Aunque la existencia de Dios y del inconsciente nos inducen a creer en el determinismo, es ventajoso creer en el libre albedrío.
No me canso de decir que Dios no existe y que la religiosidad es un gran mecanismo de defensa para poder interpretar la realidad de un modo más liviano, tolerable y esperanzador, pero resulta que soy psicoanalista y mirándolo bien, no sé si existen muchas diferencias entre las religiones y el psicoanálisis.
Dejando de lado a los psicoanalistas doctrinarios que se dedican a leer minuciosamente las «sagradas escrituras» (obras de Freud, Klein, Lacan) y que hacen hincapié en el pensamiento de esos personajes dejando para algún futuro incierto la comprensión de sí mismos y de los pacientes reales que nos consultan, dejando de lado a esos psicoanalistas, repito, los demás estamos tratando de entender qué ocurre con la existencia del inconsciente y sus consecuencias.
Imaginamos que existe un inconsciente así como otros imaginan que existe Dios.
Ya en esto tenemos un punto de encuentro muy importante. Religiosos y psicoanalistas partimos de suposiciones indemostradas y me atrevería a decir, indemostrables.
Ambos grupos de personas (religiosos y/o psicoanalistas), suponemos que estamos determinados por alguien o algo (Dios o inconsciente, respectivamente).
Si son los designios de Dios o del inconsciente lo que nos gobierna como si fuéramos sofisticadas marionetas, ¿por qué tantas personas (la abrumadora mayoría) creen en el libre albedrío?
Intento una explicación:
Como cada teoría está hecha a gusto de los teóricos, la teoría del libre albedrío nos aporta los siguientes beneficios:
— Podemos encontrar responsables para aplacar nuestra irresistible sed de venganza (juzgar, condenar y castigar);
— Cuando los «culpables» somos nosotros, podemos encontrar infinitos justificativos y atenuantes;
— Si de méritos se trata, podemos exhibir hasta el cansancio, nuestra habilidad, inteligencia, grandeza, valentía, que justifican el amor que reclamamos.
(Este es el Artículo Nº 132)
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