domingo, 25 de diciembre de 2011

Domingo por la tarde

El aburrimiento ocurre cuando nos quedamos sin necesidades ni deseos. Aunque parezca mentira, la saciedad es un verdadero problema.

El tedio es un malestar moderado que se torna penoso cuando se prolonga en el tiempo.

Una de las ventajas de la vida conyugal es la de contar con un culpable genérico, específico, identificable, de todas aquellas frustraciones cuya responsabilidad no es oportuno asumir.

Por culpa del cónyuge no hemos terminado nuestros estudios, tenemos ingresos miserables, nos cargamos de hijos (dos), y los domingos son más aburridos y rutinarios que cualquier día laboral.

Si bien aburrirse sólo es molesto, el aburrimiento en compañía parece potenciarse y el voltaje de agresividad prospera.

El hastío ocurre por un desbalance entre las necesidades-deseos y aquello que los satisface.

Aunque suena paradójico, un alto porcentaje del fastidio que provoca el tedio ocurre por falta de necesidades y deseos.

¿Pasamos toda una vida tapando el angustiante agujero de las necesidades y remendando las frustraciones a nuestros deseos insatisfechos para que nos sintamos mal cuando esto ocurre? Respuesta: sí.

Lo que está fallando es la evaluación, la escala de valores, el criterio con que determinamos que algo es bueno o algo es malo.

Esos insoportables domingos por la tarde se viven con más calma cuando asumimos que felizmente «mañana es lunes» y que la biblia se equivoca: el trabajo no es una condena eterna porque Dios es tan necio que se enojó por un pecadito insignificante (comer una manzana ¡qué despropósito!).

Lo que realmente falló fue la crónica bíblica. Los hechos ocurrieron de otra forma. Dios es mentalmente sano y cuando vio que Adán se comía la manzana, pensó: «¡Caramba! Mis creaturas son imperfectas, ¡me equivoqué!».

Rápidamente se consoló pensando: «Bueno, no se equivoca quien no hace nada», y dejó de autoflagelarse como hacemos sus imperfectas creaturas.

Artículo vinculado:

El sufrimiento por «saciedad extrema»

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El acoso padecido o provocado

Nuestro cerebro es incompetente para determinar cuándo es víctima y cuando procura serlo.

Antiguamente teníamos la certeza que todos los seres vivos habían sido creados por un ser superior, un personaje de poderes sobrenaturales, un gran padre.

En ese entonces a nadie se le ocurría hacer el planteo más contemporáneo sobre «¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?» pues ya se sabía que había sido la gallina, creada a su vez por el dios de ese pueblo.

La ciencia le quitó terreno a las creencias mágicas, místicas, fantásticas, pero como los seres humanos vivimos mejor si nos reunimos en torno a una convicción y la palabra «religión» deriva de religiosus = escrupuloso, contrario a la negligencia, terminamos creyendo que la ciencia sí nos provee verdades incuestionables, lo cual, a largo plazo, tampoco es cierto porque las «verdades» científicas se renuevan con lo cual podemos decir que las anteriores no eran tan verdaderas.

En suma: la ciencia es una religión, con muchos devotos y hasta con inquisiciones, porque los «científicos fundamentalistas» suelen ponerse muy agresivos con quienes cuestionan sus «verdades».

Con esta introducción sólo intento quitarle un poco de luz al encandilamiento religioso de la ciencia para decir que el ser humano no es apto para acceder a la verdad, aunque sí está dotado para soñar con ella al punto de creer que ese sueño es realidad.

Voy al punto: como dije en otro artículo (1), tenemos una actitud tan ambivalente hacia nuestro padre que hasta podemos imaginarnos sexualmente acosados (hijos e hijas), sin dejar de amarlo y respetarlo.

En ciertos casos esto se resuelve desplazando esos sentimientos a otros personajes y circunstancias, como por ejemplo a otras figuras paternas (gobernantes, clientes, competidores, maestros, jefes), sin saber qué ocurrió primero: si él quiso abusarnos o nosotros buscamos esa prueba de amor.

(1) La inadaptación al «maldito» dinero y la pobreza

Artículo vinculado:

El acoso del deseo

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El sueño de la autodeterminación

Es un espejismo, ilusión, sueño, suponer que actuamos libremente. La naturaleza «hace y deshace».

Uno de mis referentes intelectuales predilectos, Groucho Marx, dijo: «Todos los hongos son comestibles. Algunos sólo una vez».

Sobre gustos no hay nada escrito: algunos se emocionan con “El lago de los cisnes” interpretado por la compañía de ballet rusa Bolshoi y a mí se me caen las lágrimas reflexionando sobre esta breve frase.

Aunque los gustos no tienen explicación, compartiré contigo qué me excita de este breve pensamiento que hasta puede causar gracias y provocar la risa.

El gran filósofo plantea un giro de 180º para decir que «algunos hongos son venenosos». Pasa de la idea clásica según la cual algunos no deben ingerirse a expresar con total seguridad que «todos pueden comerse», lo importante para él es que algunos no admiten una segunda vez.

¿Quién decide que algunos hongos no pueden comerse dos veces? ¡La naturaleza! Estamos ante un caso de clarísimo determinismo (1).

Dicho de otra forma: cualquier animal (humano incluido) puede comer todos los hongos que quiera, pero la naturaleza determina que algunas especies no admiten reiteración.

Cuando de comer hongos se trata, nuestra inteligencia puede entender fácilmente e inclusive encontrar formas sabias, ingeniosas y hasta divertidas de decirlo, pero cuando ocurre lo mismo en otras circunstancias, el cerebro no entiende, se confunde, se vuelve ciego, sordo y mudo.

Me explico: Lo que llamamos opciones del libre albedrío no son otra cosa que «decisiones de la naturaleza».

Así como no podremos comer algunos hongos una segunda vez, tampoco podremos:

— dejar de creer en Dios si creemos en Él,
— votar a un candidato nazi,
— practicar nuestra homosexualidad reprimida,
— denunciar en voz alta a quien atrevidamente ignora una fila de espera,
— evitar enfermarnos practicando la medicina preventiva,
— cuestionar nuestros prejuicios,
— (tampoco podremos … otras cosas).

(1) Blog destinado al libre albedrío y al determinismo 

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La salud con fines de lucro

Los profesionales de la salud que trabajan gratis, quizá necesiten imaginar que son intermediarios de Dios al estilo de algunos sacerdotes.

«No soy yo quien te cura, es Él».

Así se expresan los sanadores que producen curaciones reales que probablemente sean sanaciones psicosomáticas.

Me explico:

Quienes creemos que existen enfermedades psicosomáticas porque el cuerpo puede expresar una desilusión mediante un ataque de asma, o un abandono mediante una alergia o algo peor mediante un cáncer, estamos en condiciones de suponer que también existen curaciones psicosomáticas, es decir, tanto la sugestión provocada por rituales mágicos como un abrazo en contexto místico, pueden alterar el cuerpo favorablemente (sanación).

Pero la intervención divina de un ser inmensamente superior como es Dios, modifica el estatus de los sanadores.

No es lo mismo aplicar técnicas terrenales de masajes, acupuntura, homeopatía, antibióticos, antiinflamatorios, psicoanálisis, a intermediar en el sobrenatural poder de un ente omnipotente como es Dios.

Todo parece indicar que en este último caso los seres humanos que han sido elegidos para realizar esa intermediación tienen el mandato expreso de Dios de no lucrar con ese don celestial.

En nuestra cultura occidental rechazamos la comercialización de los servicios de intermediación con el poder sanador de Dios.

Cada tanto nos escandalizamos al enterarnos que tal o cual gurú religioso resultó ser un ambicioso oportunista.

Lo que no parece tener mucha coherencia es al actitud de algunos trabajadores de la salud que se resisten a cobrar por su trabajo.

En los países hispanosparlantes está presente la idea de que la salud no es un servicio comercializable.

Donde esto ocurre, quienes vocacionalmente estudian térnicas curativas (medicina, psicología, herboristería), quizá tengan que encarar su trabajo con espíritu sacerdotal y terminar creyéndose que son intermediarios de Dios en el ejercicio de su profesión, con el consiguiente empobrecimiento de los trabajadores.

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martes, 6 de diciembre de 2011

Todos nos proponemos ganar aunque en diferentes momentos

En la novela personal (vida imaginaria) jugamos para ganar. Algunos queremos ganar ahora y otros queremos ganar después.

