Los beneficios de «saber»
(adquirir conocimientos) son parciales pues debemos enterarnos de que también
tiene contraindicaciones (inconvenientes).
Decimos con mucha convicción que «El saber no ocupa lugar» queriendo
significar que «estudiar no tiene límites», que «no hay impedimentos físicos
para saberlo todo», que «la ignorancia no está objetivamente justificada».
Es tan
fuerte esta convicción que ni se nos ocurre averiguar qué efectos secundarios
indeseables tiene «saber».
Una lejana
mención respetable a esta duda se remonta al Antiguo Testamento (Libro del
Génesis - Biblia) donde, haciendo mención al Jardín del Edén se nos cuenta que
Dios le habría prohibido a Adán y Eva comer los frutos del Árbol del
Conocimiento del Bien y del Mal.
Como los
muy desobedientes comieron esos frutos prohibidos, Dios los expulsó del
Paraíso, no para castigarlos sino por temor a que también comieran del Árbol de
la Vida y esos humanos se convirtieran en dioses.
Otra lejana
mención respetable a las consecuencias indeseables de «saber» podemos hallarla
en el mito de la Caja de Pandora.
Según
cuenta esta leyenda, la mencionada diosa recibió el encargo de trasladar un
ánfora de un lugar a otro, con la expresa recomendación de que la conservara
cerrada. Como ella no pudo controlar su deseo de saber, la abrió y se
esparcieron todas las enfermedades que aún nos afectan.
La
curiosidad es una expresión de angustia.
Queremos
saber por temor a lo desconocido. Buscamos las causas de lo que nos afecta
suponiendo que mientras estas causas sean desconocidas no podremos atacarlas
para destruirlas y terminar con el malestar que nos preocupa, al que suponemos
ser el comienzo de lo que terminará matándonos.
Es el
inevitable temor al dolor y a la muerte lo que estimula nuestra curiosidad y
nos «obliga» a conocer hasta lo que no desearíamos saber.
(Este es el
Artículo Nº 1.555)
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