jueves, 14 de octubre de 2010

El miedo a lo desconocido

La ignorancia es una condición de gran valor para quienes cuentan con ella. Tiene mala fama pero es imprescindible para que ciertas cosas sucedan.

Por ejemplo, todas las personas que creen en Dios están obligadas a no entender algunas ideas. Por ejemplo, deben desconocer por qué Dios permite que una madre que está amamantando a su niño, se enferme, lo contagie, y sucedan una serie de tragedias incompatibles con la bondad y la omnipotencia de ese Dios.

Los sacerdotes necesitan que esto sea así porque si todos entendieran fácilmente los actos de fe inherentes a la religiosidad, entonces ellos estarían desocupados.

De forma similar es necesario que una mayoría de ciudadanos no entienda qué es el dinero para que los banqueros y ciertos privilegiados con ese conocimiento puedan continuar ejerciendo el control de una mayoría felizmente ignorante.

La comparación con el fenómeno religioso no es casual. Usted y yo tenemos que tener fe en que esos papelitos (billetes) o esos trozos de metal (monedas) tendrán valor de cambio si pretendemos canjearlos por lo necesario (comida, vestimenta, etc.).

El por qué esos pequeños objetos (billetes y monedas) tienen valor de cambio suele ser tan poco entendible como la causa por la que un Dios bueno y poderoso, permite (¡o decide!) que un ser humano sufra un dolor que se parece tanto a una condena injusta porque nada malo hizo para merecerlo.

Los misterios de la religión nos vuelven temerosos de Dios porque no sabemos bien qué hacer para que no nos castigue como a esa pobre madre. Los misterios sobre el dinero nos vuelven temerosos de él, de quienes lo poseen en abundancia, de quienes pueden influir sobre su valor, de quienes pueden falsificarlo y en general, temerosos de un grupo de personas desconocidas.

Este temor que surge de la ignorancia nos vuelve inseguros, débiles, frágiles, es decir: fácilmente gobernables y explotables.

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Gracias a Dios soy ateo

Muchos lectores me han hecho saber sus discrepancias sobre las hipótesis que se basan en las creencias cristianas para explicar algunos tipos de pobreza.

Sus principales argumentos apuntan a que existen muchos pobres que son ateos, otros que no conocen nada sobre la biografía de Cristo y otros que, aún creyendo en la existencia de un Dios, están por fuera de toda religión.

Con la precaución de conservar siempre algo de duda sobre la validez intelectual de lo que pienso, en este caso puede ser interesante compartir con ustedes que, habiendo comenzado el mes de diciembre, ya es notoria la aparición del espíritu navideño.

Gran parte de la población mundial comienza a prepararse para que se produzca un cambio de hábitos durante unos cuantos días.

Es probable que el principal motor de toda esta revolución de nuestra especie sea pura y exclusivamente el sector comercial e industrial que se prepara para aumentar su actividad y sus ganancias.

Esta efervescencia la vivimos todos en mayor o menor medida, recordemos o no que se origina en un fenómeno místico, mágico, milagroso, carismático, religioso.

El brusco cambio de intensidad emotiva, sentimental, económica y digestiva no es un hecho menor en nuestras existencias que son mucho más monótonas y repetitivas el resto del año.

Los invito entonces a pensar que nuestras vidas están estrechamente vinculadas con el cristianismo, independientemente de nuestra posición religiosa.

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La cotización del sudor

Cuando Dios se enojó con Adán y Eva por comer frutos prohibidos, los condenó a ellos y a todos sus descendientes (nosotros) a parir con dolor y a ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente.

Ésta también es una metonimia como otras que he mencionado en este blog: el sudor, siendo que es una parte del proceso laboral, se toma como todo él. Dios también podría haber dicho: ... ¡para comer tendrás que trabajar!

Lo que quiero resaltar es que «el sudor» equivale al trabajo y como suponemos que éste siempre es remunerado (para poder comprar el pan...), entonces también podemos entender que en nuestra psiquis «sudor» equivale a «dinero». (Sudor es una expresión metonímica de dinero).

Las personas y familias que logran ganar más de lo que gastan, ahorran. Sus ahorros suelen depositarlos en un banco confiable, por su seguridad edilicia y por la honestidad de sus dueños.