Les comentaba en otro artículo (1) que los humanos nos construimos una novela donde somos protagonistas y cuyo desenlace nos permite «saber» qué nos ocurrirá.

Con este guión cinematográfico, podemos calmar el dolor de la incertidumbre.

Para que usted conozca cuál es su historia-novela-guión cinematográfico, piense en cómo se imagina que son las cosas, cómo son los otros personajes (padres, hermanos, amigos, cónyuge), cuál es el criterio de justicia, qué piensa de usted su gobernante (rey, presidente, Dios).

Millones de personas tienen una novela similar a la siguiente:

Se imaginan integrantes de una gran familia, con un padre inmensamente justo, poderoso, observador, que sabe cómo premiar y castigar a sus hijos.

Como habrá adivinado, estoy diciendo que en millones de personas la figura paterna de sus novelas, es Dios.

Quienes viven como protagonistas de una novela de este perfil literario, suelen imaginar que papá-Dios premia a los hijos más generosos, buenos, pacíficos, disciplinados. En suma, ama y premia a los hijos más obedientes, solidarios, trabajadores, que se conforman con muy pocos bienes materiales, que no compiten con sus hermanos y que no son dados a las diversiones, excesos y mucho menos, a la avaricia.

Quienes viven como protagonistas de una novela así, eluden las oportunidades porque «algún otro hermano las necesitará más que yo», nunca pelearán por posesiones materiales, ayudarán a los demás y tendrán un gran temor de disfrutar porque suponen que el placer será mal visto por papá-Dios y muy probablemente también tengan el temor a que el goce pueda ser tan grande (explosivo), que los desintegre físicamente (1).

Estos «hijos», son pobres y su estrategia consiste en ganar más que todos sus hermanos cuando papá-Dios los evalúe.

(1) Nuestra novela y nuestro protagonismo

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Cómo ayuda la creencia en Dios

La creencia en Dios nos ayuda a liberarnos de las restricciones racionales.

Nuestra capacidad de razonamiento y deducción suele sorprendernos; tanto podemos sacar conclusiones inteligentísimas como perdernos en conclusiones absurdas.

Me divierte pensar la siguiente escena:

Un muchacho joven, alegre, divertido, ingenioso, llega al club donde se reúne con sus amigos y con entusiasmo desbordante los convoca para compartir con ellos la idea genial que tuvo al despertarse.

Les cuenta que inventó un juego fabuloso consistente en tratar de embocar una pelota chica en un hoyo también pequeño, ubicado a cientos de metros, pegándole con un palo. Quien la emboca con menos golpes, gana.

Lo que me hace gracias es imaginar la cortina de hielo que se habrá formado con los amigos que no podían creer que el compañero se entusiasmara con una idean tan tonta, impracticable y aburrida.

Estos debieron ser los orígenes del golf, que hoy, inexplicablemente mueve millones de dólares en conservación de los campos, equipamiento, vestimenta, vehículos, certámenes, viajes, premios.

Algo similar pudo haber ocurrido con el alocado inventor de la bicicleta.

¿A quién se le puede ocurrir que se popularice un vehículo que sólo sirve para equilibristas que trabajen en un circo?

¿A quién se le pudo ocurrir que pudieran circular millones de moles metálicas sobre ruedas, sin estrellarse permanentemente?

Parece cierto que nuestra capacidad anticipatoria, nuestra capacidad para prever el funcionamiento de ciertas innovaciones, deja mucho que desear.

Sin embargo este dato puede ser importante siempre y cuando podamos integrarlo a esa función tan defectuosa (razonar, deducir, prever).

Es casi imposible predecir qué pensarán y harán las personas pero sí podemos suponer que si ciudadanos ejemplares creen en Dios, en la reencarnación y otras suposiciones igualmente indemostrables, son muy pocas las ocurrencias comerciales o industriales que merezcan ser descalificadas antes de ponerlas en práctica.

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La provocación constructiva de Benetton

Nos llevamos mal con nuestra sensibilidad pues nos debilita la sensación de que podemos controlar nuestras vidas. Benetton se beneficia ayudándonos.

Según cuenta la historia, un joven italiano pensó (en 1955) que la gente busca ropas coloridas. Creyó que una mayoría rechaza los grises.

Con el entusiasmo que caracteriza a tantos jóvenes emprendedores, Luciano Benetton se dedicó a crear prendas muy alegres.

En suma, tuvo la suerte de tener una buena idea, tuvo la suerte de contar con recursos suficientes (corporales, sociales, ecológicos) como para que la idea pudiera desarrollarse y tuvo la suerte de que encontró público interesado en comprar ropa con su estilo.

El psicoanálisis encuentra su mayor número de pacientes entre quienes no pueden convivir con los sentimientos alegres.

Gran cantidad de personas prefieren la tristeza por el aplastamiento que provoca en los impulsos deseantes provocadores de una temible pérdida del control de sus vidas.

La décima y última lámina del Test de Rorschach (manchas de tinta), es la que tiene más colores y la que provoca reacciones (respuestas) más desorganizadas.

A grandes rasgos, podemos ver que muchos pueblos de raza blanca son parcos, serios, severos, católicos y usan ropas de colores apagados mientras que los pueblos de raza negra son más ruidosos, proclives a cantar y a bailar, con dioses igualmente divertidos y usan ropas de colores vivos.

Benetton hace especial hincapié en la integración, la tolerancia étnica, porque felizmente puede conciliar sus intereses comerciales con algo que a nuestra especie beneficia (la igualdad entre los seres humanos).

Este año (2011) presentó su campaña publicitaria «dejar de odiar» (UnHate), consistente en el uso de foto-montajes que presentan besándose en la boca, al estilo soviético, a personalidades que notoriamente tienen intereses contrapuestos, que quizá se odien, tanto como odiamos la tolerancia, la alegría, la audacia publicitaria.

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El libre albedrío nos paraliza

La creencia casi universal en el libre albedrío, produce (supuestos) culpables e impide democratizar la riqueza.

En mi búsqueda de las causas de la pobreza patológica (definida como aquella pobreza material que no es elegida deliberadamente por quien la padece sino que le es impuestas por las circunstancias que el «pobre» desearía evitar), parto de la premisa de que todo lo que se ha hecho hasta ahora ha sido inútil, sin descartar que pudo haber sido contraproducente.

No han dado resultado las teorías económicas, las teorías filosóficas, la sociología, los regímenes capitalistas o comunistas, las democracias, las dictaduras. En todos ellos han habido pobres y ricos, siempre hubo un desigual reparto de los bienes colectivos.

Es probable que hayan contribuido a conservar el injusto reparto la creencia en Dios, en la vida después de la muerte, en la glorificación ética de la pobreza. También son contraproducentes el odio a los ricos y el desprecio de los pobres.

En ambos párrafos precedentes, tan sólo describo algunas ideas a modo de ejemplo.

Un factor que me parece nefasto para la injusta distribución de la riqueza tiene que ver con la idea del libre albedrío.

Suponer que somos responsables de lo que hacemos y nos ocurre, termina dándole más fuerza a los fuertes y menos poder a los débiles, porque fácilmente podemos asegurar y repetir hasta convertirlo en verdad, que «los pobres son pobres porque quieren, porque son vagos e irresponsables», mientras que los ricos tienen bienestar porque «son trabajadores, inteligentes y responsables».

Con el determinismo nos quedamos sin culpables y sin víctimas para poder encontrar formas de que la suerte nos llegue a todos de forma similar y con ella, la riqueza que se le asocia.

Tenemos un mal reparto de la suerte (oportunidades) porque sólo buscamos (y encontramos) culpables y víctimas.

Artículo vinculado:

Con menos acusaciones hay menos violencia

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La bondad de los débiles

Para muchos, nadie bondadoso es al mismo tiempo fuerte, excepto Dios.

El resumen de otro artículo (1) dice textualmente:

« Miles de obras literarias que hipnotizan a millones de lectores tienen como trama principal la heroica frustración de sus protagonistas.»

Esa «heroica frustración» es la fórmula de goce de muchos de nosotros.

Como si fuera una novela, nos imaginamos estar en el medio de dos grandes grupos de personas (personajes):

— las que nos dominan, gobiernan, explotan, castigan, abusan porque son naturalmente fuertes, egoístas, malos; y

— las que por ser más débiles que nosotros nos decepcionan, entristecen y a veces nos hacen sentir impotentes, pero a los que de todos modos, sacando fuerza no sabemos de dónde, igualmente ayudamos, protegemos y aconsejamos para que sepan compensar esa debilidad que los condena a ser maltratados por gente avara, inescrupulosa, corrupta, insensible, mala.

