jueves, 14 de julio de 2011

El anonimato y los seudónimos en Internet

El ocultamiento de la identidad en Internet está provocado (o al menos favorecido) por la creencia en Dios. El Anónimo goza sintiendo que muestra su creación ocultándose... igual que Él.

La intercomunicación que tenemos los humanos ha llegado al máximo histórico. Internet y la telefonía celular nos permiten tener muchos contactos con muchas personas.

Lacan decía que «la relación sexual no existe», tratando de llamar la atención, tratando de hacernos una broma y tratando de hacernos dudar sobre si tantos diálogos, miradas y fornicaciones eran o no una comunicación verdadera.

Y sobre este punto es interesante observar que no existen pruebas concluyentes sobre la confiabilidad de nuestras percepciones.

El fenómeno religioso me llama poderosamente la atención sobre todo porque no logro entender cómo funciona la fe.

Para mí se presenta como una convicción autista, una idea que los creyentes traen de fábrica y que los obliga a suponer que existe un dios con todas las particularidades que desearían tener para sí.

En otras palabra, siento que la fe es una ilusión que permite imaginar que existe alguien invisible, silencioso, imperceptible, que tiene lo que a todos nos falta y que desearíamos tener: omnipotencia, inmortalidad, el amor o miedo de todos los humanos y que todo lo sabe.

Es en este contexto que puedo asociar esa fe con el abundante uso del anonimato en las comunicaciones de Internet.

Si bien es casi obvio que aquel que no se identifica lo hace por miedo a las represalias o a que alguien trate de raptarlo para disfrutar el infinito glamur que trasmiten sus disortográficos aportes, también el anónimo supone que se oculta como lo hace Dios.

En suma: Quien usa seudónimos y anónimo sueña con que es Dios porque se oculta igual que Él y está por todos lados igual que Él.

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1 comentario:

Michel dijo...

Amigo mío, no creo que el uso de un alias, o pseudónimo tenga mucho que ver con creerse ese, o esos dioses, que dicen que andan por ahí. Es más simple, pura humanidad. Yo me creo yo, y al ser yo mi único señor, me llamo como quiero. El nombre civil, oficial, o del registro, es un simple número entre millones parecidos; mi alias es creación mía y, aunque haya millones iguales, el mío, con lo que escribo, es solamente mío.