lunes, 5 de septiembre de 2011

La ambivalencia de la figura materna

La salud y la enfermedad, la alegría y la tristeza, la buena y la mala suerte, solemos asociarlas a nuestra figura materna pues ella está en la génesis de casi todo nuestro ser.

Cualquier persona que tenga estudios, seguramente cree que averiguando los porqués de la existencia habrá de calmarse.

Si nos dejamos llevar por los delirios del psicoanálisis, hasta podemos encontrar oculto algo maravilloso que nos permita suponer que las personas religiosas hacen lo mismo que los estudiosos pues intentan aliviar la angustia existencial mediante ES TU DIOS.

Hasta podríamos afirmar que el estado natural del ser humano tiene tres elementos infaltables: incertidumbre + angustia + teorías que eliminen la incertidumbre y la angustia.

Las teorías son casi tantas como ejemplares de la especie y por este sólo motivo todas son aceptables sin olvidar que algunas son más populares que otras porque coincidentemente, son aceptadas por más personas.

Nuestra madre es un personaje clave en nuestra psiquis.

—los sentimientos que nos inspira son muy fuertes y
—por eso es casi inevitable que den lugar a grandes emociones,
—muchas de ellas contradictorias...
—porque la realidad es ambivalente ante nuestros ojos
—porque nuestro cerebro necesita clasificar las sensaciones en buenas y malas
—en tanto las percibimos como agradables o desagradables.

Todo esto nos lleva a pensar-sentir que mamá es una diosa diabólica, bruja bondadosa, homicida salvadora.

Este personaje indiscutiblemente protagónico de la novela que todos imaginamos que es nuestra existencia (muchos llegan a decir «con mi vida podría escribir un libro!!»), es la que nos alimentó con su cuerpo.

Porque la queremos y le tememos, tantas veces pensamos que la causa de un malestar es por «algo que comimos» y por el mismo motivo, la mayoría de los remedios que utilizamos para curarnos se aplican por vía oral (se comen).

Artículos vinculados:

El amor solo vale cuando es libre
Celamos a quien representa a nuestra madre
Defecar a cambio de comida

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Miradas hacia arriba

El amor a Dios le resta inevitablemente amor a nuestros semejantes con quienes realmente podemos asociarnos para producir y ayudarnos mutuamente.

Las miradas y el dinero se parecen (1) porque son necesarios para vivir.

Cuando me refiero a miradas me refiero a que ellas son una señal de aprobación del otro, del que miramos, del semejante que nos gusta, atrae, necesitamos tenerlo en nuestro grupo (colectivo, sociedad, compañía).

La necesidad de contar con un instinto de conservación asociado a un instinto gregario se manifiesta porque casi todo lo que obtenemos para vivir proviene de algún intercambio con los demás.

Las economías autosuficientes (agricultura, pesca) son excepcionales.

Si todo mi esfuerzo está puesto en lograr la aprobación y el amor de un ser imaginario como es Dios, entonces este otro de carne y hueso que tengo a mi lado, recibirá menos atención, amor, miradas.

Teniendo adelante a un pobre ser humano y a Dios, nada podrá evitar que mis ojos prefieran al perfecto, inmortal, maravilloso.

Amándolo a Él, mi prestigio queda a buen recaudo porque es casi obvio que “dime con quién andas y te diré quién eres”.

Esta afirmación me conduce a deducir que “si andas con Dios, eres dios, y si andas con humanos… ¡me das lástima!”.

Si bien quienes me asesoran sobre los asuntos divinos me indican que Él ama a quienes aman a los humanos, nada mejor que “ser más realista que el rey” y cortar camino dedicándole toda la energía a quererlo sólo a Él, con total devoción, sin promiscuas poligamias.

La mejor y única forma de amar y servir al Señor es la monogámica, sin alentar otros amores por más que en su infinita tolerancia Él nos diga que acepta de buen grado que repartamos nuestro amor.

Los humanos valemos menos que Dios.

(1) Las miradas se parecen al dinero

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Pensamiento monopólico y violencia

Quienes creen que «la verdad» existe y que ellos la conocen, adhieren a un «pensamiento único», que les da paz, tranquilidad y los alejan de la torturante incertidumbre. Para conservar esta «felicidad» exterminan otras alternativas.

Según la teoría de Charles Darwin, el ser humano no es una creatura de Dios sino que desciende, es una mutación genética, es el nieto biológico del MONO.

Esto haría suponer que además del aspecto físico, algo más habremos heredado de nuestro simpático abuelo.

La mente no es confiable (1). Es una herramienta apta para conservar la vida en tanto con ella podemos conservarnos como individuos y como especie pero no mucho más.

