jueves, 5 de julio de 2012

La vida cómoda nos hace indolentes



La prohibición del incesto es una molestia que nos autoimponemos para estimular nuestra productividad.

Tratemos de entender algo que todos padecemos pero que nunca nos explicaron por qué tenemos que padecerlo.

Todos nuestros compañeros mamíferos carecen de esta restricción tan penosa. A una oveja, a una yegua, a una vaca no se le ocurre averiguar los posibles vínculos familiares que tiene con el futuro padre de sus hijos.

Todos los seres vivos se reproducen sin ninguna prohibición del incesto. Lo único que se nos ha ocurrido es decir que los humanos somos diferentes, superiores al resto, y que si mezclamos nuestras «maravillosas» sangres familiares, seremos castigados por un ser también «maravilloso» (Dios), con una prole defectuosa, enferma, monstruosa.

Toda una historia «maravillosamente» disparatada.

Pero alguna razón debe existir para que, desde tiempos inmemoriales, una mayoría de humanos rehúse reproducirse con familiares (padres, hermanos, tíos).

Una hipótesis en la que podríamos apoyarnos transitoriamente, hasta que surja otra mejor, es que los humanos somos la especie más imperfecta, además de ser la más vulnerable porque nacemos varios meses antes de estar suficientemente aptos para valernos por nosotros mismos.

Somos la más imperfecta porque no tenemos «control de ambición instalado». Si bien comemos hasta saciarnos, dormimos hasta que recuperamos nuestras fuerzas y trabajamos hasta que nos jubilamos, no estamos conformes con nuestro rendimiento y con el rendimiento de los demás integrantes de la sociedad.

Efectivamente, los humanos nos presionamos mutuamente para que trabajemos más, ahorremos más, paguemos más impuestos, toleremos mejor los errores de los gobernantes, demos nuestras vidas defendiendo la patria (léase: defendiendo los intereses de los «dueños» de la patria).

La prohibición del incesto fue creada para estimularnos obstaculizando nuestra «única misión»: reproducirnos (1).

En suma: Obstaculizamos nuestra sexualidad porque si fuera más fácil (endogámica), seríamos aún más indolentes, perezosos, improductivos.

 
(Este es el Artículo Nº 1.595)

Los profesionales solo conocen una parte



Una mayoría cree que los profesionales deberían tomar las decisiones políticas, sin recordar que los profesionales solo conocen partes aisladas de la realidad.

Los pueblos primitivos creían en que los dioses eran los encargados de la lluvia, del trueno, de los vientos.

Otros estaban encargados de la fertilidad de la tierra, del ganado y de los mismos seres humanos.

La medicina era algo diferente a la actual, en tanto los componentes mágicos, la idealización y la superstición eran más espontáneos, sinceros, ingenuos. Nuestra medicina sigue apoyándose fuertemente en la sugestión, la idealización y la «aparatología mágica», pero ningún contemporáneo aceptaría que, ante la enfermedad, nuestro cerebro piensa, siente y razona como hace mil años.

La mayoría de las personas actuales creen con fervor que los técnicos, expertos y profesionales, saben.

En algunos casos, especialmente preocupantes, esas ingenuas personas creen que los técnicos, expertos y profesionales, no solamente conocen hasta el último detalle de lo que refiere a su título habilitante (licenciatura, doctorado, maestría), sino que lo saben todo, es decir, geografía, botánica, política internacional, arte culinario, ufología (1), etc., etc..

Es bastante conocido un cuento hindú donde se dice que seis ciegos quisieron saber qué era un elefante, y no pudieron saberlo porque el que tocó el cuerpo pensó que era una pared rugosa, el que tocó una pata pensó que un elefante es un árbol, el que tocó la trompa pensó que un elefante es una víbora, y así siguieron opinando los ciegos.

Los profesionales también integran ese prejuicio según el cual ellos mismos sabe de todo, como pensaron los cieguitos al suponer que un elefante no es más que eso que palparon (piel, pata, trompa).

Los políticos son las personas más idóneas para tomar resoluciones generales porque, si bien no saben nada de nada, al «elefante» (la realidad) lo ven completo.

