martes, 4 de septiembre de 2012

Las religiones autorizan propuestas insólitas




 
«Si gente muy inteligente divulga su creencia en Dios, mi libertad para proponer ideas insólitas es casi infinita».

En los lugares donde se juntan muchas personas (para hacer trámites, para ser entrevistadas, para ser examinadas), suele haber algún cartel que dice: «Espere a ser llamado», «Para ser atendido, saque número», «Manténgase detrás de la línea amarilla».

En general, las personas que respetan estas indicaciones son una mayoría. Las que no las respetan suelen ser personas con alguna deficiencia mental o educativa.

Por ejemplo, quienes no entienden la cartelería es razonable que no la respeten; los niños no tienen noción de línea amarilla que no permite pasar en tanto ellos observan que fácilmente se la puede trasponer; unos pocos ciudadanos no pueden evitar hacer exactamente lo contrario a lo que se les pide.

A nivel de humanidad (el agrupamiento mayor), esa línea amarilla parece estar tatuada en la mente de algunas personas, quienes se sienten inhibidas para pensar de forma alternativa a como se les dijo que pensaran.

Algunos románticos sueñan con recobrar la mentalidad infantil, esa que desconoce lo que son las «líneas amarillas» infranqueables.

Para reforzar esta parálisis, esas mismas personas están convencidas de que tienen la libertad de hacer y de pensar lo que quieren. Es decir: son presidiarios que se creen libres; no pueden pensar algo distinto a lo que les enseñaron, pero igual se imaginan capaces de tomar cualquier decisión. Son apóstoles del libre albedrío, que en una especie de círculo vicioso, no pueden dejar de pensar de una única manera, que rechazan cualquier idea distinta, que se ofuscan con quienes no comparten sus creencias.

No sé por qué soy ateo, pero serlo me permite razonar así: «Si gente muy inteligente divulga su creencia en Dios, mi libertad para proponer ideas insólitas es casi infinita».

(Este es el Artículo Nº 1.677)

Que Dios se lo pague



 

La expresión «Que Dios se lo pague» muestra la omnipotencia y omnisapiencia de un inconsciente que se cree Dios.

Platón (427-347 a. C.) fue un filósofo griego precursor del psicoanálisis inventado por Sigmund Freud (1856-1939).

Puede decirse que las ideas del austríaco se originaron, por lo menos, 23 siglos antes.

Platón decía que lo que denominamos proceso de aprendizaje es en realidad un proceso de recordación. En otras palabras, proponía que el ser humano lo sabe todo pero ignora aquello que no recuerda.

Freud imaginó y describió lo que denominó inconsciente, pero es lógico suponer que este no fue su invento sino la interpretación de la propuesta platónica. En esencia, el inconsciente sería el depósito de toda la sabiduría olvidada.

¿Cuál es la causa de ese olvido? No lo sabemos, pero podemos suponer que uno de los motivos es que olvidamos o no recordamos lo que preferimos desconocer. En otro artículo digo esto mismo pero sugiriendo que nuestras evocaciones ocurren con un criterio político (1).

También en otro artículo (2) les comenté algo sobre cómo funcionan las letras de cambio: forma de pago que es muy simple pero cuya explicación resulta extensa y aburridora.

Con ese instrumento de pago (letra de cambio), le ordenamos a alguien que nos debe dinero, que en vez de pagarnos a nosotros, le pague a otra persona.

Según cómo los psicoanalistas imaginamos el inconsciente, seríamos unos superdotados si pudiéramos levantar todas las inhibiciones que lo mantienen alejado de nuestra conciencia.

Por todo lo expuesto, les comento ahora que cuando alguien dice «Que Dios se lo pague» (como forma de agradecer un favor recibido), lo que en realidad está diciendo es algo así como: «Dios me debe muchos favores porque soy tanto o más grandioso que Él».

El inconsciente quizá sea el Dios individual, omnipotente y omnisapiente.

   

Los Estados paternalistas y el subdesarrollo económico




Con lógica psicoanalítica, los seres humanos no funcionamos bien en un régimen paternalista que nos mantenga infantiles, inmaduros, subdesarrollados.

Desde mi punto de vista, los pueblos que viven en regímenes comunistas (Cuba y Corea del Norte), viven pacíficamente, con recursos uniformemente escasos, mientras que el resto de los pueblos, quienes vivimos en regímenes capitalistas, vivimos ansiosamente, con recursos que la mayor parte del tiempo son muy abundantes, aunque a veces padecemos profundas crisis durante las cuales sufrimos dramáticas escaseces.

Una de estas crisis ocurrió en el año 1929, en Estados Unidos y eso estimuló repensar, reformular el capitalismo.

Después de la Segunda Guerra Mundial, que tuvo como una de las causas principales el malestar que produce la despareja distribución de los recursos del capitalismo, algunos políticos pensaron que era hora de que los gobiernos intervinieran para evitar nuevos estallidos sociales que provocaran una tercera guerra.

