Varias veces he comentado con ustedes que el libre albedrío es una ilusión colectiva.
Mi idea es que tomamos conciencia de nuestros actos segundos después que la naturaleza ordenó a nuestro cuerpo que hiciera algo.
Tomar conciencia significa que un cierto proceso neuronal incluye esa sensación por la que nos enteramos qué haremos (cambiar de trabajo, comer, estornudar).
Desde este punto de vista, las creencias también están determinadas por algún fenómeno físico de nuestro cuerpo que necesita creer en Dios, amar el comunismo o no pasar por debajo de una escalera.
La lectura de este blog modifica el funcionamiento mental sólo en aquellas personas que se producen asociaciones con contenidos mentales que ya tenían.
Es habitual que cuando nos reunimos con nuestros amigos incluyamos como uno de los juegos más divertidos criticar a los ausentes.
Ese entretenimiento posee como elemento placentero el sentirnos superiores.
Es clásica la crítica a personajes públicos que han ganado notoriedad por alguna característica que los destaca (poder político, económico o deportivo, capacidad de liderazgo, protagonismo).
El entretenimiento tiene un efecto secundario que puede ser interesante tener en cuenta.
Si colectivamente nos convencemos de que el presidente es un tonto o un corrupto o un incapaz, saldremos de ese encuentro con la creencia de que somos superiores a una persona que objetivamente posee más talento, capacidad o valentía que nosotros.
Esta satisfacción nos ubica en un lugar que no merecemos, nos sobrevalora, pero sobre todo nos distorsiona la realidad en la que vivíamos antes del juego.
Dicha distorsión no es ni más grave ni menos grave que cualquier otra pérdida de realismo. Lo único que digo es que dicha pérdida existe, pero consolémonos con que no todas pueden ser ganancias y con que sentirse superior es maravilloso.
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