viernes, 7 de octubre de 2011

Dios es [hacer el] amor

«Dios» es un vocablo que sustituye (eufemismo) al vocablo «amor» porque este está asociado a la reprimida sexualidad.

Supongo que los ateos estamos muy preocupados por Dios precisamente porque una mayoría de personas inteligentes creen en su existencia y, más aún, actúan tomándolo como un dato de la realidad.

En mi caso me preocuparía estar cometiendo un error o una omisión demasiado grande. Si bien todos podemos equivocarnos, hay errores más injustificados que otros.

No creer en lo que cree la mayoría es algo que llama la atención y digno de ser sometido a observación, meditación, análisis.

Quiero referirme a una expresión muy difundida (especialmente por una iglesia que lo incluye en su denominación): «Dios es amor».

Uno de los significados de esta frase nos permite suponer que el vocablo «Dios» es un eufemismo del vocablo «amor», así como «desvío de recursos» es un eufemismo de «evasión fiscal», o «persona grande» es un eufemismo de «anciano», o «infractor» es un eufemismo de «delincuente».

La Real Academia, define «eufemismo» como:

«Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante».

¿Por qué la palabra «amor» necesita ser «suavizada» con un eufemismo como es Dios?

Según mis creencias (a esta altura casi religiosas), lo único importante (2) para cualquier ser vivo es sobrevivir y preservar la conservación de la especie.

En la nuestra, «hacer el amor» es fornicar, acción que, de no ser por la inseminación artificial, es imprescindible para conservar la especie.

Los humanos no queremos decir que «fornicamos», quizá para diferenciarnos del resto de los animales.

En suma: La palabra «amor» sugiere sexo, fornicar, coito, acciones que nos prometen esa inmortalidad (3) tan anhelada, como también la promete Dios.

Dios es amor, sexo, fecundación, embarazo, conservación de la especie, inmortalidad.

(1) Prohibido tocar

(2) Blog referido a Nuestra única misión

(3) El espíritu en realidad es la sexualidad

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Las soluciones para la delincuencia son primitivas

La represión violenta, el encierro y otras mortificaciones de los delincuentes, se inspiran en creencias primitivas, indígenas, religiosas, supersticiosas.

En otro artículo (1) digo textualmente:

«El negocio (se refiere al robo y venta de objetos robados) funciona desde que el mundo es mundo porque hay una asociación implícita entre ladrones y compradores de objetos robados, esto es, personas que compran objetos diez veces más baratos que su valor de mercado, sin preguntarse por qué esa diferencia y sin preocuparse por ser cómplices.»

Los delitos contra la propiedad excitan fuertemente nuestros sentimientos morales y esta agitación emocional es el peor estado intelectual para razonar serenamente.

No podemos pensar con ecuanimidad si estamos perturbados por diagnósticos firmes del tipo «los delincuentes deben ser castigados», «los culpables de la inseguridad ciudadana son...», «queremos erradicar definitivamente este tipo de hechos ...».

Desde mi punto de vista la delincuencia es un fenómeno tan natural como la lluvia, el viento, los terremotos.

Todos provocan grandes pérdidas y son parte del costo de estar vivos. Tenemos que protegernos de las inundaciones, de los sismos, de los derrumbes, de las acciones de otros humanos, de los virus, de los desarreglos orgánicos que ponen en riesgo nuestra calidad de vida.

Estos y una larga lista, son «costos de existencia», que deben ser evitados para que no ocurran o compensados si ya ocurrieron.

Los criterios morales, éticos y religiosos aportan una suerte de alivio imaginario, pues creemos que el fenómeno natural del robo se compensará ampliando la capacidad de las cárceles o suponiendo que los victimarios algún día serán juzgados por Dios.

En suma: nos aliviamos imaginando, soñando, ilusionándonos, como hacen quienes matan al mejor chivo (expiatorio) para aplacar la ira de un dios que los castiga con fenómenos naturales adversos.

Nuestra modernidad conserva ideas, creencias y soluciones primitivas.

(1) La compra-venta de objetos robados


Blog vinculado: Vivir duele

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Los humanos creemos saber más que la naturaleza

El pensamiento delirante que caracteriza inclusive a personas muy prestigiosas de nuestra especie, es el que nos hace pensar que los humanos deberíamos participar en un reparto más equitativo de riquezas naturales y económicas.

Dicen que el cosmos es más antiguo que el ser humano y yo lo creo.

También dicen que la naturaleza contiene al ser humano, que el ser humano no contiene a la naturaleza y yo lo creo.

Nuestro cerebro puede comprender y hasta aceptar que la naturaleza es más antigua y más grande que nuestra especie, pero nuestro cerebro también puede hacer otro recorrido para terminar concluyendo que todo los hizo Dios y que Dios nos tiene a los humanos como sus creaturas preferidas.

