Varias veces he mencionado que la doctrina de Jesús de Nazaret (1) sugiere que no tenemos que preocuparnos demasiado por ganarnos la vida porque de todos modos Dios nos cuidará como lo hace con los lirios del campo y con la aves.
A veces se producen vínculos en los cuales alguien abusa económicamente de un semejante. Mencionaré sólo tres modalidades:
1) Llamamos explotación cuando un empleador contrata a un trabajador y le paga menos de lo que se merece;
2) Alguien puede convertirse en parásito de otro porque vive lisa y llanamente de lo que el otro produce (proxeneta, hijos vagos, cónyuge abusador); y
3) A veces sucede que alguien cree que —por las virtudes que posee—, es un hijo predilecto de Dios quien a su vez asignó a otro «elegido» la misión divina de mantenerlo.
En este caso, ambos sostienen roles del tipo explotador-explotado o de parásito-parasitado, pero envueltos en una ilusión piadosa que parece quitarle al hecho todo rasgo de abuso.
Tales fenómenos «místicos» no sólo suceden con los aportes voluntarios que hacen los creyentes (parasitados) para solventar a los religiosos full-time (parásitos), sino también entre personas comunes donde es muy notorio que —dentro de una pareja— uno se esfuerza más que el otro para solventar los gastos familiares.
(1) Por qué tengo que el trabajar doble
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