jueves, 23 de diciembre de 2010

La convivencia boxística

Tenemos dos opciones:

1) Guiarnos por lo que parece ser la realidad objetiva; o
2) Guiarnos por nuestras intuiciones confiando en que «Dios proveerá».

Como no creo en el libre albedrío, supongo que cada uno actúa inevitablemente por el criterio que se le impone (dotación genética, contexto cultural, características del inconsciente).

Es seguro que a mí me tocó actuar según la realidad objetiva y no tengo otra alternativa que hablar de lo que aparentemente sé: lo objetivo, la racionalidad, el ateísmo, etc.

Les decía hace poco que el estilo de vida capitalista es bastante salvaje (1). Me baso para afirmarlo en que disimuladamente están permitidos algunos homicidios de personas jurídicas (empresas) que están integradas por personas físicas (gente).

Según mi perfil de persona racional, objetiva y atea, considero inevitable reconocer las cosas como son, para que mi desempeño no esté perjudicialmente desalineado con el contexto en el que actúo.

En otras palabras, si vivimos en un régimen socio-económico en el que competimos con tanta rudeza que podemos llegar a causarnos daños muy penosos (y hasta irreversibles), no podemos andar por la vida como ángeles, cantándole al amor y pensando que habitamos un jardín.

La convivencia boxística implica estar dispuestos a causar el mayor daño posible y evitar padecer el mayor daño posible, cumpliendo con todas las reglas de juego.

En este estado de cosas, evitamos el mayor daño posible reconociendo que nuestros discretos, disimulados aunque inteligentes y astutos competidores, tratarán de desanimarnos, exagerarán cuán difícil es todo, retacearán todo tipo de ayuda que pueda fortalecernos en perjuicio de sus propios intereses.

Existe una consigna capitalista, usada indistintamente por todas las ideologías, que reza: «No conviene avivar tontos, porque después se volverán contra tí».

En suma: la convivencia boxística nos exige saber y aceptar que participamos en una lucha civilizada.

(1) El capitalismo sin bañarse y con perfume

Nota: la imagen muestra el momento de la pelea (1997) en la que Mike Tyson muerde una oreja a Evander Holyfield. Este fue uno de los tantos desaciertos que condujeron a la ruina al superdotado deportista.

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La rentabilidad de los mártires

Sabido es que caemos hacia abajo y que eso puede constituir un accidente fatal.

Corro el riesgo de tropezar con la obviedad más ridícula, porque disfruto del (inexplicable) placer de estudiar, pensar, redactar y publicar en este blog, ideas sobre cómo somos y qué nos convendría hacer (teniendo en cuenta «cómo somos») para mejorar nuestra calidad de vida.

Algo que parece tan evidente como la fuerza de la gravedad (y los cuidados que debemos tener con ella para no caernos y matarnos), es —por ejemplo— cómo evaluamos a las personas después de que mueren.

Por alguna razón que ahora no viene al caso, todos conocemos nuestro drástico cambio de opinión cuando nos abocamos a evaluar la gestión o la calidad humana de alguien fallecido.

Repentinamente se suspenden todos los ataques, críticas adversas e insultos y pasan a ocupar ese espacio, desde un respetuoso silencio a una encendida glorificación.

Tranquiliza pensar que estas exageraciones no son graves porque el beneficiado ya no puede influir sobre nuestras existencias.

Sin embargo, algo tan preocupante como la ley de la gravedad, es la rentabilidad que obtienen quienes se dedican a recordar o reivindicar la figura de alguien que falleció como víctima de algún acto condenable.

El fenómeno gravitacional probablemente funcione de la siguiente manera:

Todos recordarán que Dios (el más bueno de los seres imaginables), hizo matar a su hijo (Cristo), para redimir (perdonar, salvar) nuestros pecados.

La historia no nos puede dejar en un peor lugar: tenemos una deuda infinita y una culpa infinita.

¿Quién puede ganar el dinero necesario con esta mochila cargada con tales trozos de roca?

En suma: competirán con desventaja quienes, inconscientemente, sientan culpa por la muerte de Cristo, de los judíos alemanes, del Che Guevara o por cualquier otra víctima erigida para desmotivarnos, debilitarnos, gobernarnos, dominarnos, empobrecernos.

Nota: La imagen muestra un monumento recordatorio (Nagasaki) de 188 mártires japoneses que fueron perseguidos y matados por profesar el catolicismos, durante el siglo 17.

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Dios nos libera

Mientras releía el artículo titulado El amo y el esclavo, viven diferente, pensaba: «Alguien puede pensar que intento ser coherente».

Lo que sí ocurre es que no busco la incoherencia deliberadamente. Si tengo que ser coherente, lo acepto sin culpa ni arrepentimiento.

La obligación de no contradecirnos equivale a una cárcel de alta seguridad. Continuamente tenemos que revisar todo lo que alguna vez dijimos para evitar la inclusión de conceptos que se opongan entre sí.

El equipo de carceleros que nos vigilan, está compuesto por una infinidad de voluntarios, que hurgan con meticulosidad proporcional al prestigio del convicto. Si alguien gana el Premio Nobel, estos voluntarios se excitan hasta el paroxismo y tratan de encontrar pruebas para destruirlo, cosa que felizmente no ocurre, no por falta de contradicciones en el premiado, sino por la inevitable necedad de sus carceleros.

Y en esto sí creo: Dios nos libera.

Observen que la existencia de las religiones, capaces de convocar a personas de las más variadas inteligencias, nos aportan el derecho a defender públicamente un conjunto de ideas radicalmente alejadas de la lógica, la coherencia y la racionalidad.

Por lo tanto, aunque el psicoanálisis es ateo (porque suponemos que esta fantasía no es otra cosa que una forma de pensar en las cualidades e influencia en nosotros de un padre ideal), no puede (el psicoanálisis) enemistarse con las religiones porque recibe de ellas una autorización tácita para defender —también públicamente—:

— la falta de coherencia que nos impone el inconsciente; y que

— (por estar gobernados por el inconsciente), el libre albedrío no pasa de ser una alucinación, que por la cantidad de adherentes que la padecen (o disfrutan), parece ser tan verdadera como la existencia de Dios.

En suma: vivir en la cárcel (de la coherencia), no impide la felicidad humanamente posible.

Nota: La imagen muestra al presidente de México (Felipe Calderón), al presidente de Venezuela (Hugo Chávez) y al presidente de los Estados Unidos (Barack Obama).

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Cómo conducir una hoja que vuela

Todos deseamos tener poder porque suponemos que teniéndolo, logramos controlar nuestra vida.

