verdadera pero sí podemos suponer que las personas que la trasmiten creen que esa hipótesis es lógica, creíble, confiable. No sabemos de la teoría misma pero sí sabemos de quienes las aprueban.

Continuando con el razonamiento, es posible suponer que muchos de nosotros pensamos que los animales más grandes, aunque se los supone también más fuertes, tienen su punto de vulnerabilidad en su capacidad de adaptación.

De la mano de esa teoría que refiere a los dinosaurios va otra teoría según la cual las cucarachas tuvieron mejor capacidad de adaptación y por eso sobrevivieron hasta nuestros días.

Si está en nuestra psiquis la tendencia a suponer que los cambios, (climáticos, por ejemplo), son nefastos para los seres vivos de mayor tamaño y, puesto que tendemos a suponer que los humanos somos los seres vivos de mayor importancia, de mayor inteligencia y los predilectos de Dios, es lógico que muchas personas se sientan especialmente amenazadas cuando se habla de nuevos cambios planetarios y cuando son notorios los cambios tecnológicos que modifican fuertemente el mercado laboral.

Por otro lado, llama la atención como muchos niños se sienten fascinados por los dinosaurios, quizá por una suerte de identificación con la grandiosidad que los caracterizaba.

En suma: Los cambios de cualquier tipo, (climáticos, políticos, económicos, tecnológicos), nos asustan por temor a no poder sobrevivir adaptándonos.

(Este es el Artículo Nº 1.684)

La desnudez placentera y la falta de dinero



   
La carencia de dinero (pobreza) resulta atractiva y placentera para quienes «estar pelados» (sin dinero) equivale a «estar desnudos».

«Como Dios lo trajo al mundo» ... es un sinónimo de desnudo pero también de cualquier otra característica del recién nacido que difícilmente encontremos en la adultez, por ejemplo, «sin dinero».

La desnudez es un placer generalmente prohibido porque nuestra cultura nos obliga a estar cubiertos de ropa, inclusive en nuestro hogar, fundamentalmente porque la proximidad a un cuerpo desnudo estimula el deseo sexual y tenemos sabido que está prohibido el incesto.

Está permitida la casi total desnudez en las playas y en algunos parques. Para la desnudez completa solo falta destapar los pezones y el vello púbico... si no fue depilado (pelado).

Son objeto de cobertura (vestimenta) obligatoria, los órganos genitales masculinos y los pezones femeninos, porque la vulva es de por sí muy poco visible hasta para su dueña.

La desnudez es placentera y por serlo genera vergüenza. La timidez se estimula cuando imaginamos que otro se entera de que estamos disfrutando o deseando disfrutar.

No sé si existen estadísticas confiables, pero lo cierto es que a muchas personas les gusta pasearse desnudas por su casa cuando los demás habitantes no están.

Podríamos suponer que el desnudista goza imaginando las miradas libidinosas que recibiría de quienes él desea eróticamente.

Antes mencioné la palabra «pelado» para referirme al vello púbico depilado. Esto fue así para retomar el inicio de este artículo.

La palabra «pelado» tiene varias acepciones (1). Al leerlas nos encontramos con que aluden a «desnudez», «vergüenza», «pobreza», «prostitución», por lo que podemos pensar que estos cuatro conceptos están vinculados lingüística y psicológicamente entre sí.

En suma: Puede ser atractiva para muchos la desnudez que connota estar «pelados», para lo cual es preciso estar «pelados», sin dinero, pobres.

 
(Este es el Artículo Nº 1.677)

Lo prohibitivo



      
Podría decirse que los bienes y servicios ‘prohibitivos’ no son molestos para todo el mundo.

En la Biblia, en el libro del Génesis (Gen 2, 16-17), encontramos la primera prohibición. Dios le dijo al hombre: “Come si quieres del fruto de todos los árboles del paraíso: Mas el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas: porque en cualquier día que comieras de él, infaliblemente morirás.

Según el Diccionario combinatorio del español contemporáneo dirigido por Ignacio Bosque, la palabra «prohibitivo» se la encuentra asociada con los siguientes vocablos: cantidad, cifra, coste, gasto, nivel, precio, suma.

Ejemplos: «El precio del alquiler es ‘prohibitivo’»; «Ciertas necesidades están en un nivel ‘prohibitivo’»; «Podremos casarnos cuando el coste de vida deje de ser ‘prohibitivo’ para nuestros ingresos».

Se le atribuye al escritor español Camilo José Cela (1916-2002): “Prohibir por prohibir es más cómodo que eficaz y también más arbitrario que inteligente.

Me animaría a decir que las prohibiciones son un condimento social. Ellas nos alteran la convivencia interponiéndole obstáculos a la libertad.

Si observamos lo que realmente ocurre, tendríamos que concluir que ni las prohibiciones son tan antipáticas ni la libertad es tan deseada.

En este blog he comentado muchas veces la más grande de las prohibiciones: la prohibición del incesto, esa que nos impide de forma totalmente silenciosa, discreta pero fortísima, tener relaciones sexuales con nuestros familiares.

Tanto la moderada molestia que nos provocan las prohibiciones, como la moderada satisfacción que sentimos con la libertad, como la relativa comodidad como sobrellevamos la prohibición del incesto, nos llevan a pensar que los precios ‘prohibitivos’ quizás no sean universalmente molestos como se piensa.

Si aceptáramos esto, también podríamos decir que evitar tener mucho dinero nos aumenta la cantidad de bienes y servicios que nos resultan ‘prohibitivos’.

(Este es el Artículo Nº 1.675)