miércoles, 9 de abril de 2014

La ambición es un deseo ardiente


En la imagen del Sagrado Corazón de Jesús vemos un corazón en llamas que representa a la ambición (deseo ardiente). Quizá algunos cristianos, que rechazan la ambición en sus vidas, suponen que así debe ser porque la ambición es monopolio de Jesús.

 En el acierto o en el error, sigo creyendo que el cristianismo, con sus creencias, sus religiones, su dogma, es un verdadero aliciente para que los pobres sigan siendo pobres y acepten, sin avergonzarse, las dádivas que reciben de los gobernantes asistencialistas (generalmente populistas y casi siempre de izquierda), porque en algún lugar del Nuevo Testamento (Mateo, 6:26-34 – Sermón de la Montaña), Jesús habría dicho que no tiene sentido trabajar para ganarse la vida sino que, observando lo que hace Dios con los pájaros y con los lirios del campo, con cuánta más razón atenderá las necesidades de alimentación y de vestimenta de los humanos que se dediquen a adorarlo y predicar su palabra.

En suma: los cristianos tienen la obligación moral de no trabajar, por dos grandes motivos:

1) Porque Jesús dijo que no es necesario trabajar; y
2) Porque quienes trabajan seguramente desatenderán lo más importante, esto es, adorar a Dios y predicar su palabra. (No quiero ni imaginar cómo sería el planeta con solo curas y monjas. De hecho se habría extinguido la especie porque ellos no quieren tener hijos).

En el video asociado a este artículo les comento algo referido a la ambición, en tanto esta puede definirse como deseo ardiente.

Efectivamente, en la imagen del Sagrado Corazón de Jesús puede verse, instalado en el cuerpo del líder, un corazón en llamas, rodeado de espinas.

Además de que esta imagen es sádica y que solo puede ser valorada por gente masoquista, agrego que también existe, entre los cristianos, una segunda intención disimulada.

Según creo, esta imagen que tan claramente simboliza a la ambición, podría indicarnos que los cristianos son personas que tratan de quitarse de encima la molesta carga de la ambición, porque esta nos obliga a trabajar, estudiar, ser disciplinados, austeros, ahorrativos.

A partir de estas premisas, este artículo y video intentan compartir la idea de que entre los cristianos, la ambición (el afán de progreso, intelectual y material) está delegado en esa figura sado-masoquista (la figura del Sagrado Corazón). Los creyentes en este mito tienen resuelta la molestia que padecemos los ambiciosos que no podemos delegar en otro esa vocación y los esfuerzos que nos impone (trabajar, estudiar, ahorrar).

(Este es el Artículo Nº 2.172)


Los supermercados y el reino de Dios


Según algunas recomendaciones de Jesús, expresadas hace 21 siglos, los supermercados son una réplica humana del reino de Dios. En ellos encontramos alimento y vestimenta.

Los humanos somos animalitos omnívoros, es decir que, al igual que los cerdos y los mandriles, nos alimentamos con sustancias orgánicas de origen animal y vegetal.

Los animales silvestres, aquellos que viven sueltos, sin un amo que los vigile, los cuide y los utilice, resuelven su alimentación deambulando por los lugares en los que pueden encontrar alimento: praderas, bosques, ríos.

Los humanos disfrutaríamos siendo recolectores y cazadores como los animales silvestres, quizá porque así fueron nuestros primitivos ejemplares de la especie o porque actualmente preferiríamos no tener un amo que nos vigile, nos cuide y nos utilice.

Los proveedores con autoservicio atraen a sus clientes ofreciéndonos una réplica de aquellos orígenes. En su local podemos tomar lo que ahí encontramos, como quizá ocurrió con los primeros seres humanos.

Es probable, entonces, que aquellos que preferimos aprovisionarnos en un supermercado nos sentimos estimulados por un deseo ancestral que se remonta miles de años.

Los sistemas de autoservicio también parecen aptos para fantasear con aquella propuesta de Jesús, que les transcribo copiando del Evangelio de Mateo:

“Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: No trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.”.

En suma: Según estas recomendaciones de Jesús, expresadas hace 21 siglos, los supermercados son una réplica humana del reino de Dios. En ella encontramos alimento y vestimenta.

La necesidad de pagar antes de salir del reino de Dios es un requisito impuesto por nuestro Padre celestial hace unos pocos siglos.