En este «novela» faltan los personajes buenos y fuertes.

Los «buenos y fuertes» no participan en la novela personal de quienes estoy describiendo porque en su lógica parece un contrasentido que alguien que sea fuerte también sea bondadoso.

La debilidad que sienten los integrantes de este gran grupo de personas no necesariamente es real. Pueden pertenecer a diferentes niveles de mando y protagonismo, pero lo importante es cómo tienen organizada su lógica interpretativa de la realidad que perciben.

Según ellos, por ser irremediablemente de buen corazón, están condenados a ser débiles y se cuidan de ejercer algún tipo de poder que no pueda ser descalificado por ellos mismos con frases tales como «no tuve más remedio que hacerlo», «si no lo hago yo, no lo hace nadie», «si aplico mano firme, lo hago por su bien».

En suma: estas personas construyeron un rol (personaje) coherente y convincente, para conquistar la cuota de amor que todos necesitamos.

(1) Las novelas como textos de estudio

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Los pueblos industriales se parecen a Dios

Como Dios lo hizo todo se merece lo mejor y, por analogía, los países industrializados merecen ser ricos.

Probablemente es el instinto de conservación el que nos obliga a querernos tanto.

El narcisismo, tan injustamente criticado, es el instinto que nos induce un profundo amor por nosotros mismos e indirectamente por todo lo que imaginamos como propio («mi hijo», «mi cónyuge», «mi país»).

Para que los ciudadanos estén dispuestos a entregar sus propias vidas y la de sus hijos cuando el país los reclama para conquistar militarmente nuevos territorios o para defenderlo (al país) de quienes los invaden, la propaganda de los gobiernos ha criticado ese instinto de conservación que nos caracteriza a todos los seres vivos.

También ha sido necesario que los ciudadanos sean generosos con las arcas del estado, no solamente para solventar los mismos gastos bélicos de ataque o defensa, sino también para pagar los gastos habituales de limpieza, salud pública, conservación de construcciones transitables, proteger a los desvalidos.

Aquel instinto de conservación que se manifiesta en forma de narcisismo es causa fundamental de la resistencia a pagar, a colaborar, a donar, contribuir, ayudar. El instinto de conservación y el consiguiente narcisismo promueven el egoísmo, el individualismo, la avaricia.

Las religiones trabajan junto a los gobernantes para condenar el narcisismo. Los siete pecados capitales son: lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia.

La soberbia es el principal derivado del narcisismo. Dios, porque es perfecto, es el único que puede ser soberbio. Él es el gran fabricante.

Podemos pensar que los países vendedores de «commodities» (1) vendemos lo que Dios nos regala (productos naturales) mientras que los países industrializados son como Dios porque fabrican, transforman, crean.

La religiones opinan que tanto Dios como los humanos que fabrican a la par de Él, se merecen las mayores riquezas.

(1) La inocencia de quien roba a un ladrón

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lunes, 7 de noviembre de 2011

Producir y reproducirnos

El coeficiente intelectual mide nuestra inteligencia aunque en última instancia esta depende de cuánto podamos privarnos de las ilusiones.

La lógica psicoanalítica es más discutible que la lógica matemática porque es más flexible, cuenta con premisas no confirmadas y sobre todo, porque nuestros cerebros padecen una tendencia muy fuerte a rechazar lo desagradable y a creer lo conveniente, lindo, fácil.

Aunque nuestro cerebro considera más conveniente, lindo y fácil suponer que nuestra especie es maravillosa, insuperable y mimada por un ser infinitamente poderoso, bueno y justo como es Dios, tendríamos que poder admitir que somos una especie más y que nuestras únicas funciones, misiones y destino son reproducirnos para que la especie sea inmortal (1) y producir para alimentarnos el tiempo necesario para que podamos gestar y criar a los nuevos ejemplares.

Los humanos vivieron bien mientras creyeron

— que el planeta Tierra era el centro del universo,
— que somos una estatua viviente esculpida por Dios, y
— que tenemos libre albedrío.

Los humanos sufrieron las pérdidas de estas tres creencias (ilusiones) cuando

— Copérnico demostró que nuestro planeta gira en torno al sol;
— Darwin nos convenció de que descendemos del mono;
— Freud propuso la existencia del inconsciente cuya función psíquica determina nuestras decisiones.

La desilusión provocada por estas novedades generó grandes protestas, descalificaciones, intentos de «matar al mensajero» (Copérnico, Darwin, Freud).

Muchas personas consideran inadmisible que sólo seamos portadores del ADN que le da inmortalidad a la especie y que una vez entregado nuestro legado a la próxima generación (reproduciéndonos), como si fuéramos participantes de una carrera de relevos (1), ya no tenemos motivos para seguir corriendo (viviendo).

Por este tipo de resistencia a las malas noticias, seguimos diciendo que «el sol sale por el este» en vez de reconocer que, en nuestra rotación, comenzamos a verlo por el este.

(1) El espíritu en realidad es la sexualidad

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«Ganarás el pan con el sudor de tus genitales»

Inconscientemente pensamos que tener sexo para gestar hijos que traigan «un pan debajo del brazo», es una manera de sudar que cumple el castigo bíblico.

Llegó hasta nuestros días el mito bíblico según el cual Dios, enojado con Adán y Eva porque desobedecieron la prohibición de comer una manzana, los condenó a que Adán (y todos los varones) tuviera que ganarse el pan con el sudor de su frente.

Efectivamente sudamos cuando trabajamos, pero también cuando hacemos el amor, cuando jugamos, cuando hacemos ejercicios por el placer de movernos.

Aunque parece un pensamiento mucho más moderno que el castigo bíblico, los humanos decimos que «todo niño viene con un pan debajo del brazo».

El significado religioso de esta afirmación es que la Divina Providencia incluye como una manifestación más de su generosidad, el darle a los padres los recursos necesarios para alimentar a los hijos que tengan el coraje de gestar.

El significado laico de esta afirmación constituye un aliento para que los ciudadanos tengan hijos.

Asociando estas ideas podemos ver cómo los humanos hemos pensado que el castigo divino (sudar para ganarnos el pan), también podía cumplirse sudando en un acto sexual donde gestáramos hijos que vendrían con el pan debajo del brazo.

Anteriormente he comentado que existe una especie de salario que nos paga la naturaleza por gestar (1). Me refería en esa ocasión al placer máximo que nos provee la sexualidad.

En este caso un dicho popular nos permite pensar que la actividad que nos asegura la conservación de la especie (fornicar) también nos asegura la conservación del individuo porque los hijos nos traen riqueza material.

En suma: con la lógica psicoanalítica según la cual nuestro inconsciente nos hace decir más cosas de las que creemos expresar, los humanos asociamos gestar hijos (reproducir) con producir riqueza material.

(1) El orgasmo salarial

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Imposición o diálogo de magias o religiones

La magias (blanca o negra) y las religiones, son recursos que tenemos los humanos, de cualquier nivel cultural, para resolver dificultades resistentes a los procedimientos racionales.

Personas cultas e inteligentes hacemos cosas que parecen raras.

Cuando las dificultades normales de existir parecen superar nuestra tolerancia a la frustración, acudimos a ciertas prácticas para torcer el curso de los acontecimientos adversos.

La magia consiste en contratar la colaboración de forzudos cuyos poderes lograrán imponer nuestra voluntad para que la realidad deje de molestarnos.

La idea es que estos profesionales actúan como guardianes, es decir, protectores que mediante el uso de la fuerza mental, mejoran una cosecha, curan una enfermedad o vuelven a enamorar a un cónyuge fugado para que retorne con su familia y se deje de hacer tonterías por ahí.

La magia es blanca cuando los objetivos son beneficiosos para la persona que habrán de influir o es negra cuando los objetivos son perjudiciales.

En general, tanto profesionales como clientes, consideran que siempre están haciendo el bien, pues la magia negra, en todo caso, castiga a quien hizo un daño (según el usuario). Por lo tanto, cuando la magia negra tiene por objetivo matar, enfermar, volver impotente, hace algo similar a lo que hace nuestro sistema judicial cuando impone que un culpable vaya a la cárcel, perdiendo la libertad, la familia, el trabajo.

