martes, 16 de noviembre de 2010

¿Ella habla sola?

Hoy aparece publicado un artículo titulado Pobreza: ¡mérito o padecimiento!, donde propongo que para algunas personas es gratificante demostrar y demostrarse que su mente puede gobernar las apetencias corporales (imponiéndose la pobreza) para de esa manera confirmar que son humanas y no animales.

En ese artículo comento que cuando alguien no puede satisfacer las necesidades de calorías mínimas para seguir viviendo, está en un estado de indigencia y que cuando logra satisfacerla pero apenas logra atender sus necesidades de vivienda, educación, salud, e integración social, entonces es pobre.

Ahora llevo estos conceptos de indigencia y pobreza al plano de la afectividad femenina y comparto con ustedes una conclusión primaria que con el tiempo podrá ir perfeccionándose si tiene algo de verdadero o desaparecerá como un intento fallido.

Según mi observación, las mujeres necesitan mínimamente dos cosas: ser escuchadas y ser acariciadas. Si no cuentan con estos dos logros, podrían definirse como «afectivamente indigentes». Si lo logran parcialmente, podrían definirse como «afectivamente pobres».

La calidad de estos insumos (escucha y caricias) también tiene su límite inferior. No les resulta suficiente con ser escuchadas y acariciadas por cualquier persona. La «oreja atenta» y «la mano acariciadora» deben pertenecer a alguien de cierta categoría humana que para la mujer resulte suficiente.

Y finalizo comentando que cuando esta vida de «indigencia o pobreza afectiva» no logra superarse, pueden apelar a soluciones imaginarias, fantasiosas y hasta delirantes, pensando por ejemplo que son escuchadas por Dios, o por algún personaje invisible, o por cualquier desconocido a quien le hablan sin importarle sin son o no escuchadas.

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