El esfuerzo dirigido a evitar las profundas desigualdades entre los seres humanos nos mantuvo ilusionados durante varias décadas.

En 1945 comenzó a funcionar en Inglaterra lo que se denominó Estado de Bienestar, consistente en la intervención del Estado en la distribución de la riqueza generada por los trabajadores.

Si lo observamos con objetividad, el Estado de Bienestar no fue otra cosa que la oficialización de la política del mítico Robin Hood: quitarle a quienes tienen más riqueza para repartirla entre quienes tienen más pobreza.

Esta intervención estatal generó grandes beneficios que hicieron pensar en que los males económicos habrían terminado para siempre.

Sin embargo no fue así. Los trabajadores perdieron interés, la producción comenzó a disminuir y las crisis economías reaparecieron.

Con lógica psicoanalítica, los seres humanos no funcionamos bien en Estado de Seguridad, de protección superior (Estado o Dios), artificialmente aliviados de la incertidumbre, en un régimen paternalista que nos mantenga infantiles, inmaduros, subdesarrollados.

(Este es el Artículo Nº 1.648)

Los semáforos y la psicología




Del funcionamiento de los semáforos podemos deducir algunas características humanas frente al uso del poder.

Les comentaré algo conocido (los semáforos) pero para referirme a algo menos conocido (la psicología humana).

La luz roja está ubicada en la parte jerárquicamente más prestigiosa del artefacto: arriba, en la cabecera, en la parte superior.

Esta luz indica prohibición, interrupción, represión y los humanos ubicamos estas acciones en el lugar más importante, donde semióticamente se ubican los jefes, los reyes, Dios, la figura paterna.

El color rojo, que universalmente significa «peligro», nos está indicando que «desconocer la prohibición es peligroso para el transgresor». Por lo tanto, de forma sutil, el semáforo prohíbe, advierte y también amenaza.

Resumiendo: las prohibiciones son para los humanos las órdenes jerárquicamente más importantes. Quizá podríamos deducir que para los humanos tienen más poder quienes poseen la autorización para prohibir a otros, para recortar las libertades. En otras palabras: impedir, frustrar, frenar, son privilegios que tienen quienes detentan funciones superiores. Quienes prohíben también tienen autorización para amenazar, sancionar, castigar.

En suma: los seres humanos que puedan prohibir, amenazar y castigar (como la luz roja del semáforo), se ubican simbólicamente en la parte superior, significativa, valiosa.

Por el contrario, la luz verde, la que autoriza, si bien cumple una función trascendente, no es tan prestigiosa como la prohibidora. La ubicación jerárquica dentro del artefacto, es la inferior, la que está más abajo. Semióticamente el verde es un color «amable», «tolerante», «permisivo», «mínimamente persecutorio».

Podríamos decir que los seres humanos no valoramos (jerarquizamos) a las personas amables, tolerantes, permisivas y que no nos atemorizan.

La luz amarilla solo se enciende para avisar que la luz verde está por apagarse, es decir, nos avisa que la tolerancia circulatoria está por terminar. Por el contrario, no se nos avisa cuándo finalizará la intolerancia.

(Este es el Artículo Nº 1.661)

Dinero y cuerpo humano




Dios nos castigó exigiéndonos (cobrándonos) sudor, es decir, una parte del cuerpo. Quizá el dinero simboliza «cuerpo humano».

El mercader de Venecia  es una obra de teatro del dramaturgo, poeta y actor inglés William Shakespeare (1564 - 1616).

En esta obra destaca un personaje: Shylock. Se trata de un judío cuya personalidad es una de las más complejas creadas por el famoso escritor.

De por sí los judíos son amados y perseguidos, a veces por las mismas personas en diferentes épocas, porque sus amigos se les convierten en enemigos o viceversa.

Esta condición quizá esté asociada a que tradicionalmente fueron expertos banqueros, capaces de crear enormes fortunas, hábiles en el manejo del dinero, tradicionales prestamistas y exitosos recuperadores de lo prestado.

En El mercader de Venecia, Shylock le presta dinero a Antonio, bajo la condición de que, si este no lo devuelve el día pactado, tendrá que entregarle a Shylock «media libra de carne» (de su propio cuerpo, extraida de alguna zona próxima al corazón).

La mala suerte de Antonio hizo que Shylock tuviera que gestionar el cobro de la extraña indemnización. Ante la resistencia del deudor a que su cuerpo fuera mutilado, se originó un juicio en el que alguien alegó a favor del deudor diciendo que, según el contrato, esa media libra de carne no podía contener sangre porque eso no había sido pactado.

Ante este argumento, el judío reclamante tuvo que dar por perdido el cobro exigido (la media libra de carne del cuerpo de Antonio).

Esta ficción, que ganó tanta fama, me recuerda otra que ganó más fama aún: El castigo de Dios de que el varón se ganara el pan con el sudor de su frente.

Dios nos castigó exigiéndonos (cobrándonos) sudor, es decir, una parte del cuerpo.

Quizá el dinero simboliza «cuerpo humano».

(Este es el Artículo Nº 1.639)