Cuando los acontecimientos que nos acompañan resultan frustrantes (perdemos el trabajo, una pequeña manchita altera el aspecto del cutis, nuestro cónyuge no responde a nuestras expectativas),

— suponemos que todo eso tiene una causa conocida,
— suponemos que existe una técnica para eliminar la causa o compensar sus efectos indeseables,
—suponemos que con inteligencia y buena voluntad, la felicidad no sólo existe sino que puede ser permanente.

En suma: todos queremos organizar la realidad para que se adecue a nuestra conveniencia.

A medida que pasan los años y este emprendimiento fracasa sistemáticamente, comenzamos a pensar que quizá lo más conveniente sería que fuéramos nosotros quienes intenten adecuarse a la realidad.

Esta actitud suele ser calificada como resignación, conformismo, estoicismo.

Según en qué cultura vivamos, estos vocablos tienen una connotación positiva o negativa.

Para algunos, «resignarse» es ser cobarde, apático, débil y para otros es ser valiente, sabio y fuerte.

Estas alternativas tienen detrás sendas filosofías y sus autores principales se dedican a ofrecer argumentos que permitan fundamentar una u otra.

Sin embargo, creo que estas opciones no existen.

Efectivamente, mis creencias en el determinismo (y mi escepticismo frente al libre albedrío), me llevan a pensar que nuestras circunstancias nos imponen cierta actitud (resignación o rebeldía) que luego intentamos justificar con argumentos filosóficos, para no perder la esperanza en que

— «hacemos lo que nuestra inteligencia nos indica»;

— «nuestra conducta está plenamente justificada porque no somos animales esclavos de los instintos»;

— «somos respetuosos y obedientes de las órdenes de nuestros amos».

Este punto es esencial:

Observe cómo nuestros fundamentos se encolumnan tras algún personaje prestigioso (Dios, Sartre, Cristo, Fidel Castro, Freud, etc.).

Conclusión: cuando adherimos al pensamiento de cierta ideología, religión o doctrina, estamos siendo esclavos de un amo (1).

(1) El amo y el esclavo viven diferente

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Cómo ser famoso y popular

¿Alguna vez se puso a pensar qué significa la existencia de la Era Cristiana?

En mis febriles cavilaciones, he llegado a la conclusión de que si Cristo, un hombre como yo, logró ser tan amado y popular, quiero ser como él.

No pierdo de vista que muchos psicóticos, en pleno delirio místico, saben que son Cristo. Eso es diferente. Ellos tienen transitoriamente borrada la línea que separa una aspiración de una convicción.

En mi caso, sólo anhelo poseer tanta grandeza, aunque si no lo logro, me conformaré con algo menos.

Si bien estos párrafos parecen humorísticos, tienen mucho de verdad. La excepción está hecha en que me permito poner por escrito algo que anida en el corazón de casi todos los seres humanos, hombres y mujeres.

Dicho en otras palabras, todos deseamos ser infinitamente amados, protegidos, mimados, respetados, reverenciados, ad-mirados.

Este deseo que sólo opera en la clandestinidad de nuestro inconsciente, es la piedra fundamental de la filosofía que nos alcanza a casi todos los occidentales, seamos o no creyentes en Dios y en Cristo.

Retomo el principio para decir: si usted y yo vivimos en la Era Cristiana (estamos próximos a finalizar el año 2010 d.C. [después de Cristo]), deducimos que la historia de la humanidad tiene un antes y un después del nacimiento de este increíble personaje, al que secretamente desearíamos parecernos.

Como inconscientemente desearíamos tener su fama y popularidad, también inconscientemente podemos intentar parecernos a él: en sus actitudes, en su pensamiento, en su estilo de vida.

Observemos por ejemplo que él hizo todo el bien que pudo pero lo acusaron y condenaron a morir injustamente. Por eso algunos desean y logran ser víctimas de la injusticia.

Observemos por ejemplo, que él pregonaba la pobreza y era pobre. Por eso algunos desean y logran ser pobres.

Nota: La imagen muestra al Presidente de Ecuador, Rafael Correa (2010).

Artículos vinculados:

Odiar es un placer costoso
Los catorce pecados capitales
«Si no me compras, eres un anormal»

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Los psicosomáticos dolores del parto

Hay un conjunto de creencias que nos arruinan la vida, pero atención: nuestra vida depende del sufrimiento.

Efectivamente, el fenómeno natural «vida» cuenta con las acciones que realizamos para aliviarnos del hambre, del cansancio, de la evacuación de los desechos digestivos, del deseo sexual (1).

Una de esas creencias ruinosas dice que estamos formados por una parte física, que se puede tocar (tangible), más otra parte espiritual, que no se puede tocar (intangible).

A esta creencia se la denomina dualismo cartesiano porque hemos elegido al filósofo francés René Descartes (1596-1650) como su inventor o descubridor, a pesar de que muchos pensaron lo mismo, pero necesitábamos un abanderado para darle mayor fuerza, difusión y credibilidad a la idea.

Como les comento en algunos artículos (2), las creencias tienen una fortísima influencia en lo que percibimos. Casi podríamos decir que no vemos de afuera hacia adentro sino exactamente al revés: lo que no creemos, no lo percibimos.

Otra creencia muy arraigada entre nosotros es que, si bien podríamos aceptar que somos animales, no solo somos diferentes sino que además somos los mejores, los más perfectos.

Esta idea es tan ridícula como la que sostienen algunos de nosotros de que somos los más bellos, los más inteligentes o los infalibles.

Con estas premisas, podemos ir pensando que los dolores de parto son una respuesta psicosomática que, en lo esencial, es patológica.

En otras palabras, no es necesario que el parto sea penoso. La naturaleza puede perfectamente terminar el proceso de gestación sin que las mujeres sufran.

Efectivamente, las hembras de estos animales, pueden ser fecundadas por un macho, luego pueden gestar sin la ayuda de nadie (parientes, médicos, enfermeras), y parir sin dolor ni asistencia.

Claro que, como Dios dijo «parirás con dolor», ¿quién se anima a desobedecerle?

(1) Ver blog especializado en el sufrimiento como inherente a estar vivos, titulado Vivir duele

(2) La obediencia debida

Nos comportamos como perros y gatos

La inteligencia es optativa

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... y Colón tenía razón... por ahora

No hace mucho les comentaba en otro artículo (1), qué podemos suponer del inconsciente de un usuario del control remoto del televisor, utilizando la teoría psicoanalítica.

En este caso —como en otros—, muchas personas consideran que ese mundo interior no es posible, no existe, que sólo está en la imaginación delirante de los psicoanalistas.

También en este caso —como en otros—, esa suposición puede ser cierta o errónea.

Asegurar que conocemos la verdad no parece un juicio verdadero. Con preocupante frecuencia observamos cómo las afirmaciones más categóricas, han tropezado para no volver a levantarse.