Esta última idea es la que nos permite suponer que si no somos los más antiguos ni los más grandes, al menos somos los más importantes.

Razonando de esta forma, personas muy respetables por su sabiduría, linaje y honorabilidad, realmente nos hacen dudar sobre quiénes somos (los humanos) en realidad.

Si pudiéramos apegarnos a una percepción fríamente objetiva, tendríamos que aceptar que no existe ningún ser superior y que Dios es una figura mitológica que nos alegra la existencia.

Alejados de este ser superior, terminamos pensando que todos los seres vivos nacen con diferencias vitales (fortaleza, longevidad, inteligencia) y por lo tanto el reparto injusto de la riqueza tiene un origen anterior, esto es, el reparto injusto de condiciones biológicas (cuerpo más o menos perfecto).

Las molestias provocadas por la distribución de la riqueza material surgen porque los humanos pretendemos perfeccionar nada menos que la naturaleza que nos incluye, nos contiene y nos determina.

En suma: Es nuestra desproporcionada arrogancia la que nos hace pensar que deberíamos recibir de la naturaleza y de la sociedad, similares cantidades de recursos.

Artículo vinculado:

Lo que la naturaleza no da, nadie lo presta

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Dios es un seguro costoso

Nuestra inteligencia disminuye su rendimiento inventando creencias muy tranquilizadoras pero generadoras de desvalorización, miedos, subordinación.

Todos creemos ser realistas aunque quizá este sea un logro inaccesible para nuestra pequeña inteligencia.

Si necesitamos dinero para solventar los gastos personales y familiares, exprimimos nuestro cerebro tratando de entender cómo funciona el mercado para poder participar en él y llevarnos lo que necesitamos, entregando lo que nos pidan.

En realidad no sabemos si es pequeña o grande al compararla con una inteligencia ideal, imaginaria, soñada, añorada, perfecta, infalible, certera, veloz.

Si esa inteligencia maravillosa no fuera nuestro modelo, nuestro talento estaría relativizado con menos exigencias y podríamos comenzar a considerar que no estamos tan mal, que no será portentosa, espectacular, prodigiosa, pero al menos nos alcanza para aprender nuevas destrezas, recordar algunos datos, investigar por cuenta propia, sacar conclusiones que luego pueden corroborarse en la práctica y que si con un uso humanamente inteligente de nuestra inteligencia en el año 2000 nuestro patrimonio era de 100 y en el año 2010 fue de 120, entonces tan mal no está funcionando.

Es que la propia inteligencia inventa ideas que la sabotean, le quitan rendimiento, la enlentecen.

Cuando nuestra inteligencia nos induce a creer en Dios para sentirse protegida por un padre todopoderoso, simultáneamente nos convierte en hijos eternos, subalternos, temerosos de correr riesgos que no podrían estar cubiertos por ese gran personaje asegurador cuya póliza está colmada de condicionamientos (exigencias, precauciones, amenazas, leyes, críticas).

Quizá lo peor de este sabotaje de nuestra inteligencia está en que si nunca vamos a poder superar a nuestro padre celestial o terrenal, quedamos confinados a un límite autoimpuesto, pues recordemos que fue nuestra inteligencia la que diseñó y creó ese personaje que nos protege pero que también nos desvaloriza porque es ideal (perfecto, infalible, omnipotente, irreal, imposible).

Artículo vinculado:

Un costoso seguro de vida

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Monogamia y monoteísmo

El dinero representa una fuente de poder tan grande que puede compararse con un dios omnipotente. Para muchos, aceptar el dinero implica transgredir el monoteísmo predominante en nuestra cultura.

El dinero es la mercancía de mayor versatilidad pero a su vez es la que carece de toda utilidad directa.

El oro, las pieles, los alimentos, también son mercaderías pero si bien no son tan canjeables (permutables) como el dinero, al menos sirven para hacer joyas, abrigarse o alimentarse respectivamente.

Entregando dinero siempre podemos obtener oro, pieles y alimentos, sin embargo no siempre que entreguemos algunas de estas mercaderías podremos obtener dinero u otras que necesitemos oportunamente (combustible, cuidados médicos, vivienda).

Observado desde estas consideraciones (su canjeabilidad), el dinero posee poder total, es omnipotente.

Es por esto que, para quienes poseen una psiquis dispuesta a las creencias religiosas (la mayoría de la población mundial), el dinero tiene características suficientes para ser considerado un dios.

Acá aparece un conflicto: Quienes creen en la existencia de Dios, piensan que existe uno sólo.

Vivimos en una cultura MONOteísta (1). Esa mayoría de seres humanos que creen en la existencia de Dios, consideran que este es uno sólo y que además está terminantemente prohibido rendirle culto a algún otro.

