Imaginemos una persona que recibe permanentemente todo lo que necesita: Alimento, abrigo, protección. Cada vez que siente algún malestar, algo se lo alivia automáticamente.
Para muchos esta situación existirá en un futuro si cumplen en vida con una cierta conducta y quien decida esa existencia feliz es un ser superior que llamaremos Dios.
Según parece esta idea no surge de la nada. Todos hemos pasado por una etapa de gestación en el vientre de nuestra madre donde nos tocó vivir en una especie de Paraíso.
Claro que estas experiencias fueron olvidadas, pero no se puede negar categóricamente que en algún lugar de nuestra mente (en el inconciente, por ejemplo) aún conservemos un vago recuerdo que nos aliente la esperanza de volver a repetirlo.
La idea de retorno está en nuestras cabezas. Para muchos la muerte es como un volver a empezar; es como un ciclo que se cierra para recomenzar, como si la vida, en lugar de ser una línea recta que empieza y termina, fuera un círculo que nunca empieza y nunca termina.
Claro que ninguno de nosotros se reune con los amigos para hablar de estos temas, pero cuando en la vida adulta nos enfrentamos a la necesidad de ganarnos el dinero que nos permita subsistir, probablemente lo encaremos con el desgano de alguien que estuvo en un Paraíso y luego fue condenado (no sabe por qué razón), a vivir en esta economía de mercado, en este mundo capitalista, en una guerra de todos contra todos, que bien podría ser el Infierno.
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