(Este es el Artículo Nº 2.170)


Premio a quien se muere


No solo el sobreendeudamiento es difícil de explicar, también desconocemos por qué alguien malgasta su dinero en los juegos de azar, o sistemáticamente pierde fortunas, o se insolventa en forma reiterada.

Quienes estudiamos estos fenómenos avanzamos a tientas, en la casi total oscuridad. Sabemos que existen causas que provocan todos los fenómenos, tenemos algunas hipótesis que se llevan bien con la teoría psicoanalítica (1), pero lo cierto es que poco y nada puede hacerse por quienes padecen estas conductas incontrolables.

En el video asociado a este artículo les propongo pensar que el sobreendeudamiento puede ser un recurso inconsciente para aliviar el miedo a la muerte.

Obsérvese, por ejemplo, cómo los jugadores compulsivos (ludópatas) tienen conductas místicas, cabalísticas, religiosas, devotas, mágicas. Se sienten protegidos por personajes imaginarios ‘que a veces los abandonan’ provocándoles una muerte súbita, equivalente a perderlo todo.

Cuando estas personas lo pierden todo se sienten morir y la mítica resurrección de Cristo los alienta a seguir intentando, para lo cual se sobreendeudan.

Una posible fantasía sea la de imaginarse mejor aferrados a la vida si muchas personas rezan para que les pague todo lo que les debe. Si creen, como tantas personas, que los rezos son efectivos, los sobre endeudados tratan de formar un club de acreedores que junten sus fuerzas místicas y recen rogando a Dios que viva hasta cancelar... lo cual nunca harán porque lo que pretenden es ser inmortales (igual que cualquier ser humano).

El disparador de este artículo es la vacuna que ya hace unos años han descubierto los prestamistas habituales (bancos, tarjetas de crédito, vendedores de mercaderías financiadas).

Esta vacuna consiste en contratar un seguro de vida, que deberá ser pagado por el mismo deudor, para que en caso de fallecimiento los acreedores puedan resarcirse de la deuda impaga cobrándole a la compañía aseguradora.

De esta forma, si algún acreedor efectivamente rezaba para ayudar espiritualmente a sus clientes, dejaron de hacerlo porque ya nos les preocupa la vida o la muerte de los deudores, pues saben que, en caso de fallecimiento, la deuda pendiente será cancelada por la compañía aseguradora.

En suma: quienes se sobreendeudan pensando que los acreedores harán fuerza para que el deudor tenga una larga vida, ya no tendrán más la necesidad de recurrir a ese procedimiento porque sería inútil: los acreedores ya no se preocupan por la existencia de los deudores. Por supuesto, la compañía aseguradora tampoco se preocupa porque en el cálculo de los costos que paga quien se endeuda, ellos indemnizan todos los siniestros (cancelación de deudas por fallecimiento) y, aun así, ganan lo suficiente.



(Este es el Artículo Nº 2.165)


 

El padre Rogelio


El padre Rogelio amaba a Dios porque lo había dejado tranquilo en un pueblo del norte argentino. Hacía mucho que convivía con más o menos doscientas familias, en las que tenía amigos y enemigos.

No todos los amigos eran los mejores ciudadanos y viceversa. El padre Rogelio tenía un temperamento áspero y una lógica personal ligeramente intrasferible.

Los enemigos solían criticarle el feroz apartamiento de la ética cristiana en asuntos de poder. Él era desmesuradamente indulgente con los poderosos y ricos. Quienes le pedían explicaciones salían más confundidos que antes porque los razonamientos del sacerdote eran de una complejidad inaudita para esas mentes básicas.

Lo que él, infructuosamente, intentaba explicarles era que «la cabeza es lo único que tenemos que proteger», por eso los jefes de las dos familias más ricas eran intocables, porque eran los que les daban trabajo a todos y porque eran quienes los explotaban para que nadie pudiera abandonar la pobreza predicada por Jesús.

Con este razonamiento, el padre Rogelio entendía que esos caudillos, enriquecidos a costa de la pobreza de casi todo el pueblo, eran cristianos que lograban mejores resultados que él en la prédica de la austeridad.

Una tarde de mucho calor, en la que la sotana pesaba el doble por acumulación de sudor, llegaron unos autos lujosos, llenos de gente extraña: eran religiosos de alto rango provenientes de la capital.

