Nuestro cerebro cree que todo delincuente, no solo perjudica
a su ocasional víctima sino que nos perjudica a todos.
Es probable que el inconsciente de millones de
personas contenga las siguientes ideas:
Parten del supuesto que existe un Dios que,
con un criterio similar al que tiene un padre humano muy severo aunque
protector, está observando nuestras acciones, tan dispuesto a premiarnos por la
buena conducta como a castigarnos despiadadamente por las malas acciones.
Ese Dios tiene un criterio tan severo que
evalúa nuestro comportamiento, no a nivel de individuos sino a nivel del
colectivo que integra cada individuo.
En otras palabras, si un hombre del grupo A
comete una mala acción, Dios no castigará solamente a ese hombre sino que
castigará a todo el grupo A.
La Ley divina dice muy claramente: «Pagarán inocentes por pecadores»,
es decir que las malas acciones nunca son individuales sino que son colectivas.
Quienes
creen en la existencia de un Dios que nos vigila como un padre severo y
dispuesto a castigar al colectivo y no solo al transgresor, deducen que, para
evitarnos la ira de Dios, es necesario que todos y cada uno tengamos derecho a
ser policías y jueces.
Esta
creencia es muy coherente pues cada mal ciudadano, no está perjudicando a la
víctima individual, sino que nos está perjudicando a todos porque nos está
exponiendo a que la justicia divina nos castigue a todos los inocentes.
Aunque
hablé de varios millones que tienen esta creencia como si fuera una verdad
incuestionable, tendría que decir que así pensamos todos los seres humanos,
porque el cerebro en nuestra especie funciona de este modo.
Así se
explica por qué nuestras sociedades han creado instituciones como la policía y
los jueces: para reprimir a quienes nos exponen a ser castigados injustamente
por Dios.
(Este es el
Artículo Nº 1.546)
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