domingo, 25 de diciembre de 2011

El acoso padecido o provocado

Nuestro cerebro es incompetente para determinar cuándo es víctima y cuando procura serlo.

Antiguamente teníamos la certeza que todos los seres vivos habían sido creados por un ser superior, un personaje de poderes sobrenaturales, un gran padre.

En ese entonces a nadie se le ocurría hacer el planteo más contemporáneo sobre «¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?» pues ya se sabía que había sido la gallina, creada a su vez por el dios de ese pueblo.

La ciencia le quitó terreno a las creencias mágicas, místicas, fantásticas, pero como los seres humanos vivimos mejor si nos reunimos en torno a una convicción y la palabra «religión» deriva de religiosus = escrupuloso, contrario a la negligencia, terminamos creyendo que la ciencia sí nos provee verdades incuestionables, lo cual, a largo plazo, tampoco es cierto porque las «verdades» científicas se renuevan con lo cual podemos decir que las anteriores no eran tan verdaderas.

En suma: la ciencia es una religión, con muchos devotos y hasta con inquisiciones, porque los «científicos fundamentalistas» suelen ponerse muy agresivos con quienes cuestionan sus «verdades».

Con esta introducción sólo intento quitarle un poco de luz al encandilamiento religioso de la ciencia para decir que el ser humano no es apto para acceder a la verdad, aunque sí está dotado para soñar con ella al punto de creer que ese sueño es realidad.

Voy al punto: como dije en otro artículo (1), tenemos una actitud tan ambivalente hacia nuestro padre que hasta podemos imaginarnos sexualmente acosados (hijos e hijas), sin dejar de amarlo y respetarlo.

En ciertos casos esto se resuelve desplazando esos sentimientos a otros personajes y circunstancias, como por ejemplo a otras figuras paternas (gobernantes, clientes, competidores, maestros, jefes), sin saber qué ocurrió primero: si él quiso abusarnos o nosotros buscamos esa prueba de amor.

(1) La inadaptación al «maldito» dinero y la pobreza

Artículo vinculado:

El acoso del deseo

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