Cualquier duda sobre la solvencia del banco que cuida nuestros ahorros, eleva fuertemente nuestra preocupación y corremos a retirar nuestro dinero-sudor (corrida bancaria).

Este celo que manifiestan los ahorristas suele ridiculizarse diciendo que «el dinero es cobarde».

El objetivo de este artículo es resaltar el siguiente hecho: Si el dinero representa una parte de nuestro cuerpo (el sudor), entonces aquellas personas que cuidan la conservación de sus ahorros están cuidando la conservación de sus cuerpos y, por el contrario, quienes desprecian su cuerpo por alguna razón filosófica, religiosa o patológica, seguramente serán también desaprensivos con su dinero-sudor.

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El juez al fallar, falló

En un artículo reciente titulado El placer de la inmovilidad menciono que el texto de las leyes nos informan sobre todo lo que la sociedad nos tiene que prohibir pues, hablando pronto y mal: «Somos capaces de hacer casi cualquier cosa».

Ese tema me llevó a otro que puede ser interesante para compartir.

Los integrantes de una sociedad tenemos por lo menos dos maneras de actuar frente a las leyes. Una es como jueces que las interpretan y otras es como policías que las aplican. Como la mayoría de la población no trabaja ni como juez ni como policía, entonces tratamos de ejercer los dos roles sólo que imaginariamente, en nuestra fantasía, jugando con nuestras reflexiones.

En este juego procuramos hacer ambas funciones: interpretar y aplicar (la ley).

Y al comienzo no más aparece un interesante problema. La ley está expresada en palabras que no tienen un significado único. ¿Cómo interpretar entonces?

La ley nos dice «No matarás» y me pregunto ¿en defensa propia tampoco? Ella insiste: «No matarás». Y si me muero de hambre ¿puedo matar un pollo, para asarlo en ...? «No matarás» insiste imperturbable la ley. Pero este tipo de situación no logro tolerarla, ¡me suicidaré!. «No matarás» me contesta la ley.

Y la duda va en aumento. Cuando estamos leyendo esta ley legislada, nada menos que por Dios, es probable que seamos presa de una incontenible indignación cuando vemos que algunos semejantes la transgreden una y otra vez, matando personas, animales, bosques enteros, destruyendo el planeta que Dios nos dio. Esa indignación nos llevará a un punto en el cual encontraremos justificado matar a los asesinos con lo cual...

Pero para no hacer este texto más largo de lo debido, termino diciendo que cuando un juez emite su dictamen se dice que «falla» lo cual significa dos cosas: 1) que emite su sentencia definitiva y 2) que se está equivocando.

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La ciencia trae mala suerte

Los humanos queremos saber cómo funcionamos para poder hacer algo en nuestro favor y evitarnos las sorpresas desagradables.

Nos gustaría saber qué deseamos exactamente para no sentirnos tan abrumados ante nuestros cambios de parecer. Comenzamos el día deseando contraer matrimonio y al promediar la tarde estamos pensando que esa sería una mala idea. Comenzamos una Auto rojo.jpg llenos de entusiasmo y a los dos años nos parece que lo más interesante está en otro lado.

Un gran adelanto logrado por el pensamiento psicoanalítico es entender que no gobernamos nuestra conducta sino que apenas tenemos una co-participación. El centro de poder está en el inconciente de cada uno de nosotros. Es desde ahí de donde salen las órdenes que difícilmente dejamos de cumplir. ¿Por qué tengo estas ganas irrefrenables de volver a fumar después de no probar un cigarrillo en cuatro años? ¿Quién me manda a decirle al vecino que debería hablar con su hija que todos los días llega de madrugada traída por hombres distintos? El inconciente: no hay otro.

Es angustiante sentirnos como una marioneta manejada por un titiritero imprevisible. Como es tan desagradable enterarnos de esta mala noticia, negamos las informaciones que el psicoanálisis tiene para darnos.

Ya antes habíamos tenido otras dos malas noticias bastante hirientes para nuestro amor propio.

Cuando a Copérnico se le ocurrió decir que nuestro planeta no está en el centro del universo, casi lo matan. La humanidad entera se sintió ofendida por la falta de respeto que estaba teniendo este señor mal educado.

