domingo, 4 de marzo de 2012

El psicoanálisis y el índice de corrupción

El Psicoanálisis produce algunas curaciones «sin querer» y es el auto sinceramiento la clave de su éxito.

El Psicoanálisis no es un método curativo, sin embargo provoca curaciones «sin querer».

En algunas ocasiones he pensado y compartido con ustedes que el psicoanálisis tiene algunas semejanzas con las Ciencias Economías porque quienes se interesan por conocerse terminan sabiendo cuál es el camino más fácil para satisfacer las necesidades y los deseos.

Desde este punto de vista también puede decirse que el psicoanálisis es un método administrativo de nuestra energía. El resultado esperado es que la persona haga lo mismo que antes con menos esfuerzo o que disfrute más de la vida con el mismo desgaste vital que hacía antes.

En esta ocasión les comento que el psicoanálisis es un procedimiento que se parece a lo que ocurre en las democracias más saludables y que desde hace más de 15 años es determinado por el Índice de percepción de la corrupción (1).

En definitiva lo que hace Transparencia internacional es averiguar en cada nación cuál es el abuso de poder que hacen sus gobernantes y jerarcas públicos.

El índice suele ser bajo cuando los medios de comunicación funcionan con máxima libertad.

La transparencia en la gestión pública es fundamental para que los ciudadanos no sientan que algunos aspectos de su vida están afectados por reglas de juego desconocidas.

El orden interno mejora sustancialmente cuando predomina la confianza entre los habitantes, especialmente cuando los gobernantes y jerarcas son confiables y esto suele ocurrir cuando aparentemente «todo se sabe», «no hay misterios», «nadie gobierna a escondidas del pueblo».

Una persona se siente bien cuando no se miente, cuando no abusa de los mecanismos de defensa que distorsionan la realidad, cuando no tiene que abusar de creencia fantásticas para no caer en un pozo depresivo.

(1) Índice de percepción de corrupción

(Este es el Artículo Nº 130)

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Los deseos de muerte transitoria

Quienes creen en Dios y en la vida eterna, pueden desearle la muerte a alguien (a Hugo Chávez, por ejemplo), sin pensar que le desean algo demasiado grave.

Todo lo concerniente a la creencia en Dios ocupa gran parte de mis pensamientos.

Supongo que esto es así porque no puedo tolerar mi incapacidad para aprovechar los beneficios psicológicos que tiene incluirlo como parte de la realidad.

Me consta que es una actitud inteligente porque aprecio el desempeño de quienes, no solamente creen sino que además cumplen por lo menos algunos ritos religiosos, muy naturales para ellos, pero insólitos para mí.

En suma: Lamentablemente no puedo ser tan irracional como para beneficiarme de esa forma de pensar y sentir.

Porque respeto profundamente la irracionalidad y la incoherencia como rasgos característicos de nuestro funcionamiento cerebral es que compartiré con ustedes una idea sobre cómo, quien profese el bien, desea que su enemigo muera.

Es conocido por todos que el actual presidente de Venezuela (año 2012), es capaz de generar idolatría y odio. Quienes saben de su gestión política, seguramente ocupan alguno de esos dos bandos tan radicalizados.

Pues bien, quienes se complacen en odiarlo profundamente, lo hacen sin contradecir sus postulados bondadosos.

Como la creencia en ese ser súper-dotado (Dios) es posible gracias a la conservación de una afectividad infantil, tenemos que recordar que para los niños la muerte no existe. Ellos saben que podrán dejar de ver a alguien pero no piensan en una desaparición definitiva de nada ni de nadie.

Cuando odian a la madre o al padre y desean su muerte, esta no es una muerte definitiva, sino que es algo así como «quítate de mis vista que no quiero verte por ahora», como ocurre con los deseos de muerte dirigidos a Hugo Chávez.

(Este es el Artículo Nº 129)

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Los nombres del «capitalismo»

El «capitalismo» es un sistema aceptado por el Vaticano, aunque sugiere no usar la palabra «capitalismo».

Mi cerebro segrega toxinas irritantes cada vez que le propongo creer en Dios.

Sin embargo reconozco que tengo una simpatía especial por quienes sí están capacitados para acceder a esos sentimientos sin creerse superiores a los demás semejantes.

Es por esta humana dualidad que podría haber sido amigo del papa Juan Pablo II y de hecho lo fui aunque él no se enteró.

Una encíclica es una carta que envían los papas a sus fieles. Como es norma, los clérigos sólo ponen por escrito aquello de lo que nunca podrían arrepentirse. Por eso son tan escasos los documentos que suscriben y su contenido es digno de referencia porque superó controles de calidad de gente que no admite equivocarse.

La Encíclica Centesimus annus (1) dice en su apartado Nº 42 algo bastante confuso pero que podría traducirse como que el comunismo ya demostró su ineficacia (aludiendo a la caída de la U.R.S.S.) y que por lo tanto la humanidad por ahora sólo cuenta con el capitalismo.

Esa fobia de tan altas jerarquías eclesiásticas a cometer errores los obliga a moderar la nitidez conceptual de cada sustantivo importante que suscribe.

Efectivamente, los adjetivos debilitan al sustantivo que modifican.

En ese apartado Nº 42 (como ya dije, algo confuso), Juan Pablo II decía que por «capitalismo» pueden entenderse dos sistemas: uno inaceptable porque salvajemente permite olvidar a los más débiles y otro aceptable, caracterizado por sus rasgos humanitarios.

Para este «capitalismo» aceptable, la Encíclica dice textualmente: «aunque quizá sería más apropiado hablar de «economía de empresa», «economía de mercado», o simplemente de «economía libre».»

En suma: La Encíclica propone a sus fieles que acepten el «capitalismo» pero que preferentemente lo llamen de otra forma.

(1) La versión oficial, traducida al español, está en http://www.vatican.va/edocs/ESL0081/__P6.HTM


(Este es el Artículo Nº 128)