viernes, 3 de agosto de 2012

El sudor, la Ley de la Gravedad y el castigo divino



Sudamos por causas naturales y no porque seamos culpables.

Por el Diccionario (1) nos enteramos que antiguamente la palabra «barato» significaba fraude o engaño.

Aunque el primer significado propuesto es el más habitual (bajo precio), me interesa resaltar el segundo: «Que se logra con poco esfuerzo».

La mayoría de los que fuimos educados en el siglo 20, tenemos las siguientes ideas:

— Lo que vale, cuesta;
— Lo que cuesta, vale; y
— Lo barato, sale caro.

Recién después de haber estudiado más de doce años, en el nivel de enseñanza terciaria comenzamos a entender que por barato también puede entenderse «que se logra con poco esfuerzo», porque es a esa altura de nuestra carrera estudiantil que comenzamos a relacionar «dinero y trabajo».

Aunque al decir que algo nos «cuesta dinero» solemos pensar en el concepto «costo» (porque el verbo «costar» deriva de «costo»), también accedemos a la noción de que alcanzar ciertos objetivos, se nos «hace cuesta arriba» cuando nos demanda mucho esfuerzo. Solo tenemos que recordar cómo late nuestro corazón y suda nuestra piel cuando subimos una escalera o caminamos por una calle empinada, para entender que, cuando algo nos «cuesta dinero», estamos insinuando que nos demanda un esfuerzo físico, una fatiga, que tenemos que «ganarlo con el sudor de nuestra frente».

Y casi sin quererlo llegamos a la Ley de la Gravitación Universal.

Efectivamente, hacemos un esfuerzo para subir una escalera o una calle empinada porque la Ley de la Gravedad nos atrae hacia el planeta Tierra. Como la ley lo indica, este asunto es grave (preocupante, complicado).

En suma: Parecería ser que no sudamos por castigo divino («Tendrás que ganarte el pan con el sudor de tu frente», condenó Dios al hombre), sino por causas naturales. ¿No es un alivio saber que no somos culpables … o preferirías seguir siéndolo?

 
(Este es el Artículo Nº 1.628)

El malestar por ser una más



«La mujer», al igual que Dios, es un personaje ficticio cuya existencia imaginaria resulta imprescindible para sus creyentes.

«La» es un pronombre determinante y «una» es un pronombre indeterminante.

Ellas son infelices por un error lingüístico, pues cuando se habla de «la» mujer correspondería decir «una» mujer.

En farmacología se dice que «el veneno es la dosis». Quienes producen sustancias químicas viven en la cuerda floja porque saben que sus productos pueden ser venenosos si los pacientes (los clientes) los consumen en dosis muy elevadas.

No querría estar en los zapatos de estos multimillonarios (la industria farmacéutica compite por los primeros lugares junto con las industrias petroleras y la venta de armas), enterado de que lo que fabrican es curativo y venenoso a la vez.

Algo de esto es lo que ocurre con el psicoanalista francés Jacques Lacan (1901-1981): dijo «verdades» tan verdaderas, que nos duelen, nos intoxican, funcionan como una peste.

Este gran psicoanalista maldito dijo «la mujer no existe».

Esta «verdad» es tan concentrada que resulta venenosa y por eso, tanto el psicoanálisis como el mismo Jacques Lacan, se han convertido en no-gratos, detestables, odiosos.

Como digo al principio, lo que les ocurre a muchas mujeres que no logran ser felices, que viven frustradas, amargadas, resentidas y hasta con intensas ganas de ser varones, es que quieren ser «la mujer» cuando lo cierto es que nunca pueden pasar de ser «una mujer», porque, como dijo el fatídico francés «la mujer» no existe, es una abstracción, es una idea imaginaria, algo parecido a Dios: personaje ficticio que para muchos tiene que ser real porque si no lo fuera, se sentirían bruscamente abandonados por la ilusión que los mantiene vivos.

