Los pueblos primitivos creían en que los
dioses eran los encargados de la lluvia, del trueno, de los vientos.
Otros estaban encargados de la fertilidad de
la tierra, del ganado y de los mismos seres humanos.
La medicina era algo diferente a la actual, en
tanto los componentes mágicos, la idealización y la superstición eran más
espontáneos, sinceros, ingenuos. Nuestra medicina sigue apoyándose fuertemente
en la sugestión, la idealización y la «aparatología mágica», pero ningún contemporáneo aceptaría que, ante la
enfermedad, nuestro cerebro piensa, siente y razona como hace mil años.
La mayoría
de las personas actuales creen con fervor que los técnicos, expertos y
profesionales, saben.
En algunos
casos, especialmente preocupantes, esas ingenuas personas creen que los
técnicos, expertos y profesionales, no solamente conocen hasta el último
detalle de lo que refiere a su título habilitante (licenciatura, doctorado,
maestría), sino que lo saben todo, es decir, geografía, botánica, política
internacional, arte culinario, ufología (1), etc., etc..
Es bastante
conocido un cuento hindú donde se dice que seis ciegos quisieron saber qué era
un elefante, y no pudieron saberlo porque el que tocó el cuerpo pensó que era
una pared rugosa, el que tocó una pata pensó que un elefante es un árbol, el
que tocó la trompa pensó que un elefante es una víbora, y así siguieron
opinando los ciegos.
Los
profesionales también integran ese prejuicio según el cual ellos mismos sabe de
todo, como pensaron los cieguitos al suponer que un elefante no es más que eso
que palparon (piel, pata, trompa).
Los políticos
son las personas más idóneas para tomar resoluciones generales porque, si bien
no saben nada de nada, al «elefante» (la realidad) lo ven completo.
(Este es el
Artículo Nº 1.613)
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