lunes, 5 de septiembre de 2011

«La naturaleza piensa como yo»

Suponer que la naturaleza tiene intenciones, voluntad y deseos humanos induce a elaborar estrategias de vida fantásticas, mitológicas, irracionales.

Aunque parezca demasiado obvio, los humanos sólo podemos tener sensaciones y pensamientos humanos.

Puede ocurrirnos que todo lo que se mueve nos haga pensar que está animado (que tiene vida) como nosotros y si ese movimiento es discontinuo, errático, imprevisible, rápidamente nos hace pensar que tiene una intención ... como nosotros.

Más confundidos quedamos cuando se trata de un ser realmente vivo y tiene dos ojos en línea horizontal igual que nosotros.

En este caso las dificultades son enormes y los poetas, que ya habían hecho hablar, pensar y decidir al viento, al mar y a los planetas, cuando pasan a la categoría de «ser mirados» por dos ojos, comienzan a dialogar con animales y aves.

Con estas características de funcionamiento cerebral, no vacilamos en hacer elaborados razonamientos contando con que la naturaleza tiene voluntad, intención, planes, dudas y, más aún, criterios de justicia, rencor y deseos de venganza.

A esos acontecimientos autónomos, naturales, podemos imaginarlos como dioses, santos, vírgenes, que se aproximan a la realidad en cuanto creemos que nos hicieron a su imagen y semejanza o alguna vez fueron de carne y hueso.

Es probable sin embargo que si pudiéramos evitar este error de humanizarlo todo, podríamos suponer que la naturaleza sólo funciona por azar puro, que todo es casual, aunque «humanamente» entendamos que todo es causal (alguien decidió, actuó, fue culpable).

Con esta modalidad mágica y animista de vincularse con el entorno, quien se identifica con la naturaleza (la imagina a su imagen y semejanza), elabora su estrategia de vida identificándose con ella. Por ejemplo, cree que si empobrece la diosa naturaleza le tendrá lástima ... así como él le tiene lástima (y ayuda) a los pobres.

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