sábado, 6 de agosto de 2011

La arrogante defensa de la verdad

Nuestro cerebro es defectuoso y piensa con errores pero a pesar de eso tenemos que usarlo como hasta ahora.

Según el determinismo todo lo que somos y hacemos está determinado por factores que nos influyen. Desde la concepción, cuando papá fecundó a mamá, la suerte es la artesana de nuestra existencia.

Sin embargo nuestra mente tiene la sensación de que podemos decidir cuando en realidad lo que ocurre es que algo dentro nuestro nos obliga a realizar determinado acto.

Esta equivocación es más visible cuando observamos que algunas personas crean detalladas explicaciones de cómo ocurrieron los acontecimientos, dando a entender que era posible saberlo con anticipación.

Es el caso de quienes discuten de fútbol explicando por qué el resultado que informa el diario del lunes ya era conocido (previsible, imaginable, adivinable) antes de que se jugara el partido del domingo.

Nuestro cerebro no es capaz de entender con claridad qué es el futuro y tan débil es esta función mental que algunos llegan a afirmar que el futuro ya existe pero que sólo algunos lo conocen (videntes, futurólogos).

Los delirios son casos extremos de disfunción mental. En ellos el delirante está seguro de que las alucinaciones visuales o auditivas ocurren realmente y si su forma de describirlas es muy coherente, hasta quienes no lo padecen se preguntan si el enfermo no tendrá razón y que son ellos quienes no ven lo que el delirante narra.

Observe que si una persona sana, normal, sin dificultades psíquicas, está segura de que existe Dios, de que el futuro está en el presente y puede ser conocido con anticipación, también se autoconvence de que su pensamiento es confiable.

En suma: si aceptamos que nuestro cerebro comete errores así como nuestra vista puede ser engañada por un ilusionista, es arrogante defender cualquier certeza (verdad).

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