En un artículo reciente titulado El placer de la inmovilidad menciono que el texto de las leyes nos informan sobre todo lo que la sociedad nos tiene que prohibir pues, hablando pronto y mal: «Somos capaces de hacer casi cualquier cosa».
Ese tema me llevó a otro que puede ser interesante para compartir.
Los integrantes de una sociedad tenemos por lo menos dos maneras de actuar frente a las leyes. Una es como jueces que las interpretan y otras es como policías que las aplican. Como la mayoría de la población no trabaja ni como juez ni como policía, entonces tratamos de ejercer los dos roles sólo que imaginariamente, en nuestra fantasía, jugando con nuestras reflexiones.
En este juego procuramos hacer ambas funciones: interpretar y aplicar (la ley).
Y al comienzo no más aparece un interesante problema. La ley está expresada en palabras que no tienen un significado único. ¿Cómo interpretar entonces?
La ley nos dice «No matarás» y me pregunto ¿en defensa propia tampoco? Ella insiste: «No matarás». Y si me muero de hambre ¿puedo matar un pollo, para asarlo en ...? «No matarás» insiste imperturbable la ley. Pero este tipo de situación no logro tolerarla, ¡me suicidaré!. «No matarás» me contesta la ley.
Y la duda va en aumento. Cuando estamos leyendo esta ley legislada, nada menos que por Dios, es probable que seamos presa de una incontenible indignación cuando vemos que algunos semejantes la transgreden una y otra vez, matando personas, animales, bosques enteros, destruyendo el planeta que Dios nos dio. Esa indignación nos llevará a un punto en el cual encontraremos justificado matar a los asesinos con lo cual...
Pero para no hacer este texto más largo de lo debido, termino diciendo que cuando un juez emite su dictamen se dice que «falla» lo cual significa dos cosas: 1) que emite su sentencia definitiva y 2) que se está equivocando.
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