En el mencionado artículo (1) aludía a que nuestra cultura también exige la MONOgamia y eso nos permite inferir (deducir) que creer en la existencia de por lo menos un segundo dios, implicaría una transgresión (infidelidad) a la norma monoteísta y por asociación también una transgresión (infidelidad) a la monogamia.

La suposición inconsciente de que el dinero es un dios dada su omnipotencia, podría explicar por qué se lo desea, luchamos por ganarlo, pero simultáneamente sentimos pudor, recato, y otras resistencias a su uso explícito, llano, sincero, como si se tratara de una relación amorosa clandestina.

(1) Pensamiento monopólico y violencia

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La ventaja de imaginarse culpable

Hasta los sentimientos de culpa más injustificados tienen la ventaja de aportarle a su víctima la insuperable sensación de ser protagonista de méritos igualmente injustificados.

La diferencia más importante que existe entre un psicólogo y un no psicólogo está en que el profesional no cree que el consultante sea igual que él mientras que el no psicólogo tiende a pensar que los demás se le parecen al punto de diagnosticar proyectando (imaginando, suponiendo) en el otro sus propias características.

De cualquier forma la psicología y todas sus artes científicas afines (psiquiatría, psicoanálisis, conductismo) es una disciplina especialmente incierta. Las hipótesis, teorías y conjeturas que nos aporta exigen que el umbral de tolerancia a la incertidumbre sea alto.

La buena noticia es que podemos entrever una cierta lógica en el comportamiento humano que nos guía para lograr algunas conclusiones que operativamente dan resultado.

Por ejemplo, es posible comprender que seamos incoherentes porque casi todas las opciones que se nos presentan son de tal suerte que si bien la elegida es la mejor, la rechazada también posee algunos rasgos valiosos cuya pérdida lamentaremos... o haremos lo posible para disfrutarlos.

El ejemplo más claro que conozco está en las relaciones monogámicas: Nos unimos a quien más nos gusta pero como las otras opciones (las que tuvimos que des-elegir, abandonar, rechazar) conservan rasgos atractivos, las disfrutaremos practicando la infidelidad.

Un ejemplo menos claro pero muy rentable refiere a los sentimientos de culpa.

Nos mortificamos porque nuestro hijo fracasa y no paramos de buscar dónde nos equivocamos aunque sepamos que él es un adulto diseñado completamente por el azar de la naturaleza y de su suerte personal. Elegimos sentirnos culpables porque de esa forma también podremos sentirnos dioses, habilidosos escultores de un ser humano, únicos «fabricantes» de alguien tan maravilloso (como sus padres).

Artículos vinculados:

Algunas ventajas de la psicología
El autocastigo tranquilizador
Las víctimas del placer

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Celos por temor a una amputación

Los celos son inevitables cuando a quien los provoca lo sentimos como formando parte de nuestro cuerpo imaginario. El temor a que nos abandone es como el temor a padecer una amputación quirúrgica.

Los celos son mejor explicados por el mito (1) según el cual el ser humano en su origen estaba completo pues disponía de los dos sexos (hermafrodita) para reproducirse sin tener que discutir con el cónyuge, pero algo hizo que provocó la ira de un dios tan poderoso como vengativo quién lo dividió en dos, obligándolo desde entonces a tener que conseguirse a alguien del sexo opuesto padeciendo (y este es el castigo) las dificultades conyugales.

Por lo tanto, cuando nuestro cónyuge coquetea con otra persona, sentimos la misma preocupación de alguien a quien un cirujano le dice que debe amputarle una pierna o un brazo, pues esa relación de pareja que mantiene es la única solución que encontró para completarse después de aquel terrible castigo del dios malhumorado.

Los académicos, para no quedarse atrás, también elaboraron un mito al que por razones de status (prestigio, elegancia, ego) le llaman (llamamos) teoría.

Según la teoría psicoanalítica ocurre que cuando nacemos tenemos la sensación de que el universo forma parte de nuestro cuerpo (sensación oceánica, estado de fusión). Cuando el cerebro logra madurar, nos damos cuenta que todos somos individuos separados del entorno (2).

La sensación de formar parte de un todo (fusionados, solidarios, sin individuación) es tan placentera que nos resistimos a separarnos de nuestra familia paterna.

Todo funciona armónicamente hasta que nuestro cuerpo desarrolla deseos sexuales en un ámbito donde rige la prohibición del incesto.

La situación es molesta para un niño pero insoportable para un adolescente.

Porque abandonar la casa paterna es como una amputación, por temor a padecerla de nuevo celamos a nuestro cónyuge.

(1) La violencia doméstica según la mitología

(2) Somos el fiel reflejo de mamá

Artículos vinculados:

Amor sin barreras
«Soy celosa con quien estoy en celo»
El amor fuerte como el aire

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