Tras cartón a Darwin se le ocurre afirmar que no somos una creatura fabricada por un ser maravilloso (Dios) sino que apenas somos un mono con mejoras.

Y como no hay dos sin tres, aparece Freud para decirnos que somos gobernados por un inconciente, que carecemos de autonomía y otras malas noticias. ¿Quién podría aceptar el psicoanálisis con estos antecedentes?

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Los autos rojos son más veloces

Las personas en general suponemos que adherimos a una cierta ideología, creencia o religión luego de haber hecho las evaluaciones necesarias entre todas las opciones conocidas.

Alguien puede decir que es católico porque ésta es la única religión que reúne todas las condiciones de bondad, amor y respeto a Dios. Otro puede decir que luego de un cuidadoso análisis de las principales opciones (capitalismo, anarquía y socialismo), se convenció de que lo mejor para la humanidad es el socialismo porque contempla las diferentes capacidades de los individuos, evitando la injusticia distributiva.

Todo esto sucede a pesar de que nadie se recuerda a sí mismo buscando información sobre todas las ideologías, reuniendo datos, evaluando, discutiendo, consultando y finalmente decidiendo.

Cada vez que surge la ocasión, vemos a alguien defendiendo con pasión su religión, su cuadro de fútbol, su partido político. Despliega un surtido de fundamentos como si estos hubieran sido los que lo llevaron originariamente a abrazar esta opción.

Sin embargo nada de esto sucede realmente. Elegimos la idea, la religión, el partido político o la postura ideológica que sea porque es la que mejor justifica lo que queremos que suceda pues aquella instancia de estudio, evaluación y selección cuidadosa, nunca existió. En este tipo de elecciones sólo nos guía la búsqueda de placer... y es legítimo que sea así.

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Dios y el capitalismo

A la hora de irse a dormir, todos los agricultores de aquella comarca, rezaban pidiéndole a Dios que tuvieran buenas cosechas. Y Él nunca los defraudaba.

Cerca de allí, pero en una casa parecida a un palacio, ubicada sobre una colina, un rico magnate se arrodilla cada noche para pedirle a Dios que los agricultores de aquella comarca tengan buenas cosechas. Y Él nunca lo defraudaba.

¿Si Dios nunca defraudó a nadie, por qué entonces unos son tan pobres y otro es tan rico?

Porque las grandes cosechas que obtenían los agricultores hacían que la tonelada de granos tuviera precios miserables. El magnate compraba toda la producción, la guardaba un tiempo en sus grandes galpones y luego la vendía a precios exorbitantes.

Todos los domingos, Dios y el párroco contaban con buena concurrencia en la misa.

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Muchas gracias de nada

Dar las «gracias» es un gesto social que está presente cuando hay buen trato (afabilidad) entre las personas.

¿Y por qué es tan usada esta fórmula? ¿Por qué aparece un vacío tan escandaloso cuando no se produce?

La palabra «gracia» tiene varios significados pero en general todos están en torno al concepto «regalo desinteresado», «favor sin merecimiento» o «concesión gratuita».

En esencia una «gracia» es una concesión, es algo que se da.

Entonces, en nuestros usos y costumbres existe una fórmula para que las deudas se paguen y queden canceladas.

Alguien le da al niño un caramelo y la madre le sugiere que agradezca. El niño, mecánicamente, mientras procede a quitar el papelito para llevárselo a la boca, musita algo parecido a «grssssh».

La vecina nos avisa que un neumático de nuestro coche está sin aire y rápidamente le decimos «¡Muchas gracias!»

El presidente de la república, luego de superada alguna situación preocupante, le agradece a Dios y a todo el mundo por el esfuerzo, la comprensión, la hidalguía, la conciencia ciudadana, etc., etc..

Como decía, la gracia es un «regalo desinteresado», un «favor sin merecimiento» o una «concesión gratuita», que se pronuncia con la intención de quitar de la mente de nuestro ocasional benefactor (quien nos regaló el caramelo, la vecina informativa, el pueblo colaborador) la pretensión de recibir de nosotros algo más que esas pocas palabras.

Dar las gracias equivale a decirle a nuestro benefactor: «Olvídese de que le debo algo por el favor que me hizo».

