viernes, 3 de agosto de 2012

La policía y la enfermedad



La policía supone que si podemos enfermarnos inmerecidamente, ellos también pueden maltratarnos y luego pedirnos disculpas.

Cuando alguien contrae una enfermedad también contrae una cantidad de problemas, especialmente emocionales, psicológicos y hasta espirituales.

Como nadie gobierna su vida porque estamos rigurosamente determinados por las leyes naturales y el azar, el debilitamiento propio de la enfermedad incluye el debilitamiento de la soberbia que tenemos cuando creemos en el libre albedrío.

Hasta el ateo más firme, seguramente se aferre a suponer que existe algún ser superior que podría salvarlo.

Cuando nos sentimos sanos y fuertes, nuestro cerebro segrega las ideas mágicas propias de la cultura de cada uno: un indígena piensa en dioses y maleficios, mientras que una persona civilizada piensa en la omnipotencia de la ciencia y en la veleidad de sus administradores, que pondrán o no buena voluntad en hacer todo lo posible si se les pide ayuda.

Cuando nos sentimos enfermos y débiles, nuestro cerebro segrega las ideas propias de los niños de la cultura de cada uno. Por eso todos terminamos en las ideas más primitivas, las del indígena. En la desesperación apelaremos a la ciencia pero también a la hechicería... «porque total, si no te hace bien, mal no te va a hacer».

Este errático movimiento de nuestro cerebro, según estemos sanos o enfermos, seamos modernos o primitivos, se observa también cuando son otros seres humanos los que nos inducen una situación muy similar a la enfermedad.

Aunque pensamos menos en problemas policiales que en quebrantos de salud, nadie está exento de padecerlos.

Andar por la calle, vivir con otras personas, conducir un vehículo, son las condiciones necesarias y suficientes para tener algún problema con la policía.

Notaremos entonces que ellos se toman el derecho de ser como una enfermedad, que nos afecta mereciéndola o no.

(Este es el Artículo Nº 1.631)

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