domingo, 5 de mayo de 2013

La creencia en Dios sin poder dudar



 
La creencia en Dios, firme y sin dudas, puede convertir al creyente en un proyectil humano descontrolado que embiste ciegamente.

Vivo en Montevideo, capital de Uruguay. Por eso vivo enfrente a una de las ciudades más grandes del mundo: Buenos Aires, capital de Argentina.

El resto de Latinoamérica no lo sabe, pero mis vecinos son un enorme teatro, tan grande que a su vez adentro tienen otros teatros.

Solo ellos y nosotros nos damos cuenta de la sutil diferencia que tenemos en el habla. El resto de la humanidad no sabría distinguir quién es porteño (nativo de Buenos Aires) o uruguayo.

Anoche (abril de 2013) escuché por televisión las declaraciones de una abogada, política y, por supuesto también actriz no diagnosticada, porteña, llamada Elisa María Avelina Carrió, cuya abreviatura según quienes la aman o le temen es Lilita.

Son muchos quienes le temen porque se ha especializado en hacer denuncias de corrupción, sin embargo, y este es el único motivo por el que la menciono, según ella dijo en dicha entrevista, «Yo solo le temo a Dios porque a ningún ser humano hay que tenerle miedo».

Dada su condición actoral no puedo saber si ella se refirió a Dios metafóricamente o literalmente, pero debería suponer esto último porque el Estado argentino tiene una religión oficial (la católica).

Aunque siempre hablo en contra de quienes tienen esta creencia, esta vez debo hacer un comentario ligeramente diferente.

Cuando analizamos los diferentes integrantes de nuestro colectivo, nos encontramos con las personas que no dudan, que están convencidas y que actúan en consecuencia.

Más concretamente: si alguien (Carrió) cree en la existencia de un poder superior y niega la posibilidad de que otros semejantes a ella podrían ponerla en peligro, se convierte en un proyectil humano, en alguien que embiste ciegamente, gracias a Dios.

(Este es el Artículo Nº 1.864)

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