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El Señor sólo está en el Cielo

¿Alguna vez escuchó que alguien diga «Acá todos somos jefes» ó «Habemos más jefes que indios»?

Está en nuestra lógica pensar que los que mandan no trabajan y que el trabajo lo hacen solamente los que no dan órdenes.

La palabra «señor» corresponde a un título de nobleza y hasta hace unos pocos siglos era utilizada exclusivamente para designar a los propietarios de tierras y administradores del trabajo de siervos, vasallos o esclavos.

El título les llegaba en forma hereditaria así que sólo tenían que tener la suerte de ser hijos de otro señor. Si eran hijos de siervos, vasallos o esclavos, nunca podrían convertirse en «señor».

Si será importante este título que también se usa (aunque con mayúscula) para designar —en la cultura judeocristiana— a Dios (y más recientemente también a Jesús).

Como nuestra cultura democratizó el uso de este titulo nobiliario y hoy todos somos «señor» o «señora», es probable que también podamos tener la creencia íntimamente arraigada de que no nos corresponde trabajar y que también por eso tengamos veleidades de jefe aún cuando no sea ese nuestro rol actual.

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«¡¡Fracasad hermanos!!»

Flotando junto con otros en un mar de refranes, sentencias, aforismos, máximas y demás saberes condensados, hay uno que se le atribuye a un imaginario sacerdote y que dice «Haz lo que yo diga pero no lo que yo haga».

La recomendación sugiere con malicia anticlerical, que los curas no predican con el ejemplo sino todo lo contrario. No trabajan, se dan todos los gustos y sexualmente detentan una incontenible actividad.

Sin embargo podemos encontrar en esta situación algo muy humano y comprensible.

Ellos son la parte tangible de un fenómeno absolutamente intangible. Su forma de vida se basa en la difundida creencia de que existe un ser superior (Dios) que interactúa con los humanos usando a la iglesia como la intermediaria oficial.

Pero no es ésta la única forma de vida que depende de algo imposible de demostrar y donde predomina un pensamiento mágico propio del ser humano más primitivo.

Todos los institutos de enseñanza, las empresas de asesoramiento y la gran cantidad de libros técnicos que se comercializan día a día, responden a la sentencia: «Haz lo que yo diga pero no lo que yo haga».

Efectivamente, es un hecho demostrado que «los conocimientos se compran pero que los artes y oficios se roban».

Quienes realmente quieren ganar dinero con un cierto arte u oficio, deberán contar con ciertos conocimientos básicos, pero la habilidad para vender esa destreza y poder vivir de ella surge de la experiencia propia, de superar fracasos, de correr riesgos, de insistir, de tener paciencia y de un poquito de suerte.

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La señora Lirio de los Campos

Copio y pego de la Biblia (Nuevo Testamento)

Mateo 6:25-27
“Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?”

Así les hablaba Jesús a sus discípulos, tratando de que entendieran que lo único importante en la vida de un ser humano es adorar a Dios y que todo lo demás viene solo.

De hecho su prédica consistía en reformular la escala de valores de sus oyentes. Agregaba la información de que nosotros somos la especie más amada por el creador y permanente gobernador de todos los asuntos terrenales. Terminaba afirmando que todo esfuerzo es vano porque nadie podrá agregar un sólo día a su vida (añadir a su estatura un codo).

Todo hispanoparlante conectado a Internet está influido por esta prédica, aunque se sepa ateo radical. Descalificar esta doctrina sería un autoengaño. Podremos estar en desacuerdo concientemente, pero de que estamos influidos por esta tradición milenaria, no tengan duda.

Entonces, así como un ciego puede tener una vida plena si sabe cómo compensar la pérdida de un sentido tan importante como el de la vista, todos tenemos que saber cuál es la influencia ideológica que hemos recibido y que nos induce a copiar las formas de vida de aves, animales y plantas así como también entender por qué a veces nos creemos seres superiores y nos sentimos indignos cuando tenemos que trabajar, sudar, preocuparnos, ahorrar, y otras bajezas que no se merecen los hijos predilectos de Dios.

La vida en sí es una lucha, pero con esta prédica instalada en nuestros intelectos, tenemos que enfrentarnos a las dificultades cotidianas como si tuviéramos una mano atada o estuviéramos ciegos sin saberlo (que es aún más grave que sabiéndolo).