Por ejemplo:

Personas de inteligencia incuestionable, afirmaron que la Tierra está en el centro del universo;

Con similar coeficiente intelectual, afirmaron que nuestro planeta es plano y no redondo;

Adolfo Hitler fue declarado el «hombre del año» en 1938;

La cocaína fue maravillosa durante décadas; los enemas hicieron furor; The Beatles era un conjunto mediocre; el teléfono, como invento, no tenía futuro; fumar fue maravilloso, elegante, estimulante y hoy es la causa de casi todos los males; las carnes rojas eran muy alimenticias, pero ahora son cancerígenas; la gripe H1N1, no se sabe si es peligrosa o un negocio para quien fabrica el Tamiflú (Laboratorio Roche).

Existen miles de verdades como estas, que mantienen a los cerebros pensantes de nuestra especie, convencidos, dubitativos y revisionistas.

El caso más claro de verdad indemostrable o no-verdadera, refiere a la existencia de Dios y, sin embargo, la inteligencia de algunos creyentes, puede acercarse a la de Einstein.

En suma 1: El psicoanálisis apela más a la inteligencia poética que a la inteligencia matemática e insisto: la inteligencia matemática (racional) es tan vulnerable que no merece la credibilidad que le asignamos.

En suma 2: no descarte que el control remoto extraiga de algunos usuarios, sus aristas más psicopáticas.

(1) El genocida con pantuflas

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Cadena perpetua

Les comento cuál es una de mis intenciones más secretas, pero que no tiene ningún misterio.

Hay cosas que yo creo saber de mí porque tengo un inconsciente bastante ventilado por haber estado unos cuantos años en análisis.

Algunos de sus contenidos, los comento con ustedes.

El resultado primario es de rechazo.

Mis lectores suelen pensar que eso que digo está equivocado, pero sin embargo, en cada uno queda la idea de que existe un semejante (yo, Fernando Mieres) que dijo, escribió, comentó, algo que quizá no sea el único que lo piensa, siente o sabe.

Es más, quizá se diga: «yo mismo puedo tener esas ideas sobre el incesto, el abandono de los hijos, que soy animal, que soy más egoísta de lo que siempre creí, que el amor depende de la utilidad que me preste el ser amado, etc., etc.».

La cosa es así: a lo largo de nuestra vida aparecen situaciones conflictivas, molestas, dolorosas, que tratamos de evitar, resolver, acomodarlas de alguna manera en nuestra vida para que dejen de incomodarnos.

Algunas de ellas, las negamos. Por ejemplo, rechazamos la idea de que el universo siempre existió. Negamos esta posibilidad, «no nos cabe en la cabeza», podríamos decir apelando a una metáfora bastante elocuente.

Por lo tanto, a partir de esa negación radical, decimos muy confiados: «No hay efecto sin causa» o «Todo lo que existe, alguien lo creó (Dios)».

Algunas situaciones (deseos, intenciones) conflictivas, las reprimimos. Por ejemplo: «Jamás deseé ser el esposo de mi mamá» o «Respeto tanto el derecho de propiedad, que soy incapaz de robar».

Lo negado o reprimido nos pone paranoicos (por temor a que alguien lo descubra) y nos pone agresivos e intolerantes (para que no se nos escapen esos deseos que fueron juzgados, condenados y encarcelados a cadena perpetua).

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Gracias a Dios, todo anda mal

La creencia en Dios cumple tantos objetivos que ponerla en duda constituye un gesto agresivo.

Los gestos agresivos no siempre son negativos.

— los dentistas los hacen todo el tiempo para sanar nuestra dentadura;

— la medicina combate enfermedades de forma agresiva, a tal punto que muchas soluciones son a costa de daños colaterales inevitables a nivel hepático, renal, gástrico;

— la policía actúa de forma agresiva —aún causando daños materiales y personales—, tratando de evitar que grupos defensores de intereses sectoriales (huelguistas, manifestantes, revoltosos), perjudiquen a la mayoría.

La creencia en Dios se forma con los ideales humanos más deseables e inalcanzables: omnipotencia, omnipresencia, omnisciencia, inmortalidad, justicia infinita, bondad incuestionable.

Cada creyente supone eso de sí mismo:

— imagina que «querer es poder»;
— que es posible al menos estar enterado de todo lo que ocurre;
— que cuidando la salud, la muerte nunca llegará;
— que nuestro criterio es perfecto a la hora de juzgar a los demás;
— que si no nos agreden, tenemos una bondad infinita.

Pero además, el creyente cree que esa características ideales, sólo las detenta él. Los demás hacen esfuerzos por lograrlo, pero no lo logran.

Como sostener esta idea públicamente implicaría una casi segura internación en un hospital psiquiátrico, entonces se viste con abundante humildad, diciendo que solo algunas personas son así.

Estos maravillosos seres humanos, cuando pierden su cuerpo terrenal (al morir), son santificados (imagen).

Los ciudadanos que sostienen estas creencias (una mayoría), piensan que los sistemas son buenos, pero los que siempre fallan son los humanos.

El interés de una mayoría por confirmar que «los que siempre fallan son todos menos yo», es lo que fomenta la creación y mantenimiento de sistemas muy imperfectos, que provoquen errores, demoras.

En suma: Las organizaciones y administraciones, generalmente estatales, son burocráticas, ineficientes, molestas y generan pérdidas... Gracias a Dios.

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martes, 16 de noviembre de 2010

El (supuesto) poder de la palabra

El cerebro (o el lugar donde esté ubicada nuestra capacidad de percibir la realidad) tiene mezclado lo que recibimos del exterior y lo que elaboramos por nuestra cuenta.

En condiciones de salud normal, podemos discernir en esa mezcla de ideas, sensaciones, percepciones, qué nos vino de afuera y qué produjimos interiormente.

Esas «condiciones de salud normal» pueden verse afectadas cuando estamos preocupados, angustiados, desesperados.

Cuando algo de esto sucede, es posible que usemos las palabras con tres diferentes intenciones:

1) Suplicante (plegaria);

2) Mágica (ensalmo);

3) Psicológica (sugestión).

Las carencias de salud, trabajo y/o amor constituyen situaciones en las cuales es lógico sentirnos preocupados, angustiados, desesperados.

Muchas personas creen disponer permanentemente de favores especiales de las fuerzas naturales o de alguna deidad (Dios, santos, tótem).

Otras comienzan a creer en esos poderes mágicos solamente cuando las circunstancias graves y duraderas debilitan sensiblemente su racionalidad.

Las palabras usadas con intención suplicante son usadas para dialogar humildemente con esas figuras imaginarias. A veces el pedido de ayuda incluye alguna promesa que consistirá en dedicarle a esa deidad algún sacrificio personal.