Nota: Reflexionar sobre «el» hombre y «un» hombre, requiere otro enfoque distinto, porque uno y otro sexo son absolutamente diferentes.

Otras menciones del concepto «la mujer no existe»:

   
(Este es el Artículo Nº 1.639)

Sobre la «configuración de mundo»



Según la «configuración de mundo» de algunas personas es normal que siendo «agradecidas» tengan «colaboradores omnipotentes».

Si los humanos actuamos con absoluta perfección, ¿por qué subsiste esa idea de que «equivocarse es humano»?

Ambas afirmaciones son válidas y la explicación está en que «actuamos con absoluta perfección» según nuestras propias creencias.

Lo que algunos llaman «configuración de mundo» refiere al conjunto de ideas que tenemos sobre «cómo es la realidad».

«A nadie le gusta que le griten»; «antes de salir del supermercado, tenemos que pagar la mercadería»; «los ancianos caminan y piensan más lentamente», son algunas de las ideas que tenemos de «cómo es el mundo, la realidad, la vida».

Nuestra «configuración de mundo» es un dato cierto ... aunque generalmente está conformado por creencias, tradiciones, costumbres, prejuicios, supersticiones, información equivocada.

Volviendo al principio: actuamos con absoluta perfección pero «equivocarse es humano» porque tenemos una «configuración de mundo» imperfecta.

Cambio momentáneamente de tema para proponer que la responsabilidad es parecida a la Ley de la Gravedad, en tanto ambas nos aportan una sensación de peso, de carga; ambas nos consumen energía, nos cansan.

Nuestra natural tendencia a economizar energía (1) nos estimula la inteligencia para zafar (evitar, eludir) cuantas veces podamos el asumir un compromiso (responsabilizarnos) o hacer algún esfuerzo si es que podemos evitarlo.

Si nuestra «configuración de mundo» incluye la creencia en que es normal recibir asistencia extra de fuerzas sobrenaturales, quizá estemos delegando tareas en algo o alguien que no terminará haciéndolas y quedarán sin hacer (trabajar, producir, limpiar, ganar dinero).

En varios artículos (2) he comentado cómo esta «configuración de mundo» suele encontrarse en quienes viven dando gracias a Dios por estar vivos, por cada función corporal que aún conservan, por tener comida, alojamiento, porque imaginan que es normal que las personas «agradecidas» tengan «colaboradores omnipotentes».

         

La policía y la enfermedad



La policía supone que si podemos enfermarnos inmerecidamente, ellos también pueden maltratarnos y luego pedirnos disculpas.

Cuando alguien contrae una enfermedad también contrae una cantidad de problemas, especialmente emocionales, psicológicos y hasta espirituales.

Como nadie gobierna su vida porque estamos rigurosamente determinados por las leyes naturales y el azar, el debilitamiento propio de la enfermedad incluye el debilitamiento de la soberbia que tenemos cuando creemos en el libre albedrío.

Hasta el ateo más firme, seguramente se aferre a suponer que existe algún ser superior que podría salvarlo.

Cuando nos sentimos sanos y fuertes, nuestro cerebro segrega las ideas mágicas propias de la cultura de cada uno: un indígena piensa en dioses y maleficios, mientras que una persona civilizada piensa en la omnipotencia de la ciencia y en la veleidad de sus administradores, que pondrán o no buena voluntad en hacer todo lo posible si se les pide ayuda.

Cuando nos sentimos enfermos y débiles, nuestro cerebro segrega las ideas propias de los niños de la cultura de cada uno. Por eso todos terminamos en las ideas más primitivas, las del indígena. En la desesperación apelaremos a la ciencia pero también a la hechicería... «porque total, si no te hace bien, mal no te va a hacer».

Este errático movimiento de nuestro cerebro, según estemos sanos o enfermos, seamos modernos o primitivos, se observa también cuando son otros seres humanos los que nos inducen una situación muy similar a la enfermedad.

Aunque pensamos menos en problemas policiales que en quebrantos de salud, nadie está exento de padecerlos.