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Rezo para que deseen satisfacer mi deseo

Los neuróticos somos personas que nos llevamos mal con el deseo porque somos arrogantes, orgullosos, jactanciosos.

El deseo es un impulso muy fuerte que nos lleva, por ejemplo, a pedirle a la madre de un amigo que nos invite a cenar porque el perfume que sale de su cocina es totalmente subyugante y aunque podemos sentir anticipadamente el sabor en la boca, quizá hasta con un poco de vino rosado a 7º de temperatura, preferimos abstenernos por miedo (que podemos llamar vergüenza pero es miedo).

¿Por qué “miedo”? Porque (los neuróticos) creemos:

- Que ceder al deseo equivale a caer en una tentación diabólica que puede llevarnos a la ruina en breve plazo ya que este es un artilugio del diablo para apoderarse de nuestra alma en su eterna lucha con Dios;

- Que la señora puede burlarse de nuestra gula;

- Que nuestro amigo luego podrá pedirnos que lo invitemos a cenar en nuestra casa cuando sabemos bien que a nuestra madre la ponen de muy mal humor los invitados sorpresa;

- Que si de esa comida proviene un perfume tan maravilloso, quizá contenga ingredientes nocivos ya que es por todo neurótico conocido que lo que gusta mucho hace mal o engorda;

- Que la señora después le comentará a nuestra madre y que ésta nos recriminará en un ataque de furia recargada de celos;

- Porque esperaríamos hasta último momento que la dueña de casa tuviera la iniciativa de invitarnos para poder decirle que no, luego recibir la insistencia con la misma negativa para terminar aceptando como a regañadientes cuando se produzca la tercera.

En suma, los neuróticos nos sentimos muy vulnerables ante las manifestaciones de nuestro deseo y pretendemos satisfacernos logrando que los demás hagan lo que anhelamos pero sin que ellos sepan que nos complacen. En el caso mencionado, preferimos que la cocinera maravillosa exprese su deseo de tenernos como su comensal para poder darle trámite sigilosamente a nuestro deseo de quedarnos a cenar.

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Que los diferentes sean iguales

«Nadie, mirado de cerca, es normal». Esta frase influye mucho en nuestras vidas.

Si observáramos un poro de Brad Pitt o de Angelina Jolie, seguramente no quedaríamos tan fascinados como cuando los vemos con mayor distancia.

La medicina ha ido mejorando sustancialmente la capacidad de ver más y mejor cualquier objeto que caiga bajo sus microscopios y consiguientemente ha ido demostrando que cada vez habemos más anormales, que existen patologías que antes no eran registrables, que la prevención es la conducta más efectiva aunque esto implique vivir en un tratamiento médico permanente.

La existencia fuera del ámbito médico parece una irresponsabilidad así como no creer en Dios hasta hace un par de siglos era un riesgo excesivo hasta para los más descreídos, valientes y escépticos.

Ya estamos recibiendo (este artículo fue escrito y publicado por primera vez el 20/6/2008) las filmaciones de los ensayos que se hacen en China para las próximas olimpíadas y el fuerte de estos espectáculos es la uniformidad, la disciplina extrema, la igualación robotizada de seres humanos.

El gran espectáculo consiste en agregarle color y una temática trivial a conductas que originalmente estaban reservadas para los militares. Lo maravilloso parece ser que somos todos iguales, que constituimos una masa uniforme, que estamos cortados según el mismo molde, las diferencias —si es que existen— conviene disimularlas o directamente destruirlas con interminables ejercicios y rígida disciplina.

Este es el modelo que estamos comprando con placer: todos iguales, observados microscópicamente para que en el fondo seamos todos anormales y debamos vivir en un régimen de tiranía médica.

En este terreno el psicoanálisis no crecerá jamás.

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El juicio divino me parece divino

«Las comparaciones son odiosas», sin embargo vivimos comparando y para peor, algunas personas exageran.

Cuando vivimos en una sociedad religiosa, en la que el único objetivo de las personas es serle grato a Dios y la estrategia principal consiste en tener todo arreglado para cuando llegue el triste momento de la partida, las comparaciones son muy elásticas y pueden acomodarse fácilmente al gusto de cada uno.