Las palabras usadas con intención mágica son usadas por terceras personas (brujo, chamán, curandero) porque supuestamente pueden obligar a la naturaleza (o a la deidad) a que resuelva el problema del consultante.

Las palabras usadas con intención psicológica son las que comunmente recibimos de nuestros seres queridos bien intencionados, para alentarnos, infundirnos ánimo o para reforzar nuestra esperanza.

Aunque ninguna de estas prácticas lingüísticas modifique el curso natural de los acontecimientos, es cierto que nuestro cerebro (debilitado por la adversidad) reacciona con una valiosísima sensación de alivio.

Claro que ese alivio no es más que el bloqueo artificial de los síntomas penosos. La situación, problema o circunstancia difícil no desaparecen.


Nota: La imagen corresponde a San Cayetano, considerado por sus fieles protector del trabajo.

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«Einstein era más tonto que yo»

Varias veces he comentado con ustedes que el libre albedrío es una ilusión colectiva.

Mi idea es que tomamos conciencia de nuestros actos segundos después que la naturaleza ordenó a nuestro cuerpo que hiciera algo.

Tomar conciencia significa que un cierto proceso neuronal incluye esa sensación por la que nos enteramos qué haremos (cambiar de trabajo, comer, estornudar).

Desde este punto de vista, las creencias también están determinadas por algún fenómeno físico de nuestro cuerpo que necesita creer en Dios, amar el comunismo o no pasar por debajo de una escalera.

La lectura de este blog modifica el funcionamiento mental sólo en aquellas personas que se producen asociaciones con contenidos mentales que ya tenían.

Es habitual que cuando nos reunimos con nuestros amigos incluyamos como uno de los juegos más divertidos criticar a los ausentes.

Ese entretenimiento posee como elemento placentero el sentirnos superiores.

Es clásica la crítica a personajes públicos que han ganado notoriedad por alguna característica que los destaca (poder político, económico o deportivo, capacidad de liderazgo, protagonismo).

El entretenimiento tiene un efecto secundario que puede ser interesante tener en cuenta.

Si colectivamente nos convencemos de que el presidente es un tonto o un corrupto o un incapaz, saldremos de ese encuentro con la creencia de que somos superiores a una persona que objetivamente posee más talento, capacidad o valentía que nosotros.

Esta satisfacción nos ubica en un lugar que no merecemos, nos sobrevalora, pero sobre todo nos distorsiona la realidad en la que vivíamos antes del juego.

Dicha distorsión no es ni más grave ni menos grave que cualquier otra pérdida de realismo. Lo único que digo es que dicha pérdida existe, pero consolémonos con que no todas pueden ser ganancias y con que sentirse superior es maravilloso.

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Arquitectura mental

Un arquitecto observa el terreno donde hará una construcción y se asegura sobre la resistencia del suelo.

Si no todo el piso es firme, apoyará el peso de la construcción sobre los puntos resistentes que encuentre aunque para hallarlos tenga que cavar muy hondo.

Para persuadir a una o más personas es necesario hacer algo parecido.

Todos tenemos ciertas convicciones, creencias firmes, ideas inamovibles.

Otras ideas serán más inestables, sujetas a ser cambiadas fácilmente, con un alto contenido de incertidumbre.

Ideas fuertes son por ejemplo «soy una buena persona», «mi familia es sagrada», «existe Dios» e ideas débiles son por ejemplo «mi cuñado es un buen tipo», «Gabriel García Márquez es el mejor escritor», «en los políticos no se puede confiar».

En toda población existen mayorías y minorías. Esto significa que la mayor parte tiene características comunes y una minoría tiene características especiales.

Las mayorías suelen compartir las ideas fuertes y las débiles. Son personas que están a la moda, que tienen «sentido común», que por cumplir con una norma estadística, son «normales».

Las minorías suelen ser más imprevisibles. No son cautivos ni de la moda, ni de las ideologías, ni de sus propios antecedentes.

Si pudiéramos suspender transitoriamente nuestra capacidad crítica, diríamos que las mayorías están conformadas por personas esclavas y que las minorías por personas libres.

Es necesario suspender la capacidad crítica para no caer en la simpleza de pensar que ser libre es bueno y ser esclavo es malo o al revés.

Si nos abstenemos de juzgar como bueno y como malo la forma de ser de los demás, podremos actuar como un arquitecto cada vez que hablemos con alguien para construir nuestros argumentos sobre sus ideas firmes y no sobre sus ideas débiles.

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Los reinan sobre los mejores

Somos la especie más vulnerable.

El período de gestación de un ser humano toma años para alcanzar el desarrollo que otros seres vivos alcanzan en horas o días.

Estoy considerando como período de gestación a la suma de las primeras cuarenta semanas que anidamos en el útero más todo el tiempo que nos tomamos después de nacer.

Como nuestro instinto es tan precario, tenemos que aprender casi todo lo que necesitamos saber, cuando otras especies nacen con casi todo sabido.

Uno de nuestros recursos psíquicos compensatorios de esta debilidad (prematuridad) consiste en distorsionar la realidad para «percibir lo que necesitamos percibir» y no la realidad tal cual es.

Si pudiéramos observar a los demás animales, aves e insectos con la suficiente objetividad, nos sentiríamos muy deprimidos, desmoralizados y hasta avergonzados de ser tan incompletos, lentos, retrasados, falibles.

Para que esto no suceda, nuestra psiquis distorsiona los datos que recibe de la realidad.

La modificación que le hace nuestra psiquis a esos datos no es superficial, pequeña, sutil. Es drástica. Tan drástica que convierte lo negativo en positivo, la debilidad en fortaleza, la estupidez en inteligencia.

En esta subversión que hace defensivamente nuestra psiquis para apartarnos de la realidad más insoportable para nuestra autoestima, se incluye la creencia de que somos tan superiores que no dependemos del mundo material.

Somos tan superiores al resto de las especies, que poseemos una parte inmortal (espíritu), que somos los hijos predilectos del gran creador (Dios) o que tenemos derecho a explotarlos (hacerlos trabajar, cazarlos como deporte, destruirles su habitat).

Me hace gracias que algunos ejemplares de nuestra especie van un poco más allá y en lugar de cobrar dinero por su trabajo (para poder comer, vestirse y otras necesidades materiales), cobran honorarios, es decir, algo que representa el honor, la dignidad, la importancia, el prestigio, la superioridad.

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Las creencias de nuestro jefe

Aún en el caso de que usted sea presidente de su país, todos somos tomadores de decisiones. En otras palabras: estamos influidos por personas que disponen de más poder que nosotros.

Este hecho suele ser desconocido por quienes prefieren saltearse este escalafón humano para reportarse imaginariamente a un personaje igualmente imaginario (Dios).

