lunes, 9 de junio de 2014

«¡Dígame ‘Doctor’, por favor!»



 
La medicina logra los mayores éxitos terapéuticos entre quienes le asignan poderes mágicos, similares a los que los pueblos primitivos le asignan a los brujos.

El brujo de la tribu existe por tres razones: a) Porque son necesarias las brujerías, es decir, la búsqueda de soluciones mágicas; b) Porque todos en la tribu están convencido de que esa persona tiene poderes especiales y necesitan instituirlo como brujo; y c) Porque el propio brujo se lo cree.

Aunque estoy tratando de explicar el asunto aislando sus componentes en tres ítems, el fenómeno es uno solo: la mayoría de los humanos creen en la existencia de fenómenos mágicos.

Aunque observamos a los indígenas con cierto desdén, solo hemos cambiado algunas apariencias. Nuestra mente sigue creyendo en la magia, ya sea confiando en la existencia de Dios, o cruzando los dedos para que algo ocurra, o usando cierta camisa para salvar un examen.

Los mayores depósitos de magia contemporánea los encontramos, en primer lugar, en las iglesias, templos, religiones. Le sigue en importancia la medicina, que ha mejorado mucho la química de las pócimas curativas, pero que sigue dependiendo del poder de la sugestión, de los placebos, de la esperanza y del poder superior del brujo con túnica blanca.

Un médico sana, especialmente, a personas que creen devotamente en él y su magia. Quizá también sane a algunas otras, pero su público está compuesto, principalmente, por quienes lo admiran, lo adulan, le hacen regalos, lo esperan interminables horas sin criticarle la impuntualidad.

Es insólito que individuos cultos corran a pedir supervisión médica por un embarazo o para realizar chequeos de rutina.

En suma: Aquella tribu primitiva, a la que miramos con desdén, merece el mayor respeto por consideración a nosotros mismos.

(Este es el Artículo Nº 2.199)

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