La idea de Dios, por más que hay personas que tratan de encontrarle precisión, exactitud y se enfrascan en largas discusiones sobre qué debe interpretarse de tal o cual pasaje del libro sagrado, finalmente permite que cualquiera pueda tener la última palabra en lo referente a cuánto amor merece de Él.

Sin embargo el dinero es tan objetivo y cruel que arrasa con todas las alegrías que uno puede obtener imaginando lo mejor para sí. Cuando el mercado no nos paga mucho por nuestro esfuerzo, no hay manera de ocultar la triste realidad.

El dinero es una unidad de medida que no perdona y por tal motivo, aleja a gran cantidad de personas que no resisten su severidad calificadora. La acción de huir del dinero por supuesto que se manifiesta en forma de pobreza económica.

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Matemáticamente, el cuco no existe

El análisis racional de la realidad es una norma no escrita que tiene más peso que varios códigos juntos.

Que todo deba tener una explicación es casi obligatorio y lo que no tiene explicación no existe. Eso sí, no está prohibido inventar una explicación pero en este caso el invento debe ser fiel a la racionalidad. Por ejemplo, ¿quién creó el Universo? Dios ¡por supuesto!

«No hay efecto sin causa» es una consigna importante de esta norma de hierro. Mis actos y omisiones tendrán una consecuencia. No importa que sea insignificante: la tendrá y eso es lo que cuenta.

Descartes fue el gran legislador de esta ley y su idea consiste en pensar que el conocimiento por los sentidos no es tan importante como el conocimiento intelectual. La geometría era para él «La ciencia». Lo que no soportara un análisis racional, no existía, era pura fabula o alucinación.

Como construcción teórica quizá haya que sacarle el sombrero pero de ahí a pretender utilizarla para investigar cualquier rama del saber hay un gran paso. Por ejemplo, la psicología no se lleva bien con el racionalismo. Es como pretender guardar una esfera en un estuche cúbico: entra bien pero no calza bien.

Pero además, otro motivo por el cual esta postura filosófica tiene tantos defensores es que el análisis racional de la realidad es una excelente manera de vencer el miedo a vivir.

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La sobrecarga emocional

Los seres humanos tenemos dificultades para mantener el equilibrio psíquico.

Por ejemplo, la proporcionalidad entre la molestia recibida y la descarga de energía que uno hace para detener al agente molesto es muy difícil de lograr. Si alguien se siente picado por un mosquito quizá se propine un manotazo que sería suficiente para aplastar un águila.

Cuando el fenómeno se ve desde afuera es posible evaluarlo con racionalidad, pero cuando el fenómeno se ve desde adentro es imposible evaluarlo con racionalidad.

La señora ya le dijo cuatro veces a su esposo que no camine sobre el piso recién lustrado sin usar los patines de fieltro. La quinta vez que el señor realiza esa caminata con descuido, la señora toma entre sus manos el jarrón que les regaló su suegra y lo lanza sobre la araña de infinitos caireles que les regaló su cuñada. ¿Se trata acaso de un episodio de psicosis agitada? Quizá no.

Retomo algo que ya mencioné en otro artículo: Dios condenó a TODA la humanidad a ganarse el pan con el sudor de la frente del hombre y a parir con dolor porque Eva se comió una manzana fuera del menú permitido en el paraíso.

En suma: la proporcionalidad entre la acción y la reacción es un concepto ideal, teórico, legal, moral, ético, pero inhumano.

Nota: La imagen corresponde al auto Eliica. Ilustra este artículo por considerar que hoy en día, representa la desproporción, lo exagerados que podemos llegar a ser.

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Paciente diseñador o diseñable

Una buena y divertida manera de aprender psicoanálisis es decodificar la simbología que se encuentra en la mitología de cualquier pueblo. Los hispanoparlantes parece que tenemos preferencia por la griega y la latina.

Pigmalión era un gobernante, sacerdote y escultor de Chipre que esculpió a una bella mujer que llamó Galatea. La hizo tal como el quería que fuera, se enamoró de ella y algún dios le hizo el favor de darle vida, gracias a lo cual logró lo que más deseaba: casarse con la mujer de sus sueños.