Quienes parecían dormir la siesta salieron de las casuchas, a medio vestir, para ver qué pasaba. Algunos pensaron que a Rogelio se lo estaba llevando preso la policía del Vaticano.

No fue fácil explicar que el padre Rogelio había sido nombrado Papa. Ni siquiera fue fácil para el mismo sacerdote entender qué estaba pasando.

Después de muchos cabildeos, manifestaciones, protestas populares, procesiones portando un féretro en el que supuestamente iba aquel párroco a quien se lo estaban llevando por la fuerza, el pueblo recobró la calma y la comitiva pudo emprender el regreso a la capital.

Los acontecimientos posteriores sucedieron con relativa rapidez. En menos de una semana estaba aquel sacerdote, olvidado, rodeado del lujo inimaginable del Vaticano.

Las primeras informaciones que recibió el nuevo Pontífice le dieron la pauta de que en ese feudo los problemas del poder era infinitamente más graves que en su pueblo. Peor aun, entendió que ahí, como en ningún otro lado, el sexo masculino conservaba privilegios medievales.

Durante la noche pensó en reunir a los más de doscientos prelados que lo secundarían, aunque tratando de impedirle cualquier innovación que no fuera aprobada por ese grupo de poder.

Le costó dormirse porque la idea que se apoderó de él era suicida..., pero en su pueblo nadie se suicidaba porque todos estaban dispuestos a morir por cualquier discusión trivial.

Con el boato propio de ese extraño país masculino, aquel padre Rogelio, subido en una tarima tan elevada que lo obligaba a mirar al auditorio con actitud de supremo, los miró a todos como si fuera uno solo de aquel pueblo de pendencieros, dio un paso a la izquierda para mostrarse de cuerpo entero, se abrió la sotana blanca y mostró sus pequeñísimos genitales.

Un coro escandalizado fue cortado violentamente por el vozarrón del cura:

— Ahora que saben que nadie la tiene más corta que yo, acá se me obedecerá sin chistar.

Y así ocurrió, hasta que murió siendo ya muy viejito.

(Este es el Artículo Nº 2.169)


Pensamiento 0 (cero)


La búsqueda del placer saludable suele ser el señuelo que utilizan los estafadores cuando nos prometen lo que desearíamos que ocurriera: hambre cero, delincuencia cero, pobreza cero. La estafa es lograda cuando nuestra capacidad de discernimiento está operando con inteligencia cero.

En las campañas políticas, los demagogos (personas inescrupulosas que no tienen inconveniente en prometer lo que sea con tal de obtener votos que le otorguen poder), abusan de la ingenuidad de los electores, nos engañan como a niños, se burlan de nosotros.

Claro que no son los únicos responsables de este mal uso de la política. Los electores también colaboramos aceptando con irresponsabilidad promesas que notoriamente son proselitistas (guiadas por el único afán de conseguir adhesiones).

El fenómeno forma parte de la conducta religiosa que caracteriza a nuestra especie. Somos capaces de creer en la existencia de un ser superior (Dios), al que le asignamos atributos mágicos y, no conformes con eso, algunos organizan su vida tomando como verdaderas las fantasías creadas en torno a ese personaje de ficción.

Un delirio psicótico es un funcionamiento mental igualmente coercitivo, que guía las conductas del enfermo pero que, a diferencia del pensamiento religioso, no es compartido por otros. La diferencia entre delirio psicótico y creencia religiosa solo es estadística: si muchas personas comparten el mismo delirio (la existencia de Dios), no es un delirio psicótico sino una religión. Si ese mismo funcionamiento lo encontráramos en una sola persona, diríamos que padece una psicosis delirante.

Todo delirio o pensamiento mágico religioso está orientado a complacer, directa o indirectamente, a quien lo vive. El placer orienta casi todos nuestros funcionamientos, mentales y no mentales. Cuando sentimos un dolor, algún proceso interno se desencadena para restablecer la situación no dolorosa (buena salud).

Esta búsqueda del placer saludable suele ser el señuelo que utilizan los estafadores, cuando nos prometen lo que desearíamos que ocurriera: hambre cero, delincuencia cero, pobreza cero. La estafa es lograda cuando nuestra capacidad de discernimiento está operando con inteligencia cero.

