lunes, 28 de febrero de 2011

We love Fidel Castro

El líder cubano es estratégicamente, pro yanqui.

No me siento innoble cuando señalo algunas características negativas de las religiones, porque estoy seguro de que mi esfuerzo no hace más que tonificarlas.

Hace décadas que valoro los obstáculos, las resistencias o la oposición en tanto son factores de fortalecimiento a pesar de que el obtuso sentido común vocifere lo contrario.

Por ejemplo, sin la fuerza de gravedad, los árboles no crecerían, las aves no volarían ni podríamos vivir sobre la tierra.

Esa constante atracción hacia el centro del planeta nos consume enormes cantidades de energía … que necesitamos gastar para vivir.

Los líderes políticos lo saben: cuando quieren unir a los ciudadanos para apoyar sus emprendimientos más arriesgados, inventan enemigos, ataques, peligros, al mismo tiempo que se erigen como defensores infalibles, siempre y cuando ese colectivo —imaginariamente en peligro—, colabore con ellos en todo lo que sea necesario. Inmolándose, si fuera preciso.

Por lo tanto, mi duda sobre la existencia de Dios reafirma a los creyentes.

Si existe algo para lamentar en mi propuesta atea y antirreligiosa, es que no sea más contundente, para colaborar mejor.

En este caso, el tema religioso no es más que un prolegómeno a un asunto del que nunca he oído hablar.

Me refiero al larguísimo conflicto entre Estados Unidos y Cuba.

No podría asegurar que Fidel Castro haya firmado acuerdos con todos y cada uno de los gobernantes que pasaron por la Casa Blanca desde que la Revolución Cubana llegó al poder, pero es posible suponer que la enemistad es tan solo aparente porque ambos se benefician de que sus respectivos pueblos lo crean real.

El pueblo norteamericano paga muchos impuestos para mantener un ejército que lo salve del comunismo y los cubanos pasan mil penurias para que la gloriosa Revolución no fracase.

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