A pesar de que muchos dicen que «lo perfecto es enemigo de lo bueno», todos buscamos la perfección hasta donde nos dan las fuerzas.
El criterio de «perfecto» se basa en la comparación con algún modelo ideal. Por ejemplo, un cuerpo perfecto tiene la cara de una persona, el tronco de otra, las piernas de otra.
En lo que a amor se refiere, estaremos de acuerdo que en el mundo occidental, Jesús de Nazaret es un modelo favorito para millones de personas.
Según cuenta la historia que nos presenta ese modelo de amor, Jesús murió de una forma muy dolorosa para que todos los demás seres humanos obtuviéramos un beneficio muy apreciado: el perdón de nuestros pecados (redención), lo cual equivale a una vida eterna en un lugar paradisíaco.
Este modelo es el ideal, el perfecto y —a pesar de saber que «lo perfecto es enemigo de lo bueno»— todos procuramos que nuestros semejantes actuales se sacrifiquen cristianamente por nosotros.
No es tan descabellada tamaña expectativa porque indirectamente estamos sugiriendo que ese otro (empleado, cónyuge, hijo, padre) al que le pedimos que se sacrifique por nosotros, es lo suficientemente bueno y maravilloso como para emular al que fuera hijo de Dios.
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