Andar por la calle, vivir con otras personas, conducir un vehículo, son las condiciones necesarias y suficientes para tener algún problema con la policía.

Notaremos entonces que ellos se toman el derecho de ser como una enfermedad, que nos afecta mereciéndola o no.

(Este es el Artículo Nº 1.631)

La creencia pasiva y la creencia activa



«Creer» es imprescindible para vivir. Podemos creer pasivamente (con ingenuidad) y podemos creer activamente (para no invalidar ninguna hipótesis).

El verbo «creer» tiene varios significados según el D.R.A.E. (1), pero todos esos significados parecen resumidos en el primero:

«Tener por cierto algo que el entendimiento no alcanza o que no está comprobado o demostrado.»

La acción de «creer» es importantísima a lo largo de toda la existencia. Es claro que las más importantes son «vivir» y «conservar la especie», pero podría decir que «creer» es la tercera en importancia.

Según puedo entender, (apoyándome en mi propio cerebro y en el suyo, para que trabajen juntos), existen dos formas de «creer»: una pasiva y otra activa. Extrañamente, una no es la inversa de la otra, sino bastante diferentes.

La «creencia pasiva» es la que tienen los niños y los adultos inocentes o que por alguna discapacidad intelectual pueden ser catalogados de ingenuos.

Quizá la mayoría de la población mundial pertenece a esta categoría. Los adultos inocentes «creen» en lo que les fue enseñado, en lo que les dijeron sus educadores, en las tradiciones de su grupo de pertenencia, en lo que dicen sus líderes políticos, religiosos y morales. 

Estos niños y adultos inocentes pueden tener necesidad de hacer consultas propias de ese nivel intelectual a personas que se dedican a evacuarlas. 

Estos «asesores de gente inocente» se especializan en demostrar la coherencia de su sistema de creencias. 

Una de las preguntas podría decir: «¿Cómo se explica que, siendo Dios infinitamente bondadoso, permita que una madre de cinco niños pequeños fallezca prematuramente?».

La «creencia activa» es aquella según la cual alguien es capaz de creer cualquier hipótesis al solo efecto de ponerla a prueba, para ratificarla o descalificarla. 

La «creencia activa» permite estudiar hasta la idea más descabellada sin invalidarla prejuiciosamente.

 
(Este es el Artículo Nº 1.624)

La religión capitalista



El capitalismo funciona como una religión pero sus «pecadores» reciben castigos aquí y ahora.

Echémosle un vistazo a la definición de la palabra «religión».

Wikipedia (1) nos dice: «La religión es una parte de la actividad humana consistente en creencias y prácticas acerca de lo considerado como divino o sagrado, de tipo existencial, moral y espiritual.»

El Diccionario de la Real Academia Española (2), elige por primera acepción la que dice: «Conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto.»

Con estas dos ideas podríamos proponer un resumen que diga: «Una religión es algo que hacemos los humanos (conducta) a partir de ciertas creencias».

Esas creencias también coinciden en que existiría un ente, una fuente de energía, una deidad, que nos observa y nos influye dramáticamente, según ciertos códigos que debemos respetar atemorizados por los castigos que padeceríamos en caso de transgredirlos.

A pesar de que estas ideas son tan difusas, poco específicas y bastante abstractas, igual podemos aceptar que una religión puede tomar como deidad a Dios y otra religión puede tomar como deidad al dinero.

Más específicamente podríamos elegir arbitrariamente a la «religión católica» para el primer caso y a la «religión capitalista» para el segundo caso.

Si bien es posible especular con estas posibles semejanzas entre una y otra «religión», no nos olvidamos que la religión católica existe como tal mientras que la «religión capitalista» no existe como religión sino como sistema económico.

La posible ventaja de hacer esta comparación está en comprender que, por ejemplo, quienes transgredan el dogma capitalista reciben castigos más inmediatos y tangibles que aquellos que transgredan el dogma católico.

   
(Este es el Artículo Nº 1.604)