Opino que ocurrirían cambios importantes y positivos
en una nación donde la moneda local comience a llamarse «gracia».
Como he mencionado en otras
ocasiones, gran parte de nuestros problemas no podemos resolverlos porque
estamos encaprichados en dos asuntos bien importantes:
1º) Creemos que todas las
molestias son evitables, siendo que solo unas pocas lo son y todas las demás
son inherentes a nuestra condición de seres
vivos; y
2º) Para encontrar fórmulas
que nos permitan la definitiva eliminación de las molestias, nos apegamos
neciamente a la racionalidad, descartando prejuiciosamente las ideas menos
lógicas aunque más creativas, heterodoxas, insólitas, alternativas, artísticas,
místicas, filosóficas, lingüísticas.
Todo lo expuesto sólo tiene
como finalidad abrirme camino para una propuesta que seguramente no será
tratada ni en alguna reunión secreta del Fondo Monetario Internacional y mucho
menos en la O.N.U.
En las monedas nacionales que
nos resultan conocidas, nos encontramos con la más nueva, el Euro, que tan solo
remite al continente Europa e indirectamente a la diosa fenicia Europa, que
excitó tanto al dios más importante de los griegos, Zeus, que la raptó para violarla. Triste historia
la del Euro!
El dólar fonéticamente suena
para los latinos como «dolor», lo cual tampoco es muy alentador
para nuestra psiquis tan adicta a las metáforas. Para muchos, tener dólares
podría sonar como tener dolores.
En muchos países nos encontramos con el «peso», lo cual tampoco es muy
atractivo porque alude a algo pesado. Es la ingobernable Ley de la Gravedad la que
indirectamente le da nombre a estas monedas (México, Chile, Argentina,
Uruguay).
¿Qué ocurriría, me pregunto públicamente en este artículo,
si algún país serio y respetable (no todos lo son), decidiera cambiarle el
nombre a su moneda y llamarla «gracia»?
Les invito, como curiosidad, a pensar expresiones
coloquiales que incluyan una moneda llamada «gracia».
(Este es el
Artículo Nº 1.668)
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