Lo que efectivamente influye en nuestras vidas son las decisiones de esos personajes que (juntos o separados) determinan el precio de nuestros productos, los intereses del dinero que nos prestan y si nuestro territorio será invadido o no.

Como la insatisfacción de los subordinados (la suya y la mía, entre otras) les resulta costosa, han puesto a trabajar a los subordinados expertos en bienestar colectivo para ir monitoreando cuán bien o mal estamos los ciudadanos del mundo radicados en los diferentes países.

Efectivamente el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) elabora informes anuales tomando en cuenta lo que ellos creen que es importante para usted y para mí.

Ellos (*) piensan que nuestra escala de valores es:

1) Salud y longevidad;

2) Educación;

3) La cantidad de dinero que tenemos para gastar anualmente.

En términos más genérico, la calidad de vida de un país está determinada por la cantidad de opciones que tienen sus habitantes para hacer lo que prefieren.

En otras palabras: un colectivo pasa bien cuando sus integrantes tienen oportunidades de satisfacer su vocación y sus expectativas.

Con esta breve descripción pretendo:

1) comentar con usted lo que opinan nuestros «jefes»;

2) asegurarnos de que este dato sea considerado en nuestra estrategia de vida.

(*) –«Ellos» podrían ser los presidentes de los 8 países más industrializados: Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Reino Unido y Rusia, pero ésta no es más que una suposición.

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Quiero ser banquera

Las monjas no pueden dar misa, ni recibir confesiones, ni consagrar matrimonios.

Quizá no puedan muchas otras cosas porque la iglesia Católica opina que las mujeres «no tienen carácter».

Hasta hace unas pocas décadas los bancos no contrataban empleadas sino sólo empleados.

Los bancos y los templos también tenían similitudes arquitectónicas porque exhibían grandiosidad, solemnidad y riqueza material.

La naturaleza funciona de tal forma que todas las especies tenemos algo para comer pero a la nuestra se le ocurre agradecer.

Lo nuestro no es gratitud sino un intento de persuadir, coaccionar o sobornar a la naturaleza (o a Dios) para que nunca nos falte comida.

Originalmente estos regalos, pago o soborno eran hechos por los sacerdotes en los templos, pero luego el manejo de la riqueza también se profesionalizó para usos no religiosos.

Esta podría ser una explicación de por qué los bancos y los templos tienen arquitecturas similares y por qué se tuvo la costumbre de excluir a las mujeres tanto del sistema financiero como del religioso.

Las mujeres banqueras son pocas pero bancarias son muchas. En el ámbito paralelo (el religioso) no han conquistado tanto terreno.

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«Alabado sea Yo»

Desde que nací ando con la muerte en el bolsillo como si fuera una bomba de tiempo.

¿Qué hago escuchando las historias angustiadas de toda esta gente que si no me pagara la sacaría corriendo de mi consultorio por quejosa, aniñada e irresponsable?

Con los años he logrado que los pacientes me elijan por lo elevado de mis honorarios. Los colegas más jóvenes me preguntan cómo hago para cobrar lo que cobro y sabiamente hago algún gesto que los desconcierta.

He tratado de reproducirlo frente al espejo del baño pero sé que no me sale igual.

Debería ser más sincero: no es por el dinero exactamente que yo hago esto sino porque quiero saber cómo hacen los demás para pasearse por la vida con esta amenaza mortífera. Quiero saber cómo se mienten.

Tengo la ilusión de que algún paciente me dará sin querer la fórmula para no sufrir la amenaza de muerte.

El crecimiento de mi tarifa ha ido cambiando la clase de pacientes que atiendo.

Seguramente usted pensará que ahora atiendo a los más adinerados. ¡Error! Ahora atiendo a personas más pobres pero que se imaginan más culpables.

La suerte o no sé qué, ha instalado la creencia en que lograrán lavar su alma conmigo y eso se lo debo en parte a la religión.

Con los años he ido perdiendo dulzura, paciencia, humildad, tolerancia, diplomacia, piedad, delicadeza.

No solamente les cobro honorarios principescos sino que además aprendí a exigir el pago puntual. Perdí el pudor y ahora tomo el dinero entre mis manos, lo doblo cuidadosamente y lo pongo en mi otro bolsillo (donde no está la bomba).

Me temen y por eso son puntuales. Me confiesan cosas horrendas porque saben que seré cruel.

Cuando les doy el alta porque ya no tienen más llagas psíquicas para conocerse, me siguen llamando y dejan en la contestadora temblorosos saludos y hasta palabras de agradecimiento.

Sin querer he logrado parecerme a la imagen que ellos tienen de Dios: cruel, caprichoso, exigente, despiadado, terrible, injusto, intolerante, radical, extremista.

Si me lo hubiera propuesto, no lo habría logrado con tanto acierto.

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«Parásito: Dios te ama»

En muchas religiones existen personas dedicadas full-time a las tareas propias de la creencia pero que para solventar sus gastos dependen de la generosa contribución de los fieles.

Varias veces he mencionado que la doctrina de Jesús de Nazaret (1) sugiere que no tenemos que preocuparnos demasiado por ganarnos la vida porque de todos modos Dios nos cuidará como lo hace con los lirios del campo y con la aves.

A veces se producen vínculos en los cuales alguien abusa económicamente de un semejante. Mencionaré sólo tres modalidades:

1) Llamamos explotación cuando un empleador contrata a un trabajador y le paga menos de lo que se merece;

2) Alguien puede convertirse en parásito de otro porque vive lisa y llanamente de lo que el otro produce (proxeneta, hijos vagos, cónyuge abusador); y

3) A veces sucede que alguien cree que —por las virtudes que posee—, es un hijo predilecto de Dios quien a su vez asignó a otro «elegido» la misión divina de mantenerlo.

En este caso, ambos sostienen roles del tipo explotador-explotado o de parásito-parasitado, pero envueltos en una ilusión piadosa que parece quitarle al hecho todo rasgo de abuso.

Tales fenómenos «místicos» no sólo suceden con los aportes voluntarios que hacen los creyentes (parasitados) para solventar a los religiosos full-time (parásitos), sino también entre personas comunes donde es muy notorio que —dentro de una pareja— uno se esfuerza más que el otro para solventar los gastos familiares.

(1) Por qué tengo que el trabajar doble

La filosofía rentable


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La hipocresía necesaria

El genial escritor ruso León Tolstoi (1828-1910) creó la fórmula para ser tan buen novelista como él: «Describe tu aldea y serás universal».

Pero parecería ser que por ese entonces era muy fuerte esta idea porque el dramaturgo también ruso Antón Chéjov (1860-1904) propuso: «Describe tu aldea y describirás el mundo».

Seguramente estos escritores no hicieron más que reescribir un refrán más antiguo que dice «En todos lados se cuecen habas».

