martes, 1 de enero de 2013

La historia se repite



   
No sé si es tan cierto que «la historia se repite» o más bien los escritores escriben viejas historias reformándolas apenas.

Mariana fue mi primer amor. En los recreos no jugaba con mis amigos con tal de mirarla. Me parece que alguna vez, confundido, hasta llegué a rezarle.

Tenía muchas amigas y un solo amigo... que no era yo, por supuesto.

La vida nos separó cuando mis padres se mudaron a otra ciudad.

Años después, me recibí de psicólogo, anduve en España haciendo cursos de especialización porque era mi creencia que un consultorio psicológico debía estar decorado por muchos títulos, certificados, diplomas, constancias y demás adornos.

Cuando volví a mi querida América Latina, los «papelitos» dieron resultado pues mi gusto por llamar la atención con falsos oropeles da resultado en casi todos lados.

La suerte me llevó a participar en programas de televisión y de radio con gran audiencia. Eso hizo que con muy poca experiencia clínica me convirtiera en el supervisor de varios colegas, seguramente encandilados por lo que creyeron cuando exageré mis méritos con singular descaro.

Ejerciendo esta función recibí a una colega, con más experiencia real que yo, pero con perfil notoriamente humilde, que trajo a la consulta un caso interesante.

Su paciente estaba angustiada por sentimientos de culpa muy realistas.

Ella tenía dos amantes que amaba por igual hasta que uno de ellos comenzó a practicarle rudos procedimientos que le marcaban la piel. Aunque lo toleró ligeramente complacida por el desenfreno pasional del «agresor», comenzó a preocuparse por las evidencias que podrían ser vistas por el otro amante.

Así ocurrió efectivamente, pero para su sorpresa, en vez de una escena de celos notó que los estigmas resultaron ser sexualmente excitantes, induciéndolo a provocar otras marcas aún más dolorosas y visibles.

La colega consultante interpretó que la paciente se había convertido en la pizarra donde dos hombres se enviaban mensajes.

La paciente comenzó a preocuparse por la escalada de violencia desatada contra su cuerpo, especialmente porque sentía que disfrutaba auto-destructivamente, cada vez más.

En sendas conversaciones con los amantes, la mujer se enteró de que eran hermanos. Para defender su integridad física procuró desplazar las prácticas sado-masoquistas al plano simbólico y logró que los hermanos supieran que estaban enamorados de la misma mujer y que los mensajes ahora dejarían de ser anónimos.

Los intensos remordimientos eran provocados porque ella confesó que prefería al hermano menor, ante lo cual el otro lo mató.

Para impresionar a mi colega, dije:

— Tal parece que su paciente hizo lo mismo que Dios cuando, al demostrar más interés por Abel, logró que Caín lo matara.

No pudo disimular lo impactante de mi interpretación. Seguramente mi fama crecería por sus comentarios entre los demás colegas.

Al irse, puso una cara inexplicable y mirándome a los ojos, me dijo:

— Supervisé este caso con usted porque la paciente es su angelical Mariana.

(Este es el Artículo Nº 1.779)

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