Las religiones hacen lo mismo pero de forma mucho más delicada.

El usuario de una religión está afiliado a ella por largo tiempo, es como si fuera el socio de un servicio de salud pre-paga y su accionar no es violento como la magia sino que trata de persuadir con distintos ritos al Dios a quien rinde culto, para que lo ayude.

En suma: los magos exigen, imponen, actúan directamente y los religiosos solicitan, persuaden, prometen, sobornan.

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Víctimas de la injusticia

Una interpretación filosófica equivocada de los sufrimientos inherentes al funcionamiento biológico de la vida, puede provocarnos pobreza patológica.

A falta de explicaciones mejores, la humanidad se explica las dificultades propias de existir diciendo que son castigos por haber pecado, que son una condena porque somos culpables de algo.

Nuestro cerebro sólo puede percibir humanizándolo todo. Esto es inevitable. Y también es inevitable que todos nuestros inventos sean humanoides (con rasgos antropomórficos). Por eso el o los dioses, tienen características humanas.

Vivir tiene varias molestias (1), y como los humanos castigamos haciendo sufrir, entonces todo sufrimiento es un castigo provocado por alguien que tiene características humanas, sólo que en grados superlativos, pues los dioses son súper humanos: o muy buenos o muy malos.

Desde la desobediencia que cometieron Adán y Eva (comer una manzana prohibida), sufrimos porque fuimos castigados a ganamos el pan con el sudor de la frente y a parir con dolor.

Otro castigo recibido de los dioses condenó nuestra inagotable arrogancia. Es por eso que los hombres y las mujeres somos personas separadas y nos buscamos desesperadamente. Para peor, cuando nos encontramos, el vínculo no es del todo satisfactorio.

Por lo tanto, los humanos explicamos las molestias propias de vivir como si fueran castigos por culpas que cometieron personas fallecidas hace miles de años.

Esto nos lleva a la conclusión de que padecemos injustamente.

Cuando un ser humano padece injustamente, suele ponerse de mal humor, agresivo, reivindicativo, peleador, ofuscado, vengativo (eligiendo alguna víctima suficientemente débil para asegurar el éxito) o, por el contrario, puede sentirse abatido, deprimido, resignado, desmoralizado, desvitalizado, apático.

En aquellos seres humanos que se creen víctimas de un castigo injusto y que reaccionan con agresividad o depresión, ven su capacidad productiva severamente afectada y se convierten en candidatos seguros de una pobreza patológica.

(1) Blog especializado en las molestias de vivir

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El reclamo de los quejosos

Quienes se caracterizan por dedicar mucho tiempo a quejarse, se dirigen a Dios porque suponen que Él los tienen un poco olvidados.

Lo real es que para ganarnos la vida tenemos que trabajar: cultivar la tierra, ordeñar las vacas, tejer los hilos de algodón o lana, confeccionar prendas de vestir, fabricar y vender utensilios de cocina, manejar camiones, financiar estas actividades, gobernar.

Para realizarlas es preciso dedicarles tiempo de aprendizaje, tiempos de elaboración, interrumpir otros entretenimientos, diversiones o descanso, arriesgar inversiones, enfrentarnos a nuestros potenciales compradores, convencerlos, competir con otros que hacen lo mismo, pagar los impuestos.

El verbo casi único es «hacer».

Sin embargo para algunas personas no es esto lo que hay que hacer para ganarnos la vida (dinero para comprar alimentos, abrigo, alojamiento, estudios).

Para esas personas en las que estoy pensando lo que hay que hacer es conseguir la aprobación del dueño de todo, caerle simpático, obedecerlo, decirle piropos, demostrarle sumisión, respeto y miedo. Adularlo, hacerle publicidad mencionándolo («Gracias a Dios», «Si Dios quiere», «¡Ay, por Dios!»).

Para esas personas el dinero no llega a nuestras manos por lo que hacemos sino por quienes somos. Si somos hijos de Dios, hijos de un padre rico, amigos de gente influyente, entonces ocurrirá lo que debe ocurrir: el dinero llegará a raudales, muy pocos proveedores querrán cobrarnos por sus mercancías y servicios, los propios organismos recaudadores perdonarán nuestros compromisos fiscales.

Algunos personajes con estas características son visibles, van y vienen sin que nadie sepa qué están haciendo además de mostrarse y cobrar.

La mayoría no son visibles sino audibles.

Efectivamente, todos los quejosos, plañideros y protestones son personas cuya tarea consiste en hacerle saber a su Dios amoroso, proveedor y justiciero, cuánto están sufriendo, cuánto necesitan, cuán pobres mártires son, llorando por sentirse abusados, víctimas, desfavorecidos, postergados.

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viernes, 7 de octubre de 2011

Dios es [hacer el] amor

«Dios» es un vocablo que sustituye (eufemismo) al vocablo «amor» porque este está asociado a la reprimida sexualidad.

Supongo que los ateos estamos muy preocupados por Dios precisamente porque una mayoría de personas inteligentes creen en su existencia y, más aún, actúan tomándolo como un dato de la realidad.

En mi caso me preocuparía estar cometiendo un error o una omisión demasiado grande. Si bien todos podemos equivocarnos, hay errores más injustificados que otros.

No creer en lo que cree la mayoría es algo que llama la atención y digno de ser sometido a observación, meditación, análisis.

Quiero referirme a una expresión muy difundida (especialmente por una iglesia que lo incluye en su denominación): «Dios es amor».

Uno de los significados de esta frase nos permite suponer que el vocablo «Dios» es un eufemismo del vocablo «amor», así como «desvío de recursos» es un eufemismo de «evasión fiscal», o «persona grande» es un eufemismo de «anciano», o «infractor» es un eufemismo de «delincuente».

La Real Academia, define «eufemismo» como:

«Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante».

¿Por qué la palabra «amor» necesita ser «suavizada» con un eufemismo como es Dios?

Según mis creencias (a esta altura casi religiosas), lo único importante (2) para cualquier ser vivo es sobrevivir y preservar la conservación de la especie.

En la nuestra, «hacer el amor» es fornicar, acción que, de no ser por la inseminación artificial, es imprescindible para conservar la especie.

Los humanos no queremos decir que «fornicamos», quizá para diferenciarnos del resto de los animales.

En suma: La palabra «amor» sugiere sexo, fornicar, coito, acciones que nos prometen esa inmortalidad (3) tan anhelada, como también la promete Dios.

Dios es amor, sexo, fecundación, embarazo, conservación de la especie, inmortalidad.

(1) Prohibido tocar

(2) Blog referido a Nuestra única misión

(3) El espíritu en realidad es la sexualidad

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Las soluciones para la delincuencia son primitivas

La represión violenta, el encierro y otras mortificaciones de los delincuentes, se inspiran en creencias primitivas, indígenas, religiosas, supersticiosas.

En otro artículo (1) digo textualmente:

«El negocio (se refiere al robo y venta de objetos robados) funciona desde que el mundo es mundo porque hay una asociación implícita entre ladrones y compradores de objetos robados, esto es, personas que compran objetos diez veces más baratos que su valor de mercado, sin preguntarse por qué esa diferencia y sin preocuparse por ser cómplices.»

Los delitos contra la propiedad excitan fuertemente nuestros sentimientos morales y esta agitación emocional es el peor estado intelectual para razonar serenamente.

No podemos pensar con ecuanimidad si estamos perturbados por diagnósticos firmes del tipo «los delincuentes deben ser castigados», «los culpables de la inseguridad ciudadana son...», «queremos erradicar definitivamente este tipo de hechos ...».

Desde mi punto de vista la delincuencia es un fenómeno tan natural como la lluvia, el viento, los terremotos.

Todos provocan grandes pérdidas y son parte del costo de estar vivos. Tenemos que protegernos de las inundaciones, de los sismos, de los derrumbes, de las acciones de otros humanos, de los virus, de los desarreglos orgánicos que ponen en riesgo nuestra calidad de vida.

Estos y una larga lista, son «costos de existencia», que deben ser evitados para que no ocurran o compensados si ya ocurrieron.

Los criterios morales, éticos y religiosos aportan una suerte de alivio imaginario, pues creemos que el fenómeno natural del robo se compensará ampliando la capacidad de las cárceles o suponiendo que los victimarios algún día serán juzgados por Dios.

En suma: nos aliviamos imaginando, soñando, ilusionándonos, como hacen quienes matan al mejor chivo (expiatorio) para aplacar la ira de un dios que los castiga con fenómenos naturales adversos.