Quienes participamos de las reuniones de copropietarios (consorcio) de un edificio de apartamentos (complejo habitacional), podemos observar la convivencia del odio y el amor, el desprecio y la idealización, la solidaridad y el abandono.

La primera gran novela policial nos dice que la historia de la humanidad arrancó con un crimen: Caín mató a su hermano Abel por celos, por envidia. Según el mismo relato, Dios prefirió la ofrenda de Abel, Caín no pudo soportarlo y lo mató.

Y ahora volviendo a Tolstoi, Chéjov y el refrán, podemos decir que los sentimientos opuestos conviven en todos nosotros.

Conclusión: No es cierto que sólo se odie o que sólo se ame a alguien (familiar, amigo, conocido).

Ignorar esta particularidad de nuestra forma de ser causa perjuicio porque la cultura publicita que deben poseerse sólo sentimientos positivos y que además debemos ser coherentes.

Esta publicidad no debemos tomarla en cuenta. Es tan engañosa como que «Todo va mejor con Coca-Cola».

Es tan cierto que podemos tener sentimientos negativos hacia el ser más amado como que podemos sentirnos muy desorientados inclusive tomándonos dos litros diarios del referido refresco (imagen).

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Trabajo multidisciplinario

La pobreza es un fenómeno que preocupa a muchas personas.

En lo que a mí refiere, le dedico muchas horas semanales a pensar en las causas psicológicas porque, como les decía en el artículo titulado El especialista mediocre, parece imposible replicar el desempeño de aquellos obreros del pensamiento renacentistas que podían abarcar varias disciplinas con sorprendentes producciones (Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Galileo Galilei)

Lamentablemente la necesidad actual de especializarnos desatendiendo otras áreas vinculadas (economía, sociología, política, religión), disminuye la productividad individual y se vuelve imprescindible trabajar en equipos multidisciplinarios.

En esas otras áreas han pensado —por ejemplo— que las causas de la pobreza son cinco, a saber:

1) la ignorancia que es «no saber algo» pero que algunos confunden con «estupidez» que es una deficiencia orgánica o «necedad» que es una deficiencia de la personalidad;

2) la enfermedad es causa de pobreza no sólo por la incapacidad de trabajar que produce sino también por el costo de dinero en la prevención aplicada a todos los sanos y la curación de los que efectivamente se enferman;

3) la apatía está generalmente asociada con la creencia en que Dios o Alá son los responsables de todo;

4) la corrupción que más empobrece proviene de los actos de traición que cometen algunos administradores de fondos públicos, quienes sin embargo reciben el tibio tratamiento que se le aplica a los delincuentes comunes;

5) la dependencia empobrece cuando es buscada por quienes tienen vocación de esclavos aunque vivan en un régimen no esclavista.

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¿Por qué tengo que trabajar el doble?

La recomendación de Jesús de que nos quedáramos tranquilos porque nuestro Padre (Dios) nos daría lo necesario como hace con las aves y los lirios del campo quizá tuvo vigencia en su época pero en la actual es seguro que no la tiene.

Les planteo un razonamiento porque puede servirnos para mejorar nuestra calidad de vida actual y futura.

Pensemos que la expectativa de vida de un ser humano es de 100 años. Si bien las cifras indican algo más de 70, la ciencia avanza a tal velocidad que no es un despropósito calcular esos 100 años.

Cualquier persona que nazca hoy, debería tomarse los primeros 20 años para formarse, capacitarse y quedar en condiciones de ganar dinero. Los padres se encargarían de proporcionarle lo que necesite y desee.

Luego, tendría que trabajar 40 años y a los 60 años (20 + 40) jubilarse.

Una vez jubilado, viviría otros cuarenta años para llegar a los 100 (60 + 40).

Pero el tema central de este artículo es que durante los 40 años de actividad, deberá generar el doble de lo que necesita para vivir. La otra mitad la tiene que guardar para los cuarenta años finales, cuando quizá tenga menos energía y ganas de trabajar, pero tendrá necesidades y ganas de divertirse.

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Américo Colón inventó las Antillas

El escritor inglés Gilbert K. Chesterton (1874 – 1936) escribió algo que forma parte de la personalidad de muchas personas, aunque a veces no lo sepan: «Cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa».

Es más conocida otra frase que dice: «El ocio es la madre de todos los vicios» (aunque por razones de género, debería decir «es el padre»).

Los niños suelen tener falta de concentración. Se distraen con facilidad o pueden mantener la atención en un solo tema durante un corto tiempo. Su cerebro —en pleno desarrollo— hace que sus pensamientos sean más volátiles, desorganizados, poco controlables. En casos complejos pueden tener dificultades de aprendizaje.

Si el desarrollo cerebral se enlenteciera o detuviera por alguna causa (enfermedad, falta de estímulo, accidente), puede llegar a la adultez con esa dificultad para controlar sus pensamientos, para concentrarse en un solo tema por vez.

Cuando esto sucede suelen aplicarse los mismos métodos que se aplican para otras dificultades: O se elimina el síntoma (el efecto desagradable) o se intenta curar la causa (mejorar el funcionamiento cerebral).

Una forma de mejorar la concentración mental sin atender el problema cerebral consiste en disciplinarse para cumplir rutinas muy rígidas. Otra forma consiste en focalizar la vida en ideas totalizadoras como son algunas religiones o ideologías,.

La idea es tratar de que la persona no piense. Se le aconseja que acepte un pensamiento que ya le viene dado, con respuestas para cualquier situación que se le presenta en la vida. Debe esquematizarse, automatizarse, dogmatizarse.

A veces no hay recursos técnicos o materiales para encarar una curación de ese pensamiento disperso y descontrolado, entonces eliminar sólo sus efectos puede ser la solución menos mala, siempre y cuando no se le imponga la pobreza económica porque ésta nunca es una solución.

Nota: Este tema está comentado desde otro ángulo en La neurosis canina.

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Las órdenes contradictorias

Cuenta alguna leyenda que Dios le dijo al ser humano: «cuídate que te cuidaré».

Si esta frase ha sobrevivido miles de años es porque muchas personas ratifican su validez. De lo contrario se habría olvidado y nadie la repetiría ya.

Las compañías de seguros, aunque parecen desvinculadas de la religiosidad, aplican el mismo criterio. Cada contrato de seguro está lleno de condiciones para que nadie se llame a engaño: ellos indemnizarán por un siniestro determinado con precisión, no por cualquier descuido, negligencia o dolo.

En esta asociación podríamos decir que Dios oficia como una compañía de seguros que sólo cuida a quienes se cuidan.

Ayer publiqué un artículo titulado Mi amigo el policía en el que les comentaba que para mantener el orden en las comunidades, se nos educa (adiestra, disciplina, condiciona) para ser más cuidadosos de los intereses ajenos que de los propios.

