El genial escritor ruso León Tolstoi (1828-1910) creó la fórmula para ser tan buen novelista como él: «Describe tu aldea y serás universal».
Pero parecería ser que por ese entonces era muy fuerte esta idea porque el dramaturgo también ruso Antón Chéjov (1860-1904) propuso: «Describe tu aldea y describirás el mundo».
Seguramente estos escritores no hicieron más que reescribir un refrán más antiguo que dice «En todos lados se cuecen habas».
Quienes participamos de las reuniones de copropietarios (consorcio) de un edificio de apartamentos (complejo habitacional), podemos observar la convivencia del odio y el amor, el desprecio y la idealización, la solidaridad y el abandono.
La primera gran novela policial nos dice que la historia de la humanidad arrancó con un crimen: Caín mató a su hermano Abel por celos, por envidia. Según el mismo relato, Dios prefirió la ofrenda de Abel, Caín no pudo soportarlo y lo mató.
Y ahora volviendo a Tolstoi, Chéjov y el refrán, podemos decir que los sentimientos opuestos conviven en todos nosotros.
Conclusión: No es cierto que sólo se odie o que sólo se ame a alguien (familiar, amigo, conocido).
Ignorar esta particularidad de nuestra forma de ser causa perjuicio porque la cultura publicita que deben poseerse sólo sentimientos positivos y que además debemos ser coherentes.
Esta publicidad no debemos tomarla en cuenta. Es tan engañosa como que «Todo va mejor con Coca-Cola».
Es tan cierto que podemos tener sentimientos negativos hacia el ser más amado como que podemos sentirnos muy desorientados inclusive tomándonos dos litros diarios del referido refresco (imagen).
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