Nuestra modernidad conserva ideas, creencias y soluciones primitivas.

(1) La compra-venta de objetos robados


Blog vinculado: Vivir duele

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Los humanos creemos saber más que la naturaleza

El pensamiento delirante que caracteriza inclusive a personas muy prestigiosas de nuestra especie, es el que nos hace pensar que los humanos deberíamos participar en un reparto más equitativo de riquezas naturales y económicas.

Dicen que el cosmos es más antiguo que el ser humano y yo lo creo.

También dicen que la naturaleza contiene al ser humano, que el ser humano no contiene a la naturaleza y yo lo creo.

Nuestro cerebro puede comprender y hasta aceptar que la naturaleza es más antigua y más grande que nuestra especie, pero nuestro cerebro también puede hacer otro recorrido para terminar concluyendo que todo los hizo Dios y que Dios nos tiene a los humanos como sus creaturas preferidas.

Esta última idea es la que nos permite suponer que si no somos los más antiguos ni los más grandes, al menos somos los más importantes.

Razonando de esta forma, personas muy respetables por su sabiduría, linaje y honorabilidad, realmente nos hacen dudar sobre quiénes somos (los humanos) en realidad.

Si pudiéramos apegarnos a una percepción fríamente objetiva, tendríamos que aceptar que no existe ningún ser superior y que Dios es una figura mitológica que nos alegra la existencia.

Alejados de este ser superior, terminamos pensando que todos los seres vivos nacen con diferencias vitales (fortaleza, longevidad, inteligencia) y por lo tanto el reparto injusto de la riqueza tiene un origen anterior, esto es, el reparto injusto de condiciones biológicas (cuerpo más o menos perfecto).

Las molestias provocadas por la distribución de la riqueza material surgen porque los humanos pretendemos perfeccionar nada menos que la naturaleza que nos incluye, nos contiene y nos determina.

En suma: Es nuestra desproporcionada arrogancia la que nos hace pensar que deberíamos recibir de la naturaleza y de la sociedad, similares cantidades de recursos.

Artículo vinculado:

Lo que la naturaleza no da, nadie lo presta

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Dios es un seguro costoso

Nuestra inteligencia disminuye su rendimiento inventando creencias muy tranquilizadoras pero generadoras de desvalorización, miedos, subordinación.

Todos creemos ser realistas aunque quizá este sea un logro inaccesible para nuestra pequeña inteligencia.

Si necesitamos dinero para solventar los gastos personales y familiares, exprimimos nuestro cerebro tratando de entender cómo funciona el mercado para poder participar en él y llevarnos lo que necesitamos, entregando lo que nos pidan.

En realidad no sabemos si es pequeña o grande al compararla con una inteligencia ideal, imaginaria, soñada, añorada, perfecta, infalible, certera, veloz.

Si esa inteligencia maravillosa no fuera nuestro modelo, nuestro talento estaría relativizado con menos exigencias y podríamos comenzar a considerar que no estamos tan mal, que no será portentosa, espectacular, prodigiosa, pero al menos nos alcanza para aprender nuevas destrezas, recordar algunos datos, investigar por cuenta propia, sacar conclusiones que luego pueden corroborarse en la práctica y que si con un uso humanamente inteligente de nuestra inteligencia en el año 2000 nuestro patrimonio era de 100 y en el año 2010 fue de 120, entonces tan mal no está funcionando.

Es que la propia inteligencia inventa ideas que la sabotean, le quitan rendimiento, la enlentecen.

Cuando nuestra inteligencia nos induce a creer en Dios para sentirse protegida por un padre todopoderoso, simultáneamente nos convierte en hijos eternos, subalternos, temerosos de correr riesgos que no podrían estar cubiertos por ese gran personaje asegurador cuya póliza está colmada de condicionamientos (exigencias, precauciones, amenazas, leyes, críticas).

Quizá lo peor de este sabotaje de nuestra inteligencia está en que si nunca vamos a poder superar a nuestro padre celestial o terrenal, quedamos confinados a un límite autoimpuesto, pues recordemos que fue nuestra inteligencia la que diseñó y creó ese personaje que nos protege pero que también nos desvaloriza porque es ideal (perfecto, infalible, omnipotente, irreal, imposible).

Artículo vinculado:

Un costoso seguro de vida

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Monogamia y monoteísmo

El dinero representa una fuente de poder tan grande que puede compararse con un dios omnipotente. Para muchos, aceptar el dinero implica transgredir el monoteísmo predominante en nuestra cultura.

El dinero es la mercancía de mayor versatilidad pero a su vez es la que carece de toda utilidad directa.

El oro, las pieles, los alimentos, también son mercaderías pero si bien no son tan canjeables (permutables) como el dinero, al menos sirven para hacer joyas, abrigarse o alimentarse respectivamente.

Entregando dinero siempre podemos obtener oro, pieles y alimentos, sin embargo no siempre que entreguemos algunas de estas mercaderías podremos obtener dinero u otras que necesitemos oportunamente (combustible, cuidados médicos, vivienda).

Observado desde estas consideraciones (su canjeabilidad), el dinero posee poder total, es omnipotente.

Es por esto que, para quienes poseen una psiquis dispuesta a las creencias religiosas (la mayoría de la población mundial), el dinero tiene características suficientes para ser considerado un dios.

Acá aparece un conflicto: Quienes creen en la existencia de Dios, piensan que existe uno sólo.

Vivimos en una cultura MONOteísta (1). Esa mayoría de seres humanos que creen en la existencia de Dios, consideran que este es uno sólo y que además está terminantemente prohibido rendirle culto a algún otro.

En el mencionado artículo (1) aludía a que nuestra cultura también exige la MONOgamia y eso nos permite inferir (deducir) que creer en la existencia de por lo menos un segundo dios, implicaría una transgresión (infidelidad) a la norma monoteísta y por asociación también una transgresión (infidelidad) a la monogamia.

La suposición inconsciente de que el dinero es un dios dada su omnipotencia, podría explicar por qué se lo desea, luchamos por ganarlo, pero simultáneamente sentimos pudor, recato, y otras resistencias a su uso explícito, llano, sincero, como si se tratara de una relación amorosa clandestina.

(1) Pensamiento monopólico y violencia

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La ventaja de imaginarse culpable

Hasta los sentimientos de culpa más injustificados tienen la ventaja de aportarle a su víctima la insuperable sensación de ser protagonista de méritos igualmente injustificados.

La diferencia más importante que existe entre un psicólogo y un no psicólogo está en que el profesional no cree que el consultante sea igual que él mientras que el no psicólogo tiende a pensar que los demás se le parecen al punto de diagnosticar proyectando (imaginando, suponiendo) en el otro sus propias características.

De cualquier forma la psicología y todas sus artes científicas afines (psiquiatría, psicoanálisis, conductismo) es una disciplina especialmente incierta. Las hipótesis, teorías y conjeturas que nos aporta exigen que el umbral de tolerancia a la incertidumbre sea alto.

La buena noticia es que podemos entrever una cierta lógica en el comportamiento humano que nos guía para lograr algunas conclusiones que operativamente dan resultado.

Por ejemplo, es posible comprender que seamos incoherentes porque casi todas las opciones que se nos presentan son de tal suerte que si bien la elegida es la mejor, la rechazada también posee algunos rasgos valiosos cuya pérdida lamentaremos... o haremos lo posible para disfrutarlos.

El ejemplo más claro que conozco está en las relaciones monogámicas: Nos unimos a quien más nos gusta pero como las otras opciones (las que tuvimos que des-elegir, abandonar, rechazar) conservan rasgos atractivos, las disfrutaremos practicando la infidelidad.

Un ejemplo menos claro pero muy rentable refiere a los sentimientos de culpa.

Nos mortificamos porque nuestro hijo fracasa y no paramos de buscar dónde nos equivocamos aunque sepamos que él es un adulto diseñado completamente por el azar de la naturaleza y de su suerte personal. Elegimos sentirnos culpables porque de esa forma también podremos sentirnos dioses, habilidosos escultores de un ser humano, únicos «fabricantes» de alguien tan maravilloso (como sus padres).

Artículos vinculados:

Algunas ventajas de la psicología
El autocastigo tranquilizador
Las víctimas del placer

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Celos por temor a una amputación

Los celos son inevitables cuando a quien los provoca lo sentimos como formando parte de nuestro cuerpo imaginario. El temor a que nos abandone es como el temor a padecer una amputación quirúrgica.