Como podrán observar es probable que muchas personas padezcan las consecuencias de estar recibiendo órdenes contradictorias: por un lado Dios nos dice que nos cuidemos y por el otro lado nuestros padres y maestros nos dicen que cuidemos a los demás.

La respuesta a esta confusión es clara: tenemos que cuidarnos a nosotros mismos sin perjudicar a los demás.

Ésta parece ser la solución más ponderada, justa, salomónica... aunque sería razonable que fundamente por qué. Espero hacerlo más adelante.

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«Peleo como Tyson»

La acción de identificar consiste en «hacer que dos o más cosas en realidad distintas aparezcan y se consideren como una misma.»

En el Diccionario de Psicoanálisis de Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis describen la identificación como el «Proceso psicológico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de éste. La personalidad se constituye y se diferencia mediante una serie de identificaciones. »

Por ejemplo alguien, con el transcurso de los años imita inconscientemente los siguiente rasgos: habla pausado como su padre, se peina igual que Robert de Niro en la película Heat (Fuego contra fuego), cuando desconfía, levanta una ceja como un cierto héroe de un comic, defiende los colores de un equipo de fútbol igual que su tío más querido, cruza las piernas como Sharon Stone en la famosa escena de la película Basic Instinct (Bajos instintos).

Muchos se preguntan por qué el Vaticano ostentan tanta riqueza siendo que la Iglesia Católica pregona la austeridad y la pobreza.

Las personas creyentes en la existencia de un ser superior que los ayuda a cambio de sacrificios, destinan los mejor de sí para hacerle ofrendas.

Esta particularidad psicológica que todos poseemos de identificarnos con cierta figuras admiradas, queridas, reverenciadas, permite que algunas personas no padezcan las penurias económicas que sufren porque se sienten tan ricos como el dios, el santo o la virgen que veneran.

También pueden estar como anestesiados para los sufrimientos de la pobreza, identificándose con jugadores de fútbol que nadan en la abundancia, con estrellas del espectáculo multimillonarias o consumiendo telenovelas donde todo es diversión y nadie trabaja.

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Un costoso seguro de vida

El temor a la muerte se asocia al desconocimiento científico sobre qué es el pensamiento para permitir la creación de una creencia con la que es posible suponer que, si bien existe la muerte, esta no es ni total ni definitiva.

No es total porque esa falta de conocimiento nos permite suponer que tenemos una parte no material (alma, espíritu) que no muere.

No es definitiva porque esa parte inmaterial continúa una existencia con otras características diferentes a las que conocemos mientras estamos «atados» a un cuerpo.

Un seguro de vida es algo que pagamos periódicamente para que cuando nos llegue la muerte, alguien reciba una cierta cantidad de dinero.

Por lo tanto existe en nuestra mente la posibilidad de pensar que pagando una cierta cantidad de dinero, obtenemos una prolongación de los actos de nuestra vida: alguien disfrutará gracias a nuestra contribución económica.

Ahora junto las dos ideas y concluyo que algunas personas pueden pensar que si durante la vida material «pagan» una cierta suma (a veces tan alta que los empobrece), estarán «ganándose» una confortable vida eterna.

¿Cómo «pagan»? El pago se realiza cumpliendo con las exigencias de quien determinará esa «confortable vida eterna»: Dios. En general ese pago consiste en rendirle homenaje, amarlo más a Él que a sí mismo, respetarlo, sacrificarse, entregar lo mejor de sí para homenajearlo, «ahorrar» placeres terrenales.

Si las personas que piensan así cambiaran su parecer y aceptaran que la muerte es total y definitiva, dejarían de «pagar» ese «seguro de vida espiritual eterna y confortable», con lo cual tendrían una vida terrenal más confortable y, sobre todo, contribuyendo al bienestar de los demás, porque no olvidemos que el único inconveniente de la pobres patológicos es el perjuicio que le provocan a la sociedad (por lo que no contribuyen y/o por lo que tenemos que donarles).

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La comida es amor

En el artículo titulado Alcancía ultra-light comento que la antigua tradición de inculcar el ahorro a los niños estimulándolos a guardar monedas en una alcancía con forma de chanchito, puede haber caido en desuso porque la moda indica que la obesidad (en este caso, del chanchito) es considerada antiestética y perjudicial para la salud.

Algunos autores piensan que aquella tradición tuvo un origen que también puede ser interesante recordar.

La creencia en dioses responsables de todo lo bueno y lo malo que nos sucede existió en todas las épocas y culturas.

En casi todos los pueblos se ha tratado de recibir su ayuda mediante el sacrificio. En principio ofrendándole la vida de alguien de la comunidad y más recientemente, el sacrificio de algún animal.

Esos autores opinan que la costumbre evoca la tradición de engordar un cerdo para sacrificarlo en honor a los dioses y luego comerlo para estrechar los vínculos entre los participantes del rito.

El estrechamiento de los vínculos mejoraba: a) el clima laboral; b) la productividad y c) la cantidad de recursos (aunque en realidad se consideraba la ayuda del dios).

Conclusión

Nuestra mente parece asociar las siguientes ideas:

1) Para satisfacer las necesidades hace falta un sacrificio. Esto nos permite explicar por qué muchas personas piensan que el trabajo debe ser un sacrificio y lo padezcan como tal.

2) Aún cuando nos ganemos el sustento mediante nuestro esfuerzo, es probable que le terminemos agradeciendo el salario a algún ente abstracto (Dios, suerte, destino). Si fuera así, nuestros ingresos no dependerían de nuestro esfuerzo sino de la simpatía que sienta ese dios por nosotros. Más aún: Es mejor ser simpático y no eficiente.

3) Pese al individualismo característico de sistema capitalista, seguimos disfrutando de compartir nuestro alimento. Entre quienes se practica esta costumbre social se perfeccionan los vínculos que las unen y si comparten alguna tarea es casi seguro que mejoren la productividad.

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Dios proveerá

Si usted sigue la publicación diaria que hago sobre la pobreza patológica, ya estará familiarizado/a con la idea según la cual «algunas personas se ven perjudicadas por la doctrina cristiana» (aquellas que exageran el desprecio a los aspectos materiales de nuestra existencia).

Menos veces he mencionado que es normal nuestra tendencia a realizar el menor esfuerzo posible por lo que no me parece condenable la búsqueda de estrategias facilitadoras de nuestra supervivencia.

Insisto en que resulta fundamental que para poder ganarnos la vida sepamos de nosotros mismos como única forma de conocer a los demás. Es ofreciendo nuestro trabajo a quienes lo necesitan que logramos lo necesario para sustentarnos económicamente.

