En algunas personas la leyenda del Ratón Pérez estimula el empobrecimiento y en otras estimula el enriquecimiento.
Cuando en 1894 el rey de España, Alfonso XIII de Borbón, cumplió 8
años, tuvo el honor de conocer la versión hispana de la leyenda del Ratón
Pérez.
Efectivamente, el rey perdió su primer diente
a esa edad y para festejar el gran acontecimiento (las monarquías son así:
tienen prioridades insólitas para cualquier republicano), un sacerdote, (Luis
Coloma), recicló una historia que según parece es universal y probablemente
milenaria.
Solo como señal
de ajuste de nuestras respectivas memorias, esa leyenda cuenta que un
ratoncito deja algunas monedas a los niños que guardan sus dientes provisorios
(1) debajo de la almohada, a medida que van siendo remplazados por los
definitivos.
Cuando los padres tienen la mala suerte de ser
descubiertos en plena faena, suelen decir que “al Ratoncito Pérez se le cayó la
moneda cuando la estaban llevando para sustituir al dientito”.
Como nada es porque sí, ¿qué significará esta
leyenda?
La tradición folclórica
psicoanalítica me inspira una ocurrencia, tan desventurada como cualquier otra.
La pérdida de una herramienta
tan necesaria para la alimentación no es algo que el niño haga voluntariamente.
Más aún: cuando comienzan a aflojársele los primeros dientes, se angustia y
cuando se le caen, tanto la pérdida en sí como el ocasional sangrado, resultan
muy perturbadores.
Es entonces que el ingenio
popular ha pensado en pagarle, indemnizarlo, consolarlo con dinero. En el mundo
mágico de los pequeños, actuamos para que él crea que «no hay mal que por
bien no venga», o que «Dios proveerá», o que «perder trae suerte».
En la adultez, algunos tratarán de perder solo para ser premiados por un
mágico Ratón Pérez y otros apostarán fuerte solo si cuentan con dientes suficientes como para seguir
comiendo.
(1) A la dentición provisoria también se la conoce como dentición decidua, dentición de leche, dentición infantil o dentición
primaria.
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