lunes, 28 de febrero de 2011

El dolor vital

Nuestro instinto de conservación, la cultura y las religiones se ponen de acuerdo para restringir nuestra libertad y goce.

El instinto de conservación nos dice a todos los seres vivos: «No pongas en peligro tu vida»; «no tomes riesgos excesivos»; «cuídate».

La cultura nos dice: «No des rienda suelta a tus deseos»; «si intentas satisfacer todos tus apetitos, te castigaremos»; «tienes que reprimir tus impulsos egoístas».

Las religiones aumentan la apuesta cultural y agregan más restricciones, incorporando un personaje fantástico (dios) que, en la mayoría de ellas, tiene todos los poderes imaginables y anhelables por los portadores de esas fantasías, más la autorización suprema de aplicar todos los castigos y pruebas de resistencia imaginables y anhelables por los portadores de esas fantasías.

La sensación subjetiva que nos queda es que la vida está sometida a muchas más prohibiciones que habilitaciones, porque el instinto de conservación, la cultura y las religiones suman sus esfuerzos para quitarnos libertad, derechos, posibilidades.

Parto de la base de que esto es imprescindible para que todo funcione.

Parece ser que para que el fenómeno vida no se detenga, tiene que vencer múltiples resistencias.

En otras palabras —y como he mencionado en otros artículos (1)—, el fenómeno vida depende de la oposición que permanentemente tiene que vencer cada ser vivo, comenzando por la mismísima Ley de gravedad que nos aprieta contra el planeta hasta los deseos de muerte que anidan en nuestro inconsciente.

Y esa oposición, resistencia y obstáculos, tienen en común el dolor, físico y psíquico.

El cansancio y la angustia son los estímulos que el fenómeno vida requiere para no detenerse.

Cuando algo impide que las continuas y bienvenidas agresiones funcionen como estímulos vitalizantes, estamos a pocos minutos de la muerte pues nuestro cuerpo ya no puede sostener el fenómeno vida.

(1) Ver la fundamentación en el blog titulado Vivir duele

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