Dicho de otra forma: para saber qué ofrecer tenemos que saber qué necesidades tienen los demás y para poder conocer a los demás tenemos que conocernos. Es imposible conocer al otro sin conocernos.

Y vuelvo al comienzo: Uno de los ejes de la ideología cristiana es la Divina Providencia, según la cual Dios es con los humanos un buen padre de familia, con la salvedad nada menor de que Dios todo lo puede.

Según el psicoanálisis, esta creencia está provocada por la nostalgia que sentimos inconscientemente de nuestra maravillosa vida intrautrina.

Pero la Divina Providencia cuenta con otros dos referentes importantes: nuestros padres cuando se hacen cargo de nuestras necesidades materiales (y ahí si son buenos padres de familia pero en sentido literal) y algunos gobiernos paternalistas, populistas, asistencialistas, proteccionistas, cuando satisfacen con sus políticas a quienes no pueden, no saben o no quieren ganarse el sustento.

Los gobernantes que aplican estas políticas logran ser endiosados por quienes, además de beneficiarse, creen en la Divina Providencia.

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Dios y el azúcar

Para algunos lectores no debería estar llevando adelante esta especie de campaña contra la creencia en Dios y las religiones.

Seguramente tienen razón porque esta creencia constituye para esas personas un valioso aporte a su calidad de vida.

En mi investigación sobre las posibles causas de la pobreza patológica creo haber detectado que la creencia en Dios y la ideología católica en particular pueden ser factores que para ciertas personas son perjudiciales.

Por otro motivo decía en otro artículo (¿Quién ocultó las causas?) que el azúcar es un excelente alimento pero que a los diabéticos les hace daño.

Conozco católicos muy prósperos que hacen una interpretación del credo cristiano (rechazo de la riqueza, confiar en que Dios proveerá) que no los desmotiva sino todo lo contrario (son honestos, generosos y ganan lo suficiente como para demostrarlo con hechos).

A quienes se sientan incómodos con mis señalamientos de que la creencia en Dios y la religión católica son factores que agravan la natural dificultad para ganarse el sustento de algunas personas, va entonces esta precisión: algunas personalidades se ven perjudicadas (así como el azúcar le hace daño a los diabéticos) y otras se ven beneficiadas.

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El dinero cristiano

El trágico final de Jesús de Nazaret es usado para crear un variado tipo de leyendas. Todas a gusto de quien las inventa.

Aunque esas historias disten mucho de ser reales, quienes creen en ellas organizan toda su vida y escala de valores suponiendo que son verdaderas.

Por lo tanto, lo que realmente importa es lo que alguien pueda creer. La veracidad histórica es secundaria.

Una versión bastante difundida cuenta que Jesús era hijo de Dios, quien fecundó a María milagrosamente (y por eso ella no perdió la virginidad).

Este hijo de Dios predicaría ciertas verdades inspiradas directamente por Dios y luego sería sacrificado como forma de pagar los pecados del ser humano.

Es propio de nuestra especie hacer sacrificios como forma de pago. Hay quienes hacen una promesa: «Si salvo el examen de matemáticas, iré caminando a la iglesia que dista diez kilómetros».

Si un ser humano piensa que existe un Dios que sacrifica a su hijo (Jesús) para salvarlo a él (al ser humano creador de la leyenda), es porque se siente muy amado por el Dios que imagina y además porque tiene un criterio de pago mediante la inmolación, la muerte, el sacrificio.

Les propongo pensar que algunos pobres patológicos podrían serlo porque piensan que Jesús es una forma de dinero que se utilizó para pagar por su salvación (la del pobre patológico que así piensa). Por lo tanto, no puede aceptar el dinero-Jesús y mucho menos usarlo para pagar algo que necesita. Semejante cosa sólo podría hacerla Dios. Emularlo sería una falta de respeto merecedora del peor castigo divino.

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«Dame ahora que algún día te premiaré»

Varias veces he mencionado el hecho de que los que fuimos colonias españolas, recibimos también la influencia de la Iglesia Católica.

Es probable que una mayoría de hispanoparlantes tenga la sensación de que es bueno ser pobre y virtuoso para que después de la muerte, un imaginario tribunal (o el propio Dios) nos beneficie con una vida eterna en un lugar paradisíaco y en condiciones ideales.

Por su parte el comunismo es una ideología que se expresa a través de diversos partidos políticos. La propuesta consiste en terminar con la existencia de las clases sociales y con la propiedad privada.

La promesa del comunismo es que si la lucha es perseverante, inevitablemente terminará en una meta en la que los trabajadores tomarán el poder absoluto de las naciones.

Para ello los trabajadores deberán tener conciencia de que lo son, deberán entender quién es el enemigo (la burguesía, los ricos, los empresarios) y tendrán que luchar sin tregua para lograr ese objetivo.

La historia del cristianismo cuenta con muchos siglos y la del comunismo con varias décadas, pero me parece ver que en ambos casos la propuesta es «sacrifícate ahora que en el futuro serás premiado».

Salvo que algún día se cumplan esas promesas, hasta ahora tenemos todo el derecho a pensar que bien puede ser una estafa y que muchas personas padecen la pobreza porque alguien (cristiano o comunista) está abusándose de su credulidad, inocencia, ingenuidad, inmadurez.

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Que Dios te lo pague

Según mi propia encuesta entre muchos hispanoparlantes, las predilecciones de la mayoría a la hora de encontrar fórmulas para ganar el sustento se ubican en el siguiente orden:

0º - Recolectar de la naturaleza
1º - Empleo en el estado
2º - Empleo en una empresa privada
3º - Empresa propia sin empleados
4º - Empresa propia con empleados

La explicación que nos surge intuitivamente es que todos buscamos realizar el menor esfuerzo. Suponemos que trabajar para el estado es lo más fácil y así sucesivamente vamos tomando las opciones más complicadas si fallan las más simples.

Esta explicación seguramente es correcta, pero propongo dar un paso más. El psicoanálisis nos permite suponer que a la mayoría les resulta más fácil recibir dinero de una institución sin dueño que de una institución con algún dueño de carne y hueso (con cuerpo).

Quien tiene una empresa unipersonal recibe dinero también de personas de carne y hueso (clientes y pacientes), pero de muchos más que aquellos que trabajan para un solo dueño.

Lo más difícil es hacer lo mismo que el anterior (muchos cuerpos de clientes y pacientes) más el esfuerzo de interactuar con los empleados que nos entregan su trabajo.

Resumo: Lo más fácil es recibir lo necesario de la naturaleza (pero no lo puse en primer lugar porque los recolectores acceden a una calidad de vida aceptable sólo por una minoría) o de un ente abstracto (estado). Obtener dinero directamente de nuestros semejantes es lo menos preferido.

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