Cuenta San Lucas en su evangelio lo que después dio en llamarse “La parábola del hijo pródigo” que yo llamaría más bien “La parábola del hijo arrepentido” y así se entendería mejor.
Esta narración se la contó Jesús a sus discípulos cuando estos le preguntaban en tono recriminatorio por qué trataba igual a “justos y a pecadores”.
Dicha parábola cuenta que el hijo menor de un hacendado le pidió al padre que le diera el dinero que le correspondía como hijo y con ese dinero se fue a pasarla bien. Cuando le sobrevino la ruina económica, volvió arrepentido y el padre hizo un festejo que puso celoso al hijo mayor que siempre lo había acompañado y que no había dilapidado el dinero como había hecho este hermanito licencioso.
Jesús pretendía transmitir la gran capacidad de perdón que tiene Dios para con los arrepentidos pero hoy, en el siglo XXI, la estructura de este relato sigue funcionando aunque de forma algo diversa que paso a explicar:
Cuando alguien tiene una mala conducta y demuestra realizar un cambio favorable a partir del pedido de una persona poderosa (padre, madre, jefe, patrón), este personaje poderoso suele ponerse tan contento que olvida la persistente buena conducta de quienes nunca tuvieron que ser encarrilados.
Esto suele conceptualizarse como «selección adversa» porque un gesto fortuito termina beneficiando injustamente a alguien en desmedro de quienes siempre se merecieron la más alta consideración y estima. En otras palabras: A veces gana más un ex-malo que un bueno full time.
Es bueno conocer este rasgo tan humano para que cuando suceda en perjuicio nuestro, podamos tener las ideas claras como para gestionar eficazmente el resarcimiento que pudiera correspondernos.
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