Son las mujeres las que desean copular con un determinado
hombre para satisfacer la necesidad (el impulso hormonal) de ser madres.
Los pobladores de Estados Unidos, religiosos y
no religiosos, se reúnen el cuarto jueves de noviembre para comer algo y
simplemente agradecer (a Dios o a la Suerte), lo que cada uno considere que es
digno de agradecimiento.
Al día siguiente ocurre, (se produce,
acontece), el «viernes negro». En realidad esta jornada de descuentos en los grandes comercios empieza en la noche del mismo día de Acción de
Gracia.
Millones de personas hacen largas filas
esperando que esos comercios abran sus puertas para ganar cifras tan elevadas
que conviertan los números rojos (pérdidas) de sus contabilidades, en
números negros (ganancias). Este
sería el motivo de la denominación «viernes negro».
Además de los atractivos descuentos en los
precios, debe tenerse en cuenta que ese pueblo acostumbra hacer muchos y
costosos regalos el día de Navidad (25 de diciembre).
Esas largas filas, mujeres incluidas, que
hacen los apasionados compradores esperando durante horas, ocurren a cielo
abierto, con temperaturas bastante bajas.
Ahora cambio radicalmente de tema para
ingresar en algo mucho más importante que esta extraña costumbre (sacrificarse
para comprar regalos).
Es la mujer la que siente el deseo de procrear
(1), mientras que los varones solo sentimos deseos de tener sexo con cualquiera
de ellas que nos acepte, tolere, autorice.
No deja de ser una «extraña costumbre» que nuestras mujeres
tengan que disimular su necesidad y hacer rodeos para alcanzar lo que
finalmente logran: ser fecundadas por un determinado hombre.
Sin esta «extraña
costumbre», (galanterías, cortejo y asedio masculinos), las mujeres harían lo
que hacen un «viernes negro»: directamente invitarían a tener sexo al hombre
preferido aunque tuvieran que esperarlo durante horas a la intemperie,
soportando las inclemencias del clima.
(Este es el
Artículo Nº 1.564)
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