A lo largo de los siglos y presionados por el temor a sufrir, buscamos, descubrimos, entendemos, inventamos y estamos maravillados de nuestros avances aunque el motivo de esa admiración no pasa de ser una comparación entre humanos.

Por ejemplo, cuando decimos «¡Qué maravillosos somos: inventamos la telefonía celular!» lo que deberíamos decir es «¡Qué maravillosos son algunos seres humanos respecto a otros seres humanos!»

Y cuando tememos sufrir la incertidumbre (2), la inseguridad, la duda, solemos aferrarnos a ideologías que todo lo expliquen, que no toleren la diversidad de opiniones, que sean intolerantes con las alternativas, que hayan enterrado el pensamiento crítico y reflexivo.

La propia ausencia de pensamiento crítico y reflexivo nos impide saber de nuestro absolutismo, intolerancia, necedad, prepotencia.

Como los chistes sólo hacen gracia si incluyen algo de verdad mezclada con la ficción que cuentan, puedo decir que los humanos huimos de la incertidumbre afiliándonos a algún pensamiento único (ideología absolutista, convicción de poseer «la verdad», «iluminación») y por lo tanto adherimos muy convencidos a creencias religiosas MONOteístas, a un tipo de medicina que pretende ser MONOpólica, a la familia MONOgánica.

Quizá esto sea lo que heredamos del abuelo MONO.

(1) La arrogante defensa de la verdad

(2) Estados paternalistas y subdesarrollo

El (pez grande) gobierno vive del (pez chico) ciudadano

Las ventajas del prejuicio

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«La naturaleza piensa como yo»

Suponer que la naturaleza tiene intenciones, voluntad y deseos humanos induce a elaborar estrategias de vida fantásticas, mitológicas, irracionales.

Aunque parezca demasiado obvio, los humanos sólo podemos tener sensaciones y pensamientos humanos.

Puede ocurrirnos que todo lo que se mueve nos haga pensar que está animado (que tiene vida) como nosotros y si ese movimiento es discontinuo, errático, imprevisible, rápidamente nos hace pensar que tiene una intención ... como nosotros.

Más confundidos quedamos cuando se trata de un ser realmente vivo y tiene dos ojos en línea horizontal igual que nosotros.

En este caso las dificultades son enormes y los poetas, que ya habían hecho hablar, pensar y decidir al viento, al mar y a los planetas, cuando pasan a la categoría de «ser mirados» por dos ojos, comienzan a dialogar con animales y aves.

Con estas características de funcionamiento cerebral, no vacilamos en hacer elaborados razonamientos contando con que la naturaleza tiene voluntad, intención, planes, dudas y, más aún, criterios de justicia, rencor y deseos de venganza.

A esos acontecimientos autónomos, naturales, podemos imaginarlos como dioses, santos, vírgenes, que se aproximan a la realidad en cuanto creemos que nos hicieron a su imagen y semejanza o alguna vez fueron de carne y hueso.

Es probable sin embargo que si pudiéramos evitar este error de humanizarlo todo, podríamos suponer que la naturaleza sólo funciona por azar puro, que todo es casual, aunque «humanamente» entendamos que todo es causal (alguien decidió, actuó, fue culpable).

Con esta modalidad mágica y animista de vincularse con el entorno, quien se identifica con la naturaleza (la imagina a su imagen y semejanza), elabora su estrategia de vida identificándose con ella. Por ejemplo, cree que si empobrece la diosa naturaleza le tendrá lástima ... así como él le tiene lástima (y ayuda) a los pobres.

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sábado, 6 de agosto de 2011

La arrogante defensa de la verdad

Nuestro cerebro es defectuoso y piensa con errores pero a pesar de eso tenemos que usarlo como hasta ahora.

Según el determinismo todo lo que somos y hacemos está determinado por factores que nos influyen. Desde la concepción, cuando papá fecundó a mamá, la suerte es la artesana de nuestra existencia.

Sin embargo nuestra mente tiene la sensación de que podemos decidir cuando en realidad lo que ocurre es que algo dentro nuestro nos obliga a realizar determinado acto.

Esta equivocación es más visible cuando observamos que algunas personas crean detalladas explicaciones de cómo ocurrieron los acontecimientos, dando a entender que era posible saberlo con anticipación.

Es el caso de quienes discuten de fútbol explicando por qué el resultado que informa el diario del lunes ya era conocido (previsible, imaginable, adivinable) antes de que se jugara el partido del domingo.

Nuestro cerebro no es capaz de entender con claridad qué es el futuro y tan débil es esta función mental que algunos llegan a afirmar que el futuro ya existe pero que sólo algunos lo conocen (videntes, futurólogos).