 
(Este es el Artículo Nº 1.613)

La ideología corporal



La ideología que aceptamos, defendemos y hasta predicamos, está determinada por nuestra constitución anátomo-fisiológica.

Por culpa de un químico alemán llamado Friedrich Wöhler (1800 - 1882) (1), murió una bella hipótesis y con ella quedaron heridas de gravedad otras bellas hipótesis que aún siguen viviendo en la mente de muchos idealistas.

Lo cierto es que antes de este señor se creía en la existencia de la fuerza vital, diferente a la energía mecánica que conocemos desde siempre porque es fácil de percibir (calor, desplazamiento, atracción, entre otras).

Esa energía es sobrenatural, mística, superior, inaccesible a la rudeza tosca de nuestro intelecto.

Antes del impiadoso alemán (imagen), se creía que solo un riñón, creado por Dios, era capaz, utilizando la fuerza vital, de sintetizar la urea , ... hasta que este químico alemán también pudo sintetizarla en un laboratorio y toda la ideología vitalista y voluntarista (2) se hizo pedazos, ... excepto para quienes guardan una prudente ignorancia sobre este desafortunado acontecimiento.

¿Por qué destilo veneno (ironía) cuando me refiero a quienes creen historias indemostrables, ilógicas, irracionales, primitivas, mágicas, religiosas?

Supongo que para mí y para todos los que tenemos esta misma forma de reaccionar ante el misticismo, constituye una verdadera piedra en el zapato tener que convivir con personas cuyo discurso está tan despegado de la realidad objetiva.

Esto que nos ocurre a quienes así reaccionamos podría explicarse si decimos que nuestros cuerpos reaccionan mal ante esos estímulos, quizá nos provocan una especie de alergia, irritación, inflamación.

La anátomo-fisiología de los materialistas funciona bien en contacto con ideas razonables, hipótesis coherentes, respeto por las percepciones sensoriales y funciona mal cuando toma contacto con ideas mágicas, indemostrables, ocultas, imaginarias, esotéricas.

Por otra parte, esta forma de pensar que nos perjudica a los materialistas es la beneficia a quienes creen en Dios.

   
(Este es el Artículo Nº 1.606)

El repudio a los judíos y al dinero



Por ser acusados de matar a nuestro Gran Salvador (Cristo), los cristianos odian a los judíos y a su condición de hábiles usuarios del dinero.

Aunque la ciencia afirmara que el libre albedrío no existe, que estamos determinados por nuestra condición humana, por los fenómenos naturales que nos trascienden y que no somos responsables absolutamente de nada que hagamos, habría un amplio sector de la humanidad que no podría aceptarlo porque se perdería algo más valioso aunque totalmente imaginario: la historia de Cristo y del cristianismo.

Si creemos en el determinismo tenemos que renunciar a vanagloriarnos de cualquier tipo de mérito, porque si no hay culpa por falta de responsabilidad tampoco hay protagonismo en cualquier fenómeno que nos involucre.

La historia de Jesús Cristo dejaría de existir.

Suponiendo que los hechos históricos fueran más o menos reales (lo cual es difícil de aceptar porque la «Divina Concepción» es insólita, increíble para mayores de nueve años), con el determinismo tendríamos que reconocer que el famoso Mártir no hizo ni dijo nada por su propia decisión sino que una interminable concatenación de hechos ocurridos en un determinado contexto universal, dio por resultado que esa persona hiciera y dijera todo lo que nos cuentan los apóstoles.

Si quienes viven tan cómodamente perteneciendo a la gran familia cristiana creyeran en el determinismo, tendrían que aceptar que, si fue cierto que los judíos condenaron injustamente a quien había nacido para inmolarse y así defendernos de la furia de su padre (Dios), entonces los judíos no habrían sido injustos ni merecerían el discreto repudio que todo buen cristiano debe profesar hacia los homicidas del Gran Salvador.

Con el determinismo y sin argumentos para odiar a los judíos, tampoco tendríamos que rechazar las tareas que ellos hacen mejor: prestar dinero con interés, comerciar, producir, evitar la pobreza.

(Este es el Artículo Nº 1.576)