Somos la especie más vulnerable.
El período de gestación de un ser humano toma años para alcanzar el desarrollo que otros seres vivos alcanzan en horas o días.
Estoy considerando como período de gestación a la suma de las primeras cuarenta semanas que anidamos en el útero más todo el tiempo que nos tomamos después de nacer.
Como nuestro instinto es tan precario, tenemos que aprender casi todo lo que necesitamos saber, cuando otras especies nacen con casi todo sabido.
Uno de nuestros recursos psíquicos compensatorios de esta debilidad (prematuridad) consiste en distorsionar la realidad para «percibir lo que necesitamos percibir» y no la realidad tal cual es.
Si pudiéramos observar a los demás animales, aves e insectos con la suficiente objetividad, nos sentiríamos muy deprimidos, desmoralizados y hasta avergonzados de ser tan incompletos, lentos, retrasados, falibles.
Para que esto no suceda, nuestra psiquis distorsiona los datos que recibe de la realidad.
La modificación que le hace nuestra psiquis a esos datos no es superficial, pequeña, sutil. Es drástica. Tan drástica que convierte lo negativo en positivo, la debilidad en fortaleza, la estupidez en inteligencia.
En esta subversión que hace defensivamente nuestra psiquis para apartarnos de la realidad más insoportable para nuestra autoestima, se incluye la creencia de que somos tan superiores que no dependemos del mundo material.
Somos tan superiores al resto de las especies, que poseemos una parte inmortal (espíritu), que somos los hijos predilectos del gran creador (Dios) o que tenemos derecho a explotarlos (hacerlos trabajar, cazarlos como deporte, destruirles su habitat).
Me hace gracias que algunos ejemplares de nuestra especie van un poco más allá y en lugar de cobrar dinero por su trabajo (para poder comer, vestirse y otras necesidades materiales), cobran honorarios, es decir, algo que representa el honor, la dignidad, la importancia, el prestigio, la superioridad.
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