Los delirios son casos extremos de disfunción mental. En ellos el delirante está seguro de que las alucinaciones visuales o auditivas ocurren realmente y si su forma de describirlas es muy coherente, hasta quienes no lo padecen se preguntan si el enfermo no tendrá razón y que son ellos quienes no ven lo que el delirante narra.

Observe que si una persona sana, normal, sin dificultades psíquicas, está segura de que existe Dios, de que el futuro está en el presente y puede ser conocido con anticipación, también se autoconvence de que su pensamiento es confiable.

En suma: si aceptamos que nuestro cerebro comete errores así como nuestra vista puede ser engañada por un ilusionista, es arrogante defender cualquier certeza (verdad).

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El delicado aparato psíquico

Las ideas (creencias) funcionan como piezas rígidas e imprescindibles de nuestro «aparato psíquico». Cambiar sólo una, implicaría cambiar todas las demás.

Como si se tratara de un complejo mecanismo de relojería, nuestra psiquis tiene entre sus miles de piezas, a las creencias (prejuicios, ideas, opiniones).

Aunque estas piezas del intrincado mecanismo son intangibles, invisibles (no se pueden tocar ni ver), no son menos efectivas y sobre todo rígidas.

Como decía en otro artículo (1), cualquier desajuste nos provoca dolor. Al mal funcionamiento de este «mecanismo» lo percibimos como incertidumbre, duda, inseguridad.

Tras estas sensaciones viene la angustia y tras esta, decaimiento, insomnio, disfunciones sexuales y un sinfín de molestias, dolores y desarreglos que generalmente son tratados por la psicosomática.

Pensemos por un momento que ese intrincado mecanismo de relojería que nos defiende de esta incertidumbre y sus consecuencias, es atacado por agentes externos que cuestionan (critican, descalifican) la perfección de alguna de sus piezas.

Por ejemplo, varios compañeros de trabajo nos critican burlonamente porque oramos al Señor la gracia que nos concede brindándonos la comida que nos alimenta.

Esta «pieza» (la creencia en Dios) de nuestro complejo mecanismo, es imprescindible para conservar el buen funcionamiento de nuestra mente, psiquis, emociones (aparato psíquico).

A su vez, en el «aparato psíquico» de nuestros compañeros de trabajo es muy importante una pieza que podemos denominar «ateísmo».

Aunque a ellos y a nosotros nos parezca que las demás mentes pueden pensar como la nuestra, eso no es así. Por seguir con el ejemplo, los repuestos de un reloj Casio no le sirven a la maquinaria de un reloj Citizen.

Si en el mecanismo de ellos o de nosotros está la «pieza» según la cual todo «mecanismo» diferente es una amenaza real o potencial, ellos o nosotros intentaremos combatir al supuesto enemigo (intolerancia).

(1) Las verdades personales

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Gracias de nada

Agradecer a la naturaleza, a Dios o a la suerte, es placentero porque permite imaginar que estos entes no-humanos nos aman, quieren beneficiarnos y protegernos.

En otro artículo (1) comenté que la expresión «que Dios te lo pague» es placentera en tanto permite imaginar que mantenemos transacciones igualitarias nada menos que con Él.

Ahora les comentaré algo sobre el agradecimiento.

Sabemos que es una norma de buena educación agradecer por los favores recibidos. «Gracias por el libro que me prestaste»; «Gracias por habernos invitado»; «Gracias por su generosa donación».

Existe una cierta similitud con el caso mencionado en primer término porque la manifestación de gratitud parece cancelar un beneficio recibido.

Hasta acá encontramos una forma de trueque en la que una de las partes siempre es intangible (verbal).

Sin embargo algunas personas sienten pasión por agradecer y buscan cualquier justificativo para complacerse con esa actitud. Hasta podría decirse que si logran agradecer con cierta convicción, ven aumentada su felicidad, independientemente de que el referido trueque haya existido o no.

En este caso, cuando el agradecimiento es claramente compulsivo, devoto, apasionado, podemos pensar que está presente el miedo a una fuerza, ser o personaje superior, temible, tiránico, que reclama ser apaciguado por sus débiles hijos, protegidos, fieles, con sumisión, de rodillas, con actitud implorante.

La naturaleza produce buenas o malas cosechas y a partir de estos resultados los humanos comemos mejor o peor. Sin embargo, en Estados Unidos y Canadá consagran un día a realizar la Acción de Gracia (imagen), porque así creen que la naturaleza los benefició deliberadamente.

En suma: agradecer es útil para poder imaginar que los productos de la naturaleza nos fueron obsequiados como gesto de amor... en vez de pensar que esos alimentos son el resultado de fenómenos naturales, que también ocurrirían si no existiéramos los humanos agradecidos.

(1) Si no resisto la realidad, la invento

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