«Las comparaciones son odiosas», sin embargo vivimos comparando y para peor, algunas personas exageran.
Cuando vivimos en una sociedad religiosa, en la que el único objetivo de las personas es serle grato a Dios y la estrategia principal consiste en tener todo arreglado para cuando llegue el triste momento de la partida, las comparaciones son muy elásticas y pueden acomodarse fácilmente al gusto de cada uno.
La idea de Dios, por más que hay personas que tratan de encontrarle precisión, exactitud y se enfrascan en largas discusiones sobre qué debe interpretarse de tal o cual pasaje del libro sagrado, finalmente permite que cualquiera pueda tener la última palabra en lo referente a cuánto amor merece de Él.
Sin embargo el dinero es tan objetivo y cruel que arrasa con todas las alegrías que uno puede obtener imaginando lo mejor para sí. Cuando el mercado no nos paga mucho por nuestro esfuerzo, no hay manera de ocultar la triste realidad.
El dinero es una unidad de medida que no perdona y por tal motivo, aleja a gran cantidad de personas que no resisten su severidad calificadora. La acción de huir del dinero por supuesto que se manifiesta en forma de pobreza económica.
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