A este mito se le puede entrar por varios lados, pero uno de los abordajes posibles es reconocer en él cuánto tenemos los humanos de hacedores de semejantes perfectos. Algunos dicen que Dios nos hizo a su imagen y semejanza y otros dice que nosotros hicimos a Dios a nuestra imagen y semejanza. Sobre esta última opción es que estoy escribiendo.

Algunos psicólogos creen saber qué le conviene a su paciente y por eso tratan de guiarlo hacia el objetivo que ellos creen que es el más correcto. Estos psicólogos cuentan con sus adherentes y pueden acreditar éxitos terapéuticos que legitiman su práctica clínica.

Valdría la pena dejar mencionado que también existen pacientes que no necesitan que nadie les diga cuál es su mejor objetivo sino que buscan en el psicólogo una oreja y una voz neutrales que le señalen aquello que por falta de distancia óptima no pueden apreciar de sí mismos.

Los psicólogos al estilo Pigmalión atienden a quienes prefieren delegar en el profesional el diseño de su personalidad y los otros atienden a quienes sólo quieren aprender el arte del diseño para convertirse en escultores de sí mismos.

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La parábola del hijo avivado

Cuenta San Lucas en su evangelio lo que después dio en llamarse “La parábola del hijo pródigo” que yo llamaría más bien “La parábola del hijo arrepentido” y así se entendería mejor.

Esta narración se la contó Jesús a sus discípulos cuando estos le preguntaban en tono recriminatorio por qué trataba igual a “justos y a pecadores”.

Dicha parábola cuenta que el hijo menor de un hacendado le pidió al padre que le diera el dinero que le correspondía como hijo y con ese dinero se fue a pasarla bien. Cuando le sobrevino la ruina económica, volvió arrepentido y el padre hizo un festejo que puso celoso al hijo mayor que siempre lo había acompañado y que no había dilapidado el dinero como había hecho este hermanito licencioso.

Jesús pretendía transmitir la gran capacidad de perdón que tiene Dios para con los arrepentidos pero hoy, en el siglo XXI, la estructura de este relato sigue funcionando aunque de forma algo diversa que paso a explicar:

Cuando alguien tiene una mala conducta y demuestra realizar un cambio favorable a partir del pedido de una persona poderosa (padre, madre, jefe, patrón), este personaje poderoso suele ponerse tan contento que olvida la persistente buena conducta de quienes nunca tuvieron que ser encarrilados.

Esto suele conceptualizarse como «selección adversa» porque un gesto fortuito termina beneficiando injustamente a alguien en desmedro de quienes siempre se merecieron la más alta consideración y estima. En otras palabras: A veces gana más un ex-malo que un bueno full time.

Es bueno conocer este rasgo tan humano para que cuando suceda en perjuicio nuestro, podamos tener las ideas claras como para gestionar eficazmente el resarcimiento que pudiera correspondernos.

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¡Qué buen ejemplo de intolerancia!

El ser humano se comió una manzana y Dios condenó al macho a ganarse el pan con el sudor de la frente y a la hembra a parir con dolor. ¡Qué mal ejemplo!

Si bien esto es un mito bíblico, muchos lo aceptan como un dato histórico y los que no, igual piensan que algo parecido debió suceder.

Lo que me parece pésimo es que un ser tan superior tenga esa conducta tan intolerante, agresiva, violenta, vengativa, desproporcionada.

Todos queremos ser tan perfectos como Dios (a sabiendas que no lo lograremos plenamente), pero lo que sí podremos lograr es adquirir esos rasgos tan antisociales.

La Sagrada Biblia nos está convirtiendo en:

— haraganes (porque ¿quién no va a procurar eludir el castigo de trabajar sabiendo que él no hizo nada?);

— intolerantes («si Dios se mostró tan irascible, ¿qué puede esperarse de un débil mortal como yo?»);

— sádicos (si comer una manzana dio para tanto, ¿qué puede esperarse de mí cuando me entere quién me robó el calzado Nike que aún no terminé de pagar?).

¿Para qué sirve este comentario? Para tener en cuenta que estamos recibiendo un pésimo ejemplo, tan beatificado como para no poder dejar de imitarlo.

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