Los celos son mejor explicados por el mito (1) según el cual el ser humano en su origen estaba completo pues disponía de los dos sexos (hermafrodita) para reproducirse sin tener que discutir con el cónyuge, pero algo hizo que provocó la ira de un dios tan poderoso como vengativo quién lo dividió en dos, obligándolo desde entonces a tener que conseguirse a alguien del sexo opuesto padeciendo (y este es el castigo) las dificultades conyugales.

Por lo tanto, cuando nuestro cónyuge coquetea con otra persona, sentimos la misma preocupación de alguien a quien un cirujano le dice que debe amputarle una pierna o un brazo, pues esa relación de pareja que mantiene es la única solución que encontró para completarse después de aquel terrible castigo del dios malhumorado.

Los académicos, para no quedarse atrás, también elaboraron un mito al que por razones de status (prestigio, elegancia, ego) le llaman (llamamos) teoría.

Según la teoría psicoanalítica ocurre que cuando nacemos tenemos la sensación de que el universo forma parte de nuestro cuerpo (sensación oceánica, estado de fusión). Cuando el cerebro logra madurar, nos damos cuenta que todos somos individuos separados del entorno (2).

La sensación de formar parte de un todo (fusionados, solidarios, sin individuación) es tan placentera que nos resistimos a separarnos de nuestra familia paterna.

Todo funciona armónicamente hasta que nuestro cuerpo desarrolla deseos sexuales en un ámbito donde rige la prohibición del incesto.

La situación es molesta para un niño pero insoportable para un adolescente.

Porque abandonar la casa paterna es como una amputación, por temor a padecerla de nuevo celamos a nuestro cónyuge.

(1) La violencia doméstica según la mitología

(2) Somos el fiel reflejo de mamá

Artículos vinculados:

Amor sin barreras
«Soy celosa con quien estoy en celo»
El amor fuerte como el aire

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lunes, 5 de septiembre de 2011

La ambivalencia de la figura materna

La salud y la enfermedad, la alegría y la tristeza, la buena y la mala suerte, solemos asociarlas a nuestra figura materna pues ella está en la génesis de casi todo nuestro ser.

Cualquier persona que tenga estudios, seguramente cree que averiguando los porqués de la existencia habrá de calmarse.

Si nos dejamos llevar por los delirios del psicoanálisis, hasta podemos encontrar oculto algo maravilloso que nos permita suponer que las personas religiosas hacen lo mismo que los estudiosos pues intentan aliviar la angustia existencial mediante ES TU DIOS.

Hasta podríamos afirmar que el estado natural del ser humano tiene tres elementos infaltables: incertidumbre + angustia + teorías que eliminen la incertidumbre y la angustia.

Las teorías son casi tantas como ejemplares de la especie y por este sólo motivo todas son aceptables sin olvidar que algunas son más populares que otras porque coincidentemente, son aceptadas por más personas.

Nuestra madre es un personaje clave en nuestra psiquis.

—los sentimientos que nos inspira son muy fuertes y
—por eso es casi inevitable que den lugar a grandes emociones,
—muchas de ellas contradictorias...
—porque la realidad es ambivalente ante nuestros ojos
—porque nuestro cerebro necesita clasificar las sensaciones en buenas y malas
—en tanto las percibimos como agradables o desagradables.

Todo esto nos lleva a pensar-sentir que mamá es una diosa diabólica, bruja bondadosa, homicida salvadora.

Este personaje indiscutiblemente protagónico de la novela que todos imaginamos que es nuestra existencia (muchos llegan a decir «con mi vida podría escribir un libro!!»), es la que nos alimentó con su cuerpo.

Porque la queremos y le tememos, tantas veces pensamos que la causa de un malestar es por «algo que comimos» y por el mismo motivo, la mayoría de los remedios que utilizamos para curarnos se aplican por vía oral (se comen).

Artículos vinculados:

El amor solo vale cuando es libre
Celamos a quien representa a nuestra madre
Defecar a cambio de comida

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Miradas hacia arriba

El amor a Dios le resta inevitablemente amor a nuestros semejantes con quienes realmente podemos asociarnos para producir y ayudarnos mutuamente.

Las miradas y el dinero se parecen (1) porque son necesarios para vivir.

Cuando me refiero a miradas me refiero a que ellas son una señal de aprobación del otro, del que miramos, del semejante que nos gusta, atrae, necesitamos tenerlo en nuestro grupo (colectivo, sociedad, compañía).

La necesidad de contar con un instinto de conservación asociado a un instinto gregario se manifiesta porque casi todo lo que obtenemos para vivir proviene de algún intercambio con los demás.

Las economías autosuficientes (agricultura, pesca) son excepcionales.

Si todo mi esfuerzo está puesto en lograr la aprobación y el amor de un ser imaginario como es Dios, entonces este otro de carne y hueso que tengo a mi lado, recibirá menos atención, amor, miradas.

Teniendo adelante a un pobre ser humano y a Dios, nada podrá evitar que mis ojos prefieran al perfecto, inmortal, maravilloso.

Amándolo a Él, mi prestigio queda a buen recaudo porque es casi obvio que “dime con quién andas y te diré quién eres”.

Esta afirmación me conduce a deducir que “si andas con Dios, eres dios, y si andas con humanos… ¡me das lástima!”.

Si bien quienes me asesoran sobre los asuntos divinos me indican que Él ama a quienes aman a los humanos, nada mejor que “ser más realista que el rey” y cortar camino dedicándole toda la energía a quererlo sólo a Él, con total devoción, sin promiscuas poligamias.

La mejor y única forma de amar y servir al Señor es la monogámica, sin alentar otros amores por más que en su infinita tolerancia Él nos diga que acepta de buen grado que repartamos nuestro amor.

Los humanos valemos menos que Dios.

(1) Las miradas se parecen al dinero

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Pensamiento monopólico y violencia

Quienes creen que «la verdad» existe y que ellos la conocen, adhieren a un «pensamiento único», que les da paz, tranquilidad y los alejan de la torturante incertidumbre. Para conservar esta «felicidad» exterminan otras alternativas.

Según la teoría de Charles Darwin, el ser humano no es una creatura de Dios sino que desciende, es una mutación genética, es el nieto biológico del MONO.

Esto haría suponer que además del aspecto físico, algo más habremos heredado de nuestro simpático abuelo.

La mente no es confiable (1). Es una herramienta apta para conservar la vida en tanto con ella podemos conservarnos como individuos y como especie pero no mucho más.

A lo largo de los siglos y presionados por el temor a sufrir, buscamos, descubrimos, entendemos, inventamos y estamos maravillados de nuestros avances aunque el motivo de esa admiración no pasa de ser una comparación entre humanos.

Por ejemplo, cuando decimos «¡Qué maravillosos somos: inventamos la telefonía celular!» lo que deberíamos decir es «¡Qué maravillosos son algunos seres humanos respecto a otros seres humanos!»

Y cuando tememos sufrir la incertidumbre (2), la inseguridad, la duda, solemos aferrarnos a ideologías que todo lo expliquen, que no toleren la diversidad de opiniones, que sean intolerantes con las alternativas, que hayan enterrado el pensamiento crítico y reflexivo.

La propia ausencia de pensamiento crítico y reflexivo nos impide saber de nuestro absolutismo, intolerancia, necedad, prepotencia.

Como los chistes sólo hacen gracia si incluyen algo de verdad mezclada con la ficción que cuentan, puedo decir que los humanos huimos de la incertidumbre afiliándonos a algún pensamiento único (ideología absolutista, convicción de poseer «la verdad», «iluminación») y por lo tanto adherimos muy convencidos a creencias religiosas MONOteístas, a un tipo de medicina que pretende ser MONOpólica, a la familia MONOgánica.

Quizá esto sea lo que heredamos del abuelo MONO.

(1) La arrogante defensa de la verdad

(2) Estados paternalistas y subdesarrollo

El (pez grande) gobierno vive del (pez chico) ciudadano

Las ventajas del prejuicio

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«La naturaleza piensa como yo»

Suponer que la naturaleza tiene intenciones, voluntad y deseos humanos induce a elaborar estrategias de vida fantásticas, mitológicas, irracionales.

Aunque parezca demasiado obvio, los humanos sólo podemos tener sensaciones y pensamientos humanos.