(Este es el Artículo Nº 2.150)


La Iglesia Católica es un sindicato


La prédica a favor de la pobreza que realiza la Iglesia Católica favorece directamente a los empleadores, en tanto cuentan con trabajadores cuyas aspiraciones salariales son más moderadas.

En una sociedad capitalista tenemos sindicatos que unen a los obreros para negociar más equilibradamente con los empresarios y tenemos sindicatos religiosos que, sutilmente pagados por los empresarios, se vinculan con los obreros para convencerlos de que ser ricos va contra los deseos de Dios.

Despectivamente, los sindicatos obreros más combativos y comprometidos con los intereses de la clase trabajadora llaman sindicatos amarillos a los que, clandestinamente, dicen identificarse con los intereses de los trabajadores pero que, en realidad, hacen lo mismo que las religiones, es decir, refuerzan aun más el poder negociador de los empresarios.

El sindicato cristiano católico aplaude y glorifica el dolor provocado por la pobreza. También les dice a los ricos que deseen ganarse el cielo, que una limosna sin dolor carece de la dimensión penitencial que debería tener. Una limosna con lo que sobra no acumula puntos celestiales. Este mensaje de dolor a los ricos que podrían colaboran con los pobres parece más bien un consejo para que no colaboren.

Esta comparación que hago con los sindicatos amarillos (también llamados verticales), está alentada por mi desconfianza en las reales intenciones de los líderes católicos y de los líderes de los sindicatos amarillos.

Mi desconfianza llega al punto de suponer que la obscena riqueza que tiene la Iglesia Católica no pudo haberse formado con las limosnas de los pobres sino con donaciones faraónicas de los ricos, quienes de alguna manera retribuyen la ayuda que, desde los púlpitos, reciben de los sacerdotes cuando con los sermones desestimulan la lucha por mejores salarios.

En los hechos todo sigue igual y esto nos da la pauta de que la sociedad goza de buena salud. Los ricos empresarios, los pobres trabajadores, los sindicatos obreros y los sindicatos religiosos y amarillos de los empresarios, forman un conjunto dinámico de actores que mantiene a nuestra sociedad capitalista con una salud razonable.

En suma: nada tiene por qué cambiar si todos, de una u otra manera, están conformes. En todo caso este artículo sería una simple descripción sobre cómo acontecen algunos hechos que no suelen explicitarse.

(Este es el Artículo Nº 2.149)


Discapacidad para cobrar dinero


Aunque el diccionario diga que los pobres son también humildes, creo que no pretender cobrar una deuda o un trabajo realizado demuestra un exceso de arrogancia.

Aunque el diccionario de nuestra lengua indica que una persona humilde es modesta y pobre, algo podría llevarnos a pensar que no siempre es así.

Si bien no puedo denunciar con nombre y apellido, entre otros motivos porque son demasiados, sé de infinidad de personas que se resisten a cobrar lo que les deben, que tienen dificultades para fijar un precio razonable al trabajo del que viven, que pagan generosamente todo lo que deben y que nunca regatean el precio que les piden cuando necesitan comprar algo.

En otras palabras, estas personas parecen humildes dados su bajo perfil, su modestia, el apocamiento con el que se presentan ante los demás.

El motivo de este artículo es denunciar la falsedad presente en muchas de estas actitudes. Detrás de ese aspecto sumiso tenemos a una persona tan soberbia que se cree Dios, alguien que no le cuesta nada hacer lo que hace.

El planteo que proponen estos humildes es claramente asimétrico: no les gusta cobrar lo que les adeudan, pero pagan hasta el último centavo de lo que deben a otros; prácticamente no cobran nada por lo que producen pero disfrutan no regateando las pretensiones lucrativas de quienes les venden algún bien o servicio.

Efectivamente, lo que pretendo denunciar, —con cierta furia, por qué negarlo—, es esta falsedad, esta arrogancia disfrazada de sencillez, este afán de mostrarse omnipotente, súper capaz, incansable trabajador, ser humano con rasgos de Dios, porque no necesita ni comer, ni vestirse, ni descansar, porque en su delirio despilfarrador de poder imaginario, quizá se crea inmortal, puro espíritu, infinitamente superior a todos los demás.

Con gente así nunca podremos disminuir la injusticia distributiva.

(Este es el Artículo Nº 2.143)