Un arquitecto observa el terreno donde hará una construcción y se asegura sobre la resistencia del suelo.
Si no todo el piso es firme, apoyará el peso de la construcción sobre los puntos resistentes que encuentre aunque para hallarlos tenga que cavar muy hondo.
Para persuadir a una o más personas es necesario hacer algo parecido.
Todos tenemos ciertas convicciones, creencias firmes, ideas inamovibles.
Otras ideas serán más inestables, sujetas a ser cambiadas fácilmente, con un alto contenido de incertidumbre.
Ideas fuertes son por ejemplo «soy una buena persona», «mi familia es sagrada», «existe Dios» e ideas débiles son por ejemplo «mi cuñado es un buen tipo», «Gabriel García Márquez es el mejor escritor», «en los políticos no se puede confiar».
En toda población existen mayorías y minorías. Esto significa que la mayor parte tiene características comunes y una minoría tiene características especiales.
Las mayorías suelen compartir las ideas fuertes y las débiles. Son personas que están a la moda, que tienen «sentido común», que por cumplir con una norma estadística, son «normales».
Las minorías suelen ser más imprevisibles. No son cautivos ni de la moda, ni de las ideologías, ni de sus propios antecedentes.
Si pudiéramos suspender transitoriamente nuestra capacidad crítica, diríamos que las mayorías están conformadas por personas esclavas y que las minorías por personas libres.
Es necesario suspender la capacidad crítica para no caer en la simpleza de pensar que ser libre es bueno y ser esclavo es malo o al revés.
Si nos abstenemos de juzgar como bueno y como malo la forma de ser de los demás, podremos actuar como un arquitecto cada vez que hablemos con alguien para construir nuestros argumentos sobre sus ideas firmes y no sobre sus ideas débiles.
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