Puede ocurrirnos que todo lo que se mueve nos haga pensar que está animado (que tiene vida) como nosotros y si ese movimiento es discontinuo, errático, imprevisible, rápidamente nos hace pensar que tiene una intención ... como nosotros.

Más confundidos quedamos cuando se trata de un ser realmente vivo y tiene dos ojos en línea horizontal igual que nosotros.

En este caso las dificultades son enormes y los poetas, que ya habían hecho hablar, pensar y decidir al viento, al mar y a los planetas, cuando pasan a la categoría de «ser mirados» por dos ojos, comienzan a dialogar con animales y aves.

Con estas características de funcionamiento cerebral, no vacilamos en hacer elaborados razonamientos contando con que la naturaleza tiene voluntad, intención, planes, dudas y, más aún, criterios de justicia, rencor y deseos de venganza.

A esos acontecimientos autónomos, naturales, podemos imaginarlos como dioses, santos, vírgenes, que se aproximan a la realidad en cuanto creemos que nos hicieron a su imagen y semejanza o alguna vez fueron de carne y hueso.

Es probable sin embargo que si pudiéramos evitar este error de humanizarlo todo, podríamos suponer que la naturaleza sólo funciona por azar puro, que todo es casual, aunque «humanamente» entendamos que todo es causal (alguien decidió, actuó, fue culpable).

Con esta modalidad mágica y animista de vincularse con el entorno, quien se identifica con la naturaleza (la imagina a su imagen y semejanza), elabora su estrategia de vida identificándose con ella. Por ejemplo, cree que si empobrece la diosa naturaleza le tendrá lástima ... así como él le tiene lástima (y ayuda) a los pobres.

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sábado, 6 de agosto de 2011

La arrogante defensa de la verdad

Nuestro cerebro es defectuoso y piensa con errores pero a pesar de eso tenemos que usarlo como hasta ahora.

Según el determinismo todo lo que somos y hacemos está determinado por factores que nos influyen. Desde la concepción, cuando papá fecundó a mamá, la suerte es la artesana de nuestra existencia.

Sin embargo nuestra mente tiene la sensación de que podemos decidir cuando en realidad lo que ocurre es que algo dentro nuestro nos obliga a realizar determinado acto.

Esta equivocación es más visible cuando observamos que algunas personas crean detalladas explicaciones de cómo ocurrieron los acontecimientos, dando a entender que era posible saberlo con anticipación.

Es el caso de quienes discuten de fútbol explicando por qué el resultado que informa el diario del lunes ya era conocido (previsible, imaginable, adivinable) antes de que se jugara el partido del domingo.

Nuestro cerebro no es capaz de entender con claridad qué es el futuro y tan débil es esta función mental que algunos llegan a afirmar que el futuro ya existe pero que sólo algunos lo conocen (videntes, futurólogos).

Los delirios son casos extremos de disfunción mental. En ellos el delirante está seguro de que las alucinaciones visuales o auditivas ocurren realmente y si su forma de describirlas es muy coherente, hasta quienes no lo padecen se preguntan si el enfermo no tendrá razón y que son ellos quienes no ven lo que el delirante narra.

Observe que si una persona sana, normal, sin dificultades psíquicas, está segura de que existe Dios, de que el futuro está en el presente y puede ser conocido con anticipación, también se autoconvence de que su pensamiento es confiable.

En suma: si aceptamos que nuestro cerebro comete errores así como nuestra vista puede ser engañada por un ilusionista, es arrogante defender cualquier certeza (verdad).

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El delicado aparato psíquico

Las ideas (creencias) funcionan como piezas rígidas e imprescindibles de nuestro «aparato psíquico». Cambiar sólo una, implicaría cambiar todas las demás.

Como si se tratara de un complejo mecanismo de relojería, nuestra psiquis tiene entre sus miles de piezas, a las creencias (prejuicios, ideas, opiniones).

Aunque estas piezas del intrincado mecanismo son intangibles, invisibles (no se pueden tocar ni ver), no son menos efectivas y sobre todo rígidas.

Como decía en otro artículo (1), cualquier desajuste nos provoca dolor. Al mal funcionamiento de este «mecanismo» lo percibimos como incertidumbre, duda, inseguridad.

Tras estas sensaciones viene la angustia y tras esta, decaimiento, insomnio, disfunciones sexuales y un sinfín de molestias, dolores y desarreglos que generalmente son tratados por la psicosomática.

Pensemos por un momento que ese intrincado mecanismo de relojería que nos defiende de esta incertidumbre y sus consecuencias, es atacado por agentes externos que cuestionan (critican, descalifican) la perfección de alguna de sus piezas.

Por ejemplo, varios compañeros de trabajo nos critican burlonamente porque oramos al Señor la gracia que nos concede brindándonos la comida que nos alimenta.

Esta «pieza» (la creencia en Dios) de nuestro complejo mecanismo, es imprescindible para conservar el buen funcionamiento de nuestra mente, psiquis, emociones (aparato psíquico).

A su vez, en el «aparato psíquico» de nuestros compañeros de trabajo es muy importante una pieza que podemos denominar «ateísmo».

Aunque a ellos y a nosotros nos parezca que las demás mentes pueden pensar como la nuestra, eso no es así. Por seguir con el ejemplo, los repuestos de un reloj Casio no le sirven a la maquinaria de un reloj Citizen.

Si en el mecanismo de ellos o de nosotros está la «pieza» según la cual todo «mecanismo» diferente es una amenaza real o potencial, ellos o nosotros intentaremos combatir al supuesto enemigo (intolerancia).

(1) Las verdades personales

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Gracias de nada

Agradecer a la naturaleza, a Dios o a la suerte, es placentero porque permite imaginar que estos entes no-humanos nos aman, quieren beneficiarnos y protegernos.

En otro artículo (1) comenté que la expresión «que Dios te lo pague» es placentera en tanto permite imaginar que mantenemos transacciones igualitarias nada menos que con Él.

Ahora les comentaré algo sobre el agradecimiento.

Sabemos que es una norma de buena educación agradecer por los favores recibidos. «Gracias por el libro que me prestaste»; «Gracias por habernos invitado»; «Gracias por su generosa donación».

Existe una cierta similitud con el caso mencionado en primer término porque la manifestación de gratitud parece cancelar un beneficio recibido.

Hasta acá encontramos una forma de trueque en la que una de las partes siempre es intangible (verbal).

Sin embargo algunas personas sienten pasión por agradecer y buscan cualquier justificativo para complacerse con esa actitud. Hasta podría decirse que si logran agradecer con cierta convicción, ven aumentada su felicidad, independientemente de que el referido trueque haya existido o no.

En este caso, cuando el agradecimiento es claramente compulsivo, devoto, apasionado, podemos pensar que está presente el miedo a una fuerza, ser o personaje superior, temible, tiránico, que reclama ser apaciguado por sus débiles hijos, protegidos, fieles, con sumisión, de rodillas, con actitud implorante.

La naturaleza produce buenas o malas cosechas y a partir de estos resultados los humanos comemos mejor o peor. Sin embargo, en Estados Unidos y Canadá consagran un día a realizar la Acción de Gracia (imagen), porque así creen que la naturaleza los benefició deliberadamente.

En suma: agradecer es útil para poder imaginar que los productos de la naturaleza nos fueron obsequiados como gesto de amor... en vez de pensar que esos alimentos son el resultado de fenómenos naturales, que también ocurrirían si no existiéramos los humanos agradecidos.

(1) Si no resisto la realidad, la invento

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Si no resisto la realidad, la invento

Cuando la realidad se torna intolerable para una psiquis escasamente disciplinada por la moral, el ser humano recurre a fantasías, creencias y en casos extremos, al delirio.

«Que Dios te lo pague» suele ser el saludo de agradecimiento de quien no se ve obligado a pagar por lo que recibió.

Es de suponer que nadie toma esas palabras al pie de la letra y sin embargo no tenemos la total certeza.

Efectivamente, en el fondo del corazón de muchas personas anida la fantasía con rango de verdad de que mantienen una cuenta corriente con Dios.

En comercio existe un documento de pago que se llama «letra de cambio». Se utiliza cuando tres personas están vinculadas económicamente.

Imaginemos que Dios es una de esas personas, que el Papa es otra y que usted es el tercero.

Imaginemos también que Dios le debe al Papa por todo lo que este hace para que los humanos crean en Él. Por otro lado usted le entrega al Papa un bello mantel bordado con bellas imágenes religiosas que cuesta mil dólares.

El Papa podría entregarle a usted una «letra de cambio» donde diga: Dios, págale al portador de esta «letra de cambio» la cantidad de mil dólares.

La transacción culminará cuando usted se presente ante Dios, le entregue el referido documento de pago y Dios, con total naturalidad, extrayendo de una nube diez billetes de cien dólares, se los entrega y guarda la letra de cambio porque San Pedro contabilizará que la deuda por concepto de publicidad que el cielo tiene con el Vaticano, fue amortizada en mil dólares.

Esta descripción, que puede parecer hereje o irrespetuosa, no tiene esa intención sino más bien poner de relieve la interpretación imaginaria, fantástica o irreal que algunos hacen de las deudas y el dinero.

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Los privilegios del malo conocido

Nuestra forma de percibir por contraste (blanco sobre negro), está en la base de nuestras comunicaciones, especialmente en la publicidad porque quiere favorecer ciertas percepciones (de nuestro producto) y dificultar las de otros.

Lo más interesante, emocionante y angustiante para los seres humanos es la vida y esto es así sólo porque existe la muerte.

Si la vida fuera eterna, dejaría de existir como concepto. No la registraríamos, no nos daríamos cuenta de que está ahí.

Con algo de humor puedo asegurar categóricamente que estamos rodeados que cosas, fenómenos y situaciones cuya existencia no llegamos a verificar por la simple razón de que no existe la contraparte, la posibilidad de su ausencia, lo opuesto que le haga de fondo para resaltar la figura (Gestalt).

Por consecuencia, tampoco puedo en este caso poner tres ejemplos aclaratorios porque, como acabo de decir, supongo que existen pero no las percibo.

Y para terminar, un breve mensaje a los creyentes que se enojan cuando critico las religiones desde mi ateísmo: si no fuera por mí, ellos no podrían contar con Dios.

Esta introducción referida al contraste como forma de percibir está puesta acá porque pensé en comentarles lo que ocurre con la publicidad viral (imagen).

Se denomina de esta forma tan preocupante porque se difunde de manera similar a los virus que infectan a las computadoras mediante esos programas diabólicos que desarrollan los buenos hackers (es decir, los hackers que son «malos»).

También se denomina publicidad viral a la que presenta el producto de forma tan atractiva (por ejemplo un video, un Power Point, un jingle) que deseamos voluntariamente reenviársela a nuestros contactos.

Como «más vale malo conocido que bueno por conocer», cuando tenemos que elegir entre varias opciones, elegimos la que creemos conocer (aunque sea mala) porque contrasta (sobresale, se distingue) de las desconocidas.

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jueves, 14 de julio de 2011

El condón solar

La psicosomática acepta ideas que parecen disparatadas para intelectos bloqueados por la racionalidad.

El cerebro humano produce símbolos: los crea y también los entiende.

Por ejemplo, una balanza de dos platillos simboliza el equilibrio, la justicia, la ley.

Hace unos cuarenta mil años que nuestra especie habita el planeta pero no hace tanto que a Nicolás Copérnico (1473-1543) se le ocurrió pensar en algo que no es evidente: la Tierra no está en el centro del universo. Por el contrario, la Tierra gira alrededor del Sol.

Esta estrella que nos da luz y calor, de la que depende nuestra alimentación, ha estimulado en nuestra imaginación múltiples símbolos:

— Hijo del dios del Cielo, lo ve todo y por eso lo sabe todo;
— Es un ojo de Dios (el otro es la Luna);
— Es un héroe guerrero protector, poseedor de espadas de fuego;
— El varón (activo), por oposición a la Luna (pasiva);
— El oro es reconocido por sus virtudes como metal pero su valor está aumentado porque posee una coloración similar a la del sol;
— También simboliza características negativas como son la vanidad o el idealismo.

Varias de estas ideas simbólicas se condensan para que en nuestro inconsciente el sol represente a una figura paterna.

Según el psicoanálisis es posible pensar que la actividad inconsciente, en su función simbólica, puede entender que acostarse en una reposera a tomar un baño de sol equivale a tener sexo con el padre.

Hace unos años cunde el temor al cáncer (reproducción de células) de piel provocado por el sol, lo cual equivaldría a la gestación (reproducción de células) de un hijo incestuoso, muy peligroso y eventualmente mortífero para el transgresor.

En suma: el cáncer de piel estaría provocado por la sugestión provocada por esta asociación inconsciente y un protector solar es un condón.

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La fe es un sentimiento enfermizo

La mitad de la energía laboral y productiva proviene de la fe en el ser humano, también llamada «optimismo».

Por todos lados encontramos abogados universitarios o silvestres que pregonan con total convicción algo que tiene la fuerza de un axioma: «Todos somos inocentes hasta que se demuestra la contrario».

¿Realmente tenemos tanta necesidad de mentir, ser hipócritas o ilusos?

Esta afirmación sólo pueden hacerla el sospechado y sus seres queridos aunque su juicio esté viciado de nulidad pues nadie puede ser juez de sí mismo.

Los adultos pensamos, sentimos y actuamos de forma totalmente distinta. Nuestra actitud sincera, profunda, natural piensa del acusado: «Si lo denuncian, algo habrá hecho». Si no expresamos este sentimiento es porque quien lo enuncia se convierte en alguien peligroso. Es decir que mentimos por miedo a que la sociedad nos considere difamadores, delatores o espías.

La historia de este triste sentimiento que anida en nuestro corazón (dudar de la bondad de la gente), también es triste.

Los niños nacemos provistos de fe, creemos en la bondad, suponemos que nuestros semejantes son todos iguales a mamá y a papá.

En su mayoría, las escasas experiencias de vida que tenemos nos conducen a confirmar esa creencia. La fe es tan abarcativa que suponemos que la existencia toda es benévola, generosa, siempre feliz.

Cuanto más elevada es la visión optimista del niño, más expuesto está a que sus primeras desilusiones sean catastróficas.

Esas malas experiencias son inevitables: papá nos denuncia ante mamá porque le teme, el gato me araña, Dios no me alivia el dolor de panza, el abuelo se fue al cielo y nadie hace nada para que vuelva.

La desconfianza se instala y se hace muy difícil ganar dinero con estas crisis de fe en el ser humano y en la vida.

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No animarse a querer poder

Es posible que una creencia falsa nos mantenga incapacitados artificialmente para desarrollar nuestras capacidades.

Supongo que la afirmación «Querer es poder» constituye una síntesis cuyo significado no se limita a lo que dice explícitamente sino que su verdadero valor está en lo que sugiere, connota, inspira.

Por el contrario, muchísimas personas han optado por tomarla al pie de la letra y poseídas por un pensamiento mágico, místico, idealista, creen en la omnipotencia del pensamiento, imaginan que proyectar equivale a construir, que rezando con suficiente fe un ser superior nos concederá lo que pidamos de forma similar a la maravillosa Lámpara de Aladín.

Pero quien diga «no quiero comprarme un nuevo pantalón», nos está haciendo saber que su decisión es muy fácil de cumplir y que difícilmente encuentre obstáculos para cumplirla.

También es muy convincente quien diga «rechazo categóricamente toda forma de poder». En este caso tampoco están presentes intenciones voluntaristas, crédulas, supersticiosas.

Una cierta interpretación de la brevísima aseveración posee un significado particularmente realista.

Un paciente con talento superior a lo normal para la música, tenía una memoria asombrosa para recordar y evocar melodías, inclusive si deliberadamente lo hacían escuchar otra música para distraerlo.

Sin embargo, a sus casi treinta años, era incapaz de estudiar su instrumento preferido: el bandoneón.

Oculto por muchos otros contenidos inconscientes, un día apareció para sorprendernos a los dos una anécdota que destrabó la dificultad.

Cuando aún era muy pequeño e ingenuo, le preguntó a un estudiante avanzado de ese instrumento cuánto tiempo tuvo que estudiar para lograr el dominio que demostraba, a lo cual el consultado, por chistoso o fanfarrón, le respondió que aprendió todo eso en una tarde de domingo.

Como al niño se le instaló la creencia «nunca podré superar esa marca», inconscientemente «no quiso poder interpretar el bandoneón».

Nota: La imagen corresponde al popular bandoneonista argentino Aníbal Troilo (1914-1975).

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Dejad que los perversos